Así viven los chicos que cuidan y lavan autos en las calles de Yerba Buena

Domingo 22 de Abril de 2018, 06:59

CONOCIDO. Un clásico en la calle Pringles: desde hace años, Ángel Casasola cuida y lava autos en esa cuadra. LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA.



Ángel tenía cinco años cuando llegó a la Sala Cuna. No se acuerda por qué acabó ahí. Después, a los nueve años, ingresó al Hogar Eva Perón, otro albergue del Estado. Se escapaba cada vez que podía.

Entonces, una tía asumió la tenencia y lo sacó formalmente. Pero antes de que cumpliera 15 años volvieron a encerrarlo. Esa vez terminó en el instituto de menores Julio Roca. Y esa vez, a diferencia de las anteriores, permaneció un tiempo en ese edificio de ventanas con barrotes. Hasta que salió. Cambió, dice él. Y regresó al mismo lugar en el que ha andado siempre: la calle Pringles, entre Florida Sur y San Lorenzo, cerca de la plaza central de Yerba Buena.

Porque si no estaba encerrado, Ángel siempre estaba ahí. Como ahora. De chico (desde los cuatro años) vendía mentitas, esos caramelos que vienen en cajas. Un poco más grande, pedía plata. Y hoy cuida y lava autos.

Son las 8.30 y el sol apenas se insinúa. Los automovilistas -mujeres, sobre todo- van llegando. Ángel Casasola -19 años y un chaleco de color naranja fluorescente- les pregunta: “¿señora, ¿lo cuidamos? ¿Lo lavamos?”. Interroga en plural porque a su alrededor se aglutinan otros muchachos.

No obstante, él es quien lleva la batuta. “Angelito es el mejor -dice Ariel Silvestre, otros 19 años y otro chaleco fluorescente-. Mirá cómo labura mi amigo. La gente lo busca. Él nos da para que laburemos todos. Por ahí, le regalan ropa. Vé a quién le anda y la reparte”. Mientras habla retuerce una rejilla. En su pronunciación casi no suenan las eses. También los demás reproducen el argot bien tucumano.

Tiempo atrás, la presencia de cuidacoches en las calles yerbabuenenses podía resultar inimaginable
. Solían deambular únicamente los viernes y sábados por las noches, en las cercanías del boliche Recórcholis. Pero en los últimos meses han ido extendiéndose hacia otras cuadras, en el casco viejo y en la avenida Perón, principalmente. La apertura de locales, clínicas y oficinas en esos sectores ha puesto más autos en la vía pública. En consecuencia, ellos han visto la oportunidad de hacerse de unos pesos.

Además de quienes trabajan de manera fija, aparecieron los cuidacoches estacionales. Puede vérselos los fines de semana afuera de las iglesias o de clubes. Pero ese crecimiento les genera preocupación a los “permanentes”. “El otro día ha venido un señor diciendo que nos iban a sacar a los trapitos. Y que vamos a una reunión para que cobremos con el ticket”, cuenta Ángel.

La tarifa para estacionar la dispone el cliente
. Ellos cobran “la voluntad”. El lavado, en cambio, va desde los $ 60 hasta los $ 100. Pero aquí también es el cliente quien acaba decidiendo, pues suelen pedirles rebaja. Baldes de esos que se usan en las obras; esponjas; trapos y detergente constituyen sus herramientas. A veces, Ángel compra caucho para darles brillo a las alfombras. Y se ayuda con una aspiradora manual que le ha regalado una clienta (aunque no absorbe ni una ramita).

Desde temprano, él vigila el estacionamiento en esa cuadra. De a poco va llegando el resto. Por momentos puede haber hasta una veintena de cuidacoches repartiéndose el trabajo en el casco viejo. La jornada termina antes de las 14. A esa hora vuelven a sus casas. En general, viven en los alrededores del Camino de Sirga y San Martín o en las diagonales Norte o Sur. Comen algo, juegan al fútbol y regresan en busca de otros pesos. Suelen sacar un promedio de entre $ 300 y hasta $ 600 diarios, cada uno.

La estadía de Ángel, sin embargo, no acaba en las tardes. Ha conseguido empleo como sereno en una obra en construcción, situada ahí mismo. Así que de noche duerme en un edificio a medio levantar. Y cada amanecer lo encuentra, otra vez, en la calle Pringles.

Eso lo ha salvado, aclara él. El trabajo. Y Zaira. Ella también viene a ser su salvación, añade. “Estoy queriendo juntar un poco de plata para construir. Yo tengo mujer. Tengo mujer y está embarazada. Ahora ando bien en la vida. Para mí, andar bien es tenerla a ella. Es jugar al fulbo. Es tomar una gaseosa con los amigos. Es lavar autos. Con eso estoy tranquilo”.

- ¿Y cuando estabas mal cómo era?

- Era chico. Y andaba en la calle, pidiendo. Y después empecé con la mala junta. Me metía esas pastillas y ya quería estar drogándome. Perdía la cabeza. Robaba. Andaba por entero. Hacía daño. Hacía cosas que nunca debía haber hecho. Había dejado de venir aquí. Y cuando venía, hacía problemas.

- ¿Y te da miedo volver a eso?

- No voy a volver. Voy a tener un hijo. Ahora va a estar él.

Hay segundos en los que el tráfico de la calle Pringles se detiene y sólo queda una postal. Ahí está Ángel, agachado sobre un balde. Su biografía es parecida a la de los otros trapitos. La mayoría no ha terminado el secundario. Han tenido que procurarse el sustento desde que aprendieron a caminar o hablar, prácticamente. La mayoría anduvo en la calle. Y a la mayoría, esa calle le ha dado algún prontuario, tal vez.

Protagonistas

A los 37 años, Cristian Camaño se quebró el brazo y perdió el empleo en una gomería
. El lavado de autos, que para él era una changa, se le volvió la única fuente de ingresos. “A ellos los veo decentes. Antes tenían una vida de pendejos. Eran moqueros. Ahora se han vuelto responsables. Pero no hay muchas opciones para estos chicos. No pueden estudiar porque tienen que trabajar”, dice.

Estudiar. Eso es lo que quiere David Morales. Quería, se corrige. Antes soñaba con terminar el secundario y con “ser alguien”. Pero acabó aquí; de cuidacoches y vendedor de bolsas de consorcio. Igual, no se queja (”la gente nos conoce y nos trata bien”). Anda con los paquetitos y con un celular, del que se oye el chingui-chingui de la música.

“Cariló” -otro de los muchachos- no quiere dar su nombre. Pero pide que se consigne que ellos son educados. Que sólo van a trabajar. A alimentarse. El más lenguaraz es Mario Casasola, el hermano más chico de Ángel. Ante la pregunta, responde que no recaudan ni trabajan para nadie (”la ayudo a mi mamá”). Otro de los hermanos, Roberto Carlos, añade que los viernes obtienen las mejores ganancias (”hay baile en Recórcholis”). Nelson Martínez ha estado callado, enjabonando un auto. Con la tarea terminada se acerca a la ronda. Cuenta que él trabaja poniendo césped brasileño. “Cuando no hay laburo, vengo aquí para changuiá”, apunta.

Es tarde. Las personas ya están de regreso. Los chicos salen disparados, a pararse junto a los coches. Antes de irse, Ángel dice que quiere algo lindo. Como ser doctor o tener un lavadero (”para darles trabajo a los changos. Y para que a mi hijo no le falte nada”). Si es varón, se llamará Esteban. Pero sea niño o niña -piensa- ese hijo lo mantendrá “despejado”; le dará un objetivo.
 

Fuente: https://www.lagaceta.com.ar/nota/768263/actualidad/cuidacoches-se-integran-al-paisaje-yerba-buena.html