Alperovich les prometió casas: desilusionados volvieron a vivir en las ruinas que dejó la inundación

Martes 05 de Mayo de 2015, 08:23

RÍO MUERTO. Romina decidió volver al lugar en el que estaba su casa, pero todos los días se enfrenta con el dolor al advertir que vive entre ruinas. La Gaceta / Fotos de Franco Vera.



1. Los políticos mienten.

2. La esperanza no es lo último que se pierde.

3. El dolor del alma duele más que cualquier hueso.

A estas tres lecciones que no se las enseñó ningún maestro. Dicen que las aprendieron solos el día que se convirtieron en evacuados. De esto hace ya dos meses. Unos en Yerba Buena, otros en Lules. Pero todos en la misma situación. Vivían a la orilla de los ríos. La noche que la tormenta alimentó el cauce y la violencia del agua comenzó a comer el lecho tuvieron que huir con lo que lograron rescatar.

El primer destino de las 25 familias evacuadas de Yerba Buena fue una escuela en El Corte. Después de un mes los ubicaron en un salón de fiestas y allí permanecen hasta hoy sólo tres familias. La mayoría buscó alojamiento en casas de familiares y otros prefirieron volver nada más y nada menos que a las márgenes del río Muerto, que casi se los lleva a principios de marzo. Allí están las ruinas de lo que fueron sus casillas. A ellas volvieron.

En el caso de Lules, son 198 personas (entre niños y adultos) que viven repartidas en un complejo a metros de donde estaban sus casas. Pero el espacio les ha quedado chico y la convivencia se torna por momentos insoportable. Lo explican las mujeres que durante el día quedan a cargo de los niños.

Promesas incumplidas

“Ya no sé la cantidad de veces que me ilusioné y me desilusioné en estos días”, sostiene María José Córdoba, mamá de un niño y con otro en camino, que está alojada en el salón de fiestas de El Corte. Cuando estaban en la escuela -y los políticos los visitaban más seguido- les habían prometido que en un mes (o sea, el 7 de abril) iban a tener su casa en El Manantial Sur. “Después comenzaron a decir que esperemos 15 días más y acá estamos”, agrega.

Paula Rocha, de 68 años, comparte con otras familias un salón del complejo de camioneros tucumanos Malvinas Argentinas en Lules. “Los del Instituto de la Vivienda nos comenzaron a pedir boletas de sueldo y nos dijeron que íbamos a tener que pagar la casa en el Manantial Sur”, dice. Las primeras promesas de los funcionarios -cuenta- fueron que esas casas serían entregadas a cambio de nada. Paula aún no terminó de pagar los materiales con los que había terminado la cocina de la casa que ya no tiene.

Sin esperanza

“¿Sabés lo que es vivir así hace dos meses?”, pregunta Cinthia Silva, mamá de cinco hijos de 9, 7, 6, 3 y 2 años. Mientras habla muestra el rincón en el que tiró los colchones. Está en el medio de una galería abierta del complejo de camioneros de Lules. “A la noche se pone frío. Entonces ponemos plásticos para tapar”. Su hijo discapacitado tiene hongos en la piel, según Cinthia, por el contacto con los perros y gatos que deambulan por ahí.

Norma y Sergio Peralta volvieron a techar la casa que bordea con el río Muerto. Tienen siete hijos. Sergio es jardinero y estudia para terminar la escuela. Tuvo que vender una de las máquinas con las que trabajaba.

“Nos cansamos de estar en el centro de evacuados, de no saber nada, de ver a los chicos así. Ya pasó mucho tiempo desde la creciente del río”, razona Norma. Por las noches se alumbran con velas porque el municipio de Yerba Buena les retiró los medidores, según explicaron.

Dolor en el alma

Romina Arce llora mientras sostiene a Patricia, de 4 años, a upa sobre su cadera. Está parada sobre las ruinas de lo que era su casa, junto al río Muerto. Todavía se ve el cemento alisado del piso, restos de maderas y entre los escombros hay pedazos de muñecas, autitos, un camión sin ruedas. “Esta era mi casa. Aquí vivíamos con mi marido y los seis chicos”, recuerda. La parte que estaba construida con material fue derribada a mazazos -dice- porque los que fueron a evacuarlos les pidieron que lo hicieran.

Lo que sí pudieron rescatar es la casilla de madera que guardan desarmada en la casa de un vecino. Romina hace tres semanas que decidió regresar a orillas del río. “Mi suegra me presta la cocina, que es lo único que quedó en pie. Ahí pusimos las cuchetas”, dice.

Antes había estado en la casa de un familiar en San Javier, explica, pero los chicos no se acostumbraron. Por eso decidió volver. “Ellos te preguntan: ‘mamá, ¿dónde vamos a vivir?’ y eso te duele porque no sabés qué responderles”. Mientras pronuncia estas palabras no puede frenar las lágrimas. Alrededor de un fuego, el mate pasa de mano en mano. Al mediodía, a los chicos les toca ir a la escuela. Pero como las ratas les comieron las mochilas, ya no asisten a clases. Arce piensa en armar su casilla en cualquier parte; ya ni siquiera le interesa tener una casa nueva. Quiere un espacio para estar segura con su familia. “Jamás pensás que esto te pudiera pasar. Nunca me imaginé sentir tanto dolor. Es un infierno y lo peor es ver a los chicos; sabés que sufren”, dice y llora.
 

Fuente: http://www.lagaceta.com.ar/nota/636029/sociedad/hartos-esperar-casas-nuevas-volvieron-vivir-entre-ruinas.html