Abuela tucumana festejó sus 89 años con un vuelo en parapente
Domingo 23 de Octubre de 2016, 12:14
Stella Camposano,
Una tarde en la que había ido al cementerio de San Agustín, al pie del cerro San Javier, Stella Camposano
se sentó cerca de donde están sepultados sus seres queridos. Cada vez
que recuerda aquel momento, todavía se le dibuja una sonrisa que no
puede disimular. Estaba sentada frente a la tumba de su esposo y de su
hija, pero al levantar la mirada pudo ver a los pilotos de parapente
girando en el aire como aves con alas enormes y coloridas. “¡Dichosos!”,
pensaba, mientras seguía el recorrido que dibujaban cerca de las nubes.
Stella
tiene tres nietos, que siempre intentan darle con todos los gustos. Uno
de ellos comenzó las gestiones para ver si su abuela podía volar en
parapente. Sin embargo, la hija de Stella escuchó la idea en la que
andaba con los nietos y resolvió consultar al médico de cabecera de su
madre.
El galeno no autorizó el vuelo. Al contrario, el
especialista dijo que por algunos problemas que tenía Stella con el
ritmo cardíaco y en los pulmones era imposible semejante osadía. Todo
quedó en la nada. Los tres nietos y la abuela intentaron olvidar la idea
de tirarse desde Loma Bola. El tiempo pasaba, pero el entusiasmo seguía
intacto.
Damián, uno de los nietos, volvió a la carga con el
proyecto. Insistió tanto hasta que logró convencer al médico con el
argumento de que no había nada más en la vida que entusiasmara a su
abuela.Así llegó el primer vuelo biplaza de Stella al cumplir sus 85
años.Le gustó tanto que para el cumpleaños 87 volvió a volar.Ahora,
junto al experto piloto Mario “Monito” Sueldo repitió la proeza
al cumplir los 89 años. “Cuando quieren darme con el gusto me llevan a
Loma Bola -dice Stella-; para mí es plenitud, me siento en el cielo.
Para mí no hay con qué parangonar la sensación que siento de libertad,
de alegría, de felicidad”, asegura.
Con una risa convincente, la
abuela se autodenomina “la loca del cerro”. Recuerda que siempre le
gustó el contacto con la naturaleza y, en especial, los días en que la
escuela organizaba las excursiones a San Javier. “Le digo a mi hija que
siempre he deseado vivir en el cerro. Pero, bueno, a esta altura no voy a
vivir en el cerro, pero cuando me muera me van a llevar al cerro. Así
que, en algún momento, me voy a dar con el gusto; por ahora me alcanza
con el parapente, por eso les agradezco a mis nietos”, dijo.
Para el recuerdo
Cada
vez que surgió la posibilidad de volar, Stella no estuvo sola. Todo se
festejó como si fuese un ritual de gritos, ánimos y sonrisas. No solo
los nietos la acompañaron, también estuvieron su hija y otros cercanos,
que se ocuparon de registrar el momento con sus celulares. “El vuelo
dura entre 20 minutos y media hora -dice Stella-, todo depende del
viento. Si no hay gente esperando para volar, los chicos te hacen dar
unas vueltitas más y a mí me encanta. Quiero estar en el aire más
tiempo. Les digo que tengo espíritu de golondrina y suerte de caracol”,
explicó sonriente. Stella admite que, en su casa, en su rutina
cotidiana, se cansa muy fácil. Pero que si tiene que moverse para ir a
Loma Bola al parapente ya no hay cansancio de nada. “De aquí a la
esquina llego cansada y transpirando, pero con el parapente me olvido
que llego cansada y si tengo que caminar camino. Así que mientras pueda
caminar para sentarme en esa sillita (del vuelo biplaza), estoy
disponible”, asegura. Stella les manda un mensaje a quienes
quieren volar, pero no se animan: que no pierdan más tiempo y lo hagan
de una vez. “No le tengo miedo a nada; además los chicos (por los
pilotos) están calificados; de manera que me tiro con entera confianza; y
a las tres veces las he disfrutado”, afirma, con entusiasmo.