Panqueque galáctico sigue aclarando malentendidos: "nu-nunca fui ra-radical"

Domingo 19 de Junio de 2016, 00:46

Beatriz Rojkés y José Alperovich, marchando contra el peronismo, en una manifestación en los años 90, en Plaza Independencia.



En “El zar tucumano”, la biografía no autorizada de José Alperovich, escrita por los periodistas José Sbrocco y Nicolás Balinotti y publicada por la editorial Dunken, se relata como fue el ingreso del ex gobernador a la política, a través del radicalismo, y su posterior paso al peronismo:

“No veo la zanahoria”

A José Alperovich le costó dar el salto de empresario a político. O mejor dicho, a combinar esas dos actividades. Los dirigentes del Ateneo de la Libertad intentaron hasta último momento convencerlo para que fuera candidato a legislador provincial. El Ateneo de la Libertad era un grupo interno en el que participaba una docena de dirigentes radicales y extrapartidarios, como era su caso. “El Ateneo era un verdadero nido de gorilas”, describió el historiador tucumano José María Posse.

Corría abril de 1995 y se vencía el plazo para presentar la lista. La última noche antes que expirara el plazo, el radical Alfredo Neme Scheij tomó el teléfono y jugó su última carta: a las tres de la madrugada llamó a Luis Lobo Chaklián, un dirigente muy vinculado con el Ateneo, y le suplicó que hiciera un último intento para convencer a José Alperovich que se sumara a la lista. El tercer lugar estaba reservado para él.

Sin grandes esperanzas, Lobo Chaklián llegó a las 8 a la concesionaria propiedad del grupo Alperovich. “El llegaba a las 7.50 todos los días”, recordó.

— José, te necesitamos en la lista. Le vas a dar un empuje importante, lo endulzó Lobo Chaklián.

— No veo la zanahoria, respondió Alperovich, como una forma de metaforizar que no veía su ganancia.

— Te digo que vas a entrar. Estamos manejando datos que nos indican que vamos a meter tres legisladores por la Capital.

Luego de pensarlo un momento, Alperovich aceptó pese a la oposición familiar. Ambos se subieron al viejo Peugeot 504 de Lobo Chaklián rumbo a la casa del dirigente José Ricardo Ascárate —candidato a concejal en esos comicios—, en Yerba Buena, donde completaban los trámites que tenían pendientes para presentar el sublema del Ateneo de la Libertad y competir en los comicios del 2 de julio. Al sublema le tocó el número 4008.

El armado de la lista se hizo a último momento, también, por otros motivos y problemas de cartel entre los candidatos. Nadie discutía que Carlos Courel debía encabezar la lista por la Capital, la sección electoral más importante de la provincia.

Inicialmente se había pensado como segunda alternativa en Sofía Herrera, una histórica dirigente. Herrera podía ocupar el segundo lugar y así se cumplía con la ley de cupo femenino. El tercer lugar seguía pensado siempre para Alperovich.

Hasta que llegó un ofrecimiento oculto: “Carlos Courel y Raúl Pellegrini fueron hasta mi casa y me dijeron que para ellos —recordó Herrera— era un orgullo que yo ocupara el segundo lugar”.

Sin embargo, al poco tiempo el escenario se modificó. “Si entramos los dos, lamentablemente vas a tener que renunciar”, le advirtió Courel a Herrera. “Alperovich tiene que entrar sí o sí”, le exigió. Y Courel continuó con su réplica: “Como sabemos que no lo vas a hacer, tenemos que buscar a otra persona para ese lugar”, mostró sus cartas el referente radical.

Sofía Herrera no entró en ese juego y se quedó afuera de la partida. 

Hubo que barajar y dar de nuevo. La cúpula del Ateneo de la Libertad se puso en campaña para conseguir a alguien que ocupara el segundo lugar y, eventualmente, le dejara el puesto a quien seguía en la lista, en este caso, Alperovich. 

Finalmente, Cristina Peña de Lobo Chaklián fue la elegida. En una entrevista para este libro, ella negó que la hubieran presionado para renunciar en caso que entraran dos legisladores. Sin embargo, recordó una anécdota: “Una vez estaba repartiendo los votos de nuestro sublema y un amigo me preguntó para qué hacía campaña si me iban a hacer renunciar. Fue el único indicio que tuve. Si hacía campaña era para asumir”, señaló, tajante. 

Cristina Peña es la esposa de Luis Lobo Chaklián, quien convenció a Alperovich para que se sumara a la lista. 

¿Su marido le pudo haber ofrecido su renuncia a Alperovich para convencerlo? “Nunca me dijo nada”, respondió ella.  

A partir de ese momento, Alperovich se puso al frente de la campaña y fue el principal financista, pese a la oposición de su padre, un exitoso empresario local que observaba con reservas y desconfianzas el mundillo de la política. León Alperovich era tan próspero como cuidador de sus finanzas.

Para la campaña “se hicieron unos trípticos y volantes que eran una novedad en ese momento. Repartieron unos 60 mil, un montón para la época”, contó Julio César “Tito” Herrera, entonces candidato a legislador del radicalismo, pero de una línea interna opositora al Ateneo.

La publicidad audiovisual mostraba un reloj con un péndulo. En un extremo decía Courel y en el otro Alperovich. Se movía del primer al tercer candidato a legislador. Cristina Peña, la segunda de la lista, apenas aparecía en otros volantes. Su inclusión en la campaña fue casi anecdótica.

“Todos le devolvimos el dinero a José. En mi caso particular, después que ganamos me hizo firmar diez documentos que, al valor de hoy, serían de unos 2.500 pesos cada uno”, recordó la ex legisladora.

A Alperovich le costaba mostrarse durante la campaña. No estaba acostumbrado a los actos políticos y, menos, a ser uno de los oradores. Hasta ese momento, su mayor preocupación había sido conocer cuántos autos había vendido su empresa durante el mes. En plena campaña, Alperovich participó de un acto en el barrio Ejército Argentino, al sur de la Capital. Momentos antes de hablar, le habían convidado un choripán. Cuando tomó el micrófono, lo primero que hizo fue meterse la mano en el bolsillo, con el sándwich incluido. Desde atrás observaba asombrada su esposa, la actual senadora nacional Beatriz Rojkés de Alperovich, que no podía creer la escena. Viejos compañeros radicales recordaron y sonrieron con esa anécdota.

El debut electoral

El 2 de julio de 1995 José Jorge Alperovich festejó su primer triunfo electoral. Ese día fue elegido legislador provincial por la UCR con el mérito de no haber estado ni siquiera afiliado al partido.

Los 40 cargos de la Cámara se ocuparon de la siguiente manera: 19 para el Frente de la Esperanza (PJ), 15 para Fuerza Republicana y 6 para la UCR, que obtuvo 89.529 votos, un 16,51 por ciento del electorado. El Ateneo de la Libertad se había quedado con cuatro de las seis bancas radicales y se posicionaba con firmeza dentro de la estructura partidaria.

Después del triunfo, los Lobo Chaklián cambiaron su viejo Peugeot 504 por un Ford Fiesta color rojo, que se vendía en la concesionaria familiar de los Alperovich. El vehículo no fue un regalo, simplemente lo había entregado con muchas facilidades de pago y poquísimos requisitos.

Así era Alperovich: no tenía problemas en entregar vehículos a gente que quería o que de alguna manera lo había ayudado. Además, con las ventajas que ofrecía, se aseguraba una venta.

La previa

La luna de miel entre Alperovich y el radicalismo —no se puede afirmar que haya existido amor— había comenzado unos diez años antes, cuando Raúl Alfonsín había ganado las elecciones en el ocaso de la dictadura militar.

La nostalgia envolvió el pensamiento de Rubén Edgardo Chebaia, entonces intendente capitalino. Recordó su paso como presidente del club Independiente y su pasión por el básquetbol, uno de los lazos que lo unió afectivamente a José Alperovich. La relación se fortaleció a partir del deporte: organizaron juntos un campeonato sudamericano de básquet, rehabilitaron el autódromo y crearon el club de pilotos monomarca, con Alperovich por entonces vendedor de autos Dodge. Curiosamente, más adelante, la familia Alperovich se transformaría en el sello hegemónico del parque automotor tucumano a partir de las marcas Volskwagen y Ford.

Desde su estudio jurídico, ubicado en la calle Muñecas al 100, Chebaia echó una mirada retrospectiva y se acordó con certezas de sus primeros encuentros con Alperovich: “Lo conocí desde chico, del barrio, del club. Lo hicimos designar al frente de Canal 10. Perteneció al Ateneo de la Libertad, aunque nunca ocupó cargos partidarios. En 1987 el candidato de la UCR para gobernador era yo y Alperovich ayudó en la campaña. Era un colaborador muy importante”. Chebaia perdió esos comicios frente a José Domato, del Partido Justicialista.

Una vez reinstaurada la democracia, los gobiernos y el empresariado estrecharon sus vínculos y en algunos casos la unión iba a ser de acero. Así fue como un grupo de radicales tucumanos recurrió a la asistencia financiera de empresarios locales y dieron con Alperovich, por entonces un contador público que nada tenía que ver con la política, ni siquiera por influencias universitarias. Es más, a Alperovich tal vez lo atraían las ideas del Partido Comunista por alguna ligazón familiar más que las de la UCR.

De la mano de Chebaia y de Luis Horacio Yanicelli, pero con el aval de Rodolfo Campero, ex rector de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), Alperovich desembarcó en 1986 en Canal 10 para intentar reencauzar el eterno naufragio económico en el que se sumía el canal estatal. Reemplazó al frente del medio de comunicación al radical Luis Rotundo, que había tenido una muerte repentina, y su principal objetivo fue hacer malabares con las finanzas e intentar reducir el déficit de la empresa. Se acercaba el mundial de fútbol de México 86 y el Canal apostaba todas sus fichas a ganar en audiencia y, si resultaba el plan, lograr mejores ingresos a través de la publicidad.

Radicales que ayer eran amigos y hoy son enemigos, dicen que Alperovich se negó a presentar su declaración jurada, requisito exigido por el rectorado de la Universidad. Por entonces, Alperovich se jactaba entre íntimos de contar con un patrimonio personal de millones de pesos.

Radicales de pura cepa, como Julio “Tito” Herrera, caminaron con pies de plomo sobre la gestión de Alperovich en el canal. No fue esa la opinión de Rodolfo Campero, el ex rector, quien lo había designado. “El canal andaba muy bien —dijo Campero. A la UNT le daba satisfacciones. No plata, pero tampoco dolores de cabeza.”

Conocedores de la capacidad de gestión de Alperovich, el mismo grupo de personalidades del radicalismo que lo había llevado como socorrista a Canal 10 lo afilió, años después, a la UCR a partir del Ateneo de la Libertad.

La primera sede del Ateneo de la Libertad se levantó en la calle Marcos Paz al 200, pero luego una mudanza la trasladó curiosamente a San Lorenzo al 1000, a pocos metros y en la misma cuadra donde operaba una de las concesionarias más grande de la familia Alperovich. Algunos nombres de aquella agrupación de tertulias políticas eran: Edmundo Gramajo, José Ricardo Ascárate, Jorge Mendía, Mario Amado, Elena Guraiib de Ahualli, Coni Seleme, Luis Geria, Carlos Sánchez Loria, Guillermo Orso, Alfredo Neme Scheij, Carlos Courtade y Carlos Courel.

Los comicios legislativos de 1995 fueron una señal de vitalidad para la UCR en general y para el Ateneo en particular, que ganó espacios dentro del centenario partido. De las seis bancas legislativas que logró el radicalismo en esas elecciones, cuatro eran representantes del Ateneo: Ramón Graneros (por el Oeste) y los tres legisladores por la Capital (Courel, Peña y Alperovich, en ese orden). Los otros dos fueron Julio Tito Herrera (también por el Oeste) y Gregorio García Biagosch (por el Este).

Los electos legisladores tendrían la difícil tarea de controlar la gestión de Antonio Domingo Bussi, el único dictador del país que luego fue elegido democráticamente.

La versión tucumana del Pacto de Olivos


A menor escala que el Pacto de Olivos, pero en sintonía con los legados de Ricardo Balbín y Juan Domingo Perón, los muchachos del Ateneo de la Libertad barajaron la posibilidad de hacer un acuerdo inédito con el PJ. Un ex presidente del centenario partido bramó: “El Ateneo no era orgánico. Siempre fueron funcionales al gobierno de turno. Tenían una capacidad de acomodarse al poder que llamaba la atención”. 

La premisa de las reuniones entre radicales y peronistas era vencer electoralmente a Antonio Domingo Bussi, que pisaba fuerte en la provincia.

Por la UCR, la voz cantante la llevaban Courel y Neme Scheij, que presidió el partido desde 1995 a 1999. Por el peronismo local estaban Olijela del Valle Rivas, el ex interventor federal Julio César “Chiche” Aráoz y Carlos Muiño. “La idea era hacer una alianza con el PJ y el radicalismo para vencer a Bussi. Después que le ganemos nos volvemos a enfrentar nosotros. Recuperemos los partidos tradicionales de la democracia y no dejemos que vuelva el autoritarismo. Esa era la hipótesis”, relató Neme Scheij.

Finalmente el acuerdo no prosperó porque Courel se bajó de la postulación. Alperovich fogoneaba la candidatura de Courel y fue uno de los principales operadores para acordar con el PJ un trama en contra de Bussi. Sin llegar a buen puerto, el radicalismo llevó al ex rector de la UNT Rodolfo Campero como candidato y el PJ a la profesora Olijela del Valle Rivas. No hubo caso: Bussi ganó con 267.688 votos (el 47,20 por ciento de electores).

La interna de la interna

La convivencia de los radicales no fue sencilla en la Legislatura. Antonio Bussi había conseguido 15 legisladores de su partido, Fuerza Republicana, y salió a conquistar aliados. El vicegobernador y presidente de la Legislatura del período 1995-1999, Raúl Topa, encontró tierra fértil cuando empezó a sembrar. No pasó mucho tiempo y la cosecha dio sus frutos. Plantaron al entonces radical José Alperovich en la estratégica comisión de Hacienda de la Legislatura y se aseguraron el apoyo del paquete económico que necesitaría el ex dictador. Alperovich pareció olvidarse de su vieja lucha para que Bussi no fuera el gobernador.

Carlos Courel, compañero de banca y amigo de Alperovich, dijo, en una entrevista para este libro, que él había propuesto su nombre y que recibió el apoyo unánime de todos los bloques. En el Ateneo de la Libertad, Alperovich se ocupaba de analizar los números de la provincia. Estaba en el equipo económico.

Topa reconoció que no era usual —nunca lo fue— que un opositor comandara una comisión tan importante como la de Hacienda, en la que se dibujan todos los números de la provincia. Generalmente ese espacio quedaba para alguien del oficialismo aunque no contara con la mayoría parlamentaria. Un claro ejemplo: tras las elecciones de 2009 el kirchnerismo perdió el control del Congreso y conservó la presidencia de las comisiones de Presupuesto y Hacienda de Diputados y del Senado. Puso a Gustavo Marconato (Frente para la Victoria-Santa Fe en la Cámara Baja) y a Eric Calcagno (Frente para la Victoria-Buenos Aires, en la Alta).

Volviendo a Tucumán, Fuerza Republicana cedió la presidencia del cuerpo a Alperovich pero conservó los números dentro de la comisión.

Topa fue el nexo del acercamiento entre Alperovich y Bussi. “Habían varios candidato a presidir esa comisión y se consensuó con el radicalismo que fuera Alperovich”, recordó el ex vicegobernador. 

“Primero empezó charlando conmigo y luego con Bussi. Se lo arrimó a José como un hombre capacitado; era del palo para esa comisión y tenía un excelente vínculo conmigo y con el Gobierno”, completó.

Alperovich asumió la presidencia de la Comisión de Hacienda desde el inicio de la gestión Bussi y cubrió las necesidades del Gobierno. No siempre aprobaba todo a libro cerrado, pero siempre buscaba alcanzar algún acuerdo. “Se aprobaron el 75 por ciento de las leyes que necesitaba el Gobierno”, precisó Topa.

El dirigente peronista Alberto Darnay integró durante ese período la Legislatura. “En ese tiempo comienza una fuerte emisión de títulos públicos. Además, bajaban préstamos del Banco Mundial que manejaban Carlos Corach [ministro del Interior de Carlos Menem], Bussi y Alperovich. Al ver los dictámenes de la Comisión de Hacienda, las finanzas públicas pasaban exclusivamente por Bussi y Alperovich. Había un cierto malestar de Topa porque Bussi lo puenteaba, y hablaba directamente con Alperovich”, contó Darnay. Era tan estrecha la relación entre Bussi y Alperovich que el ex dictador lo bautizó “Pepe”. Era el único que lo llamaba así. Cuando los legisladores peronistas se enteraron de eso, comenzaron a llamarlo Pepe en las manifestaciones generales de cada sesión de la Cámara. Alperovich se sonrojaba y algunos ex correligionarios intentaban defenderlo de las cargadas.    

La buena sintonía que existía entre Bussi y Alperovich le permitió al entonces radical entrar en el círculo íntimo del general retirado. Courel recordó que Alperovich solía concurrir a los asados que organizaba el entonces gobernador en la casona que le alquilaba el Estado en la Rinconada, en Yerba Buena. El dato fue confirmado por otras fuentes más, aunque desestimado por Beatriz Rojkés. 

Años más tarde, Alperovich imitaría algunos gestos bussistas: asados para alinear a la tropa y recorridas diarias para visitar obras públicas, dos características de su gestión a partir de 2003.

“Alperovich era asiduo concurrente a la casa de Bussi, en la Rinconada. Tenía una buena relación, pero siempre extorsionó al Ejecutivo desde su lugar en la comisión de Hacienda. Respeta y admira al General, sobre todo por el verticalismo con el que ejercía el poder y por la necesidad de siempre dejar la impronta personal mediante pequeñas obras públicas”, lo definió Pablo Walter, ex vicepresidente de la comisión y, en ese momento, dirigente del núcleo duro de Fuerza Republicana.

Sin embargo, el coqueteo con el bussismo le generó conflictos internos a Alperovich dentro de la UCR. El Ateneo de la Libertad se había posicionado fuerte dentro del radicalismo y Neme Scheij, uno de sus padrinos políticos, había ganado la presidencia de la filial tucumana del partido. “Ahí empecé a tener serios problemas con Alperovich porque desde que asumió la presidencia de la Comisión de Hacienda hizo planteos en sintonía con el gobierno de Bussi disfrazado de un pacto de gobernabilidad”, sostuvo Neme Scheij.

Julio César “Tito” Herrera, un dirigente radical y compañero de banca de Alperovich, recordó que Bussi había declarado públicamente que veía “con beneplácito” que Alperovich asumiera como su ministro de Economía. Topa, en cambio, señaló que no le constaba de ningún ofrecimiento en ese sentido.
Neme Scheij rememoró un duro cruce con Alperovich en ese momento:

— ¿Por qué no vamos a hacer un acuerdo?, lo increpó Alperovich.

— José, la gente con la que vos te sentás tiene las manos llenas de sangre, respondió el presidente del partido.

— ¿Qué importa eso, si fue pasado?, replicó Alperovich.

Palabras más, palabras menos, “Tito” Herrera se acordó de esa misma anécdota.

Hasta ese momento, Neme Scheij y Alperovich habían sido muy amigos. Cuando Alperovich asomaba por el Ateneo de la Libertad se acercó por un sanatorio donde Neme Scheij tenía internada a una hija. Sin conocerlo bien, le dio 15 mil dólares para que su hija pudiera ser operada en Buenos Aires. Tras ese gesto, Alperovich fue padrino de una de las hijas del ex presidente del radicalismo tucumano. “Se lo coimeó al curita Soria en la Catedral para que pudiera ser padrino. No podía por ser judío”, confesó Neme Scheij.

A partir de ese momento, la relación se fortaleció hasta que las diferencias políticas posteriores erosionaron la amistad. “En política teníamos choques, sobre todo por sus posturas a favor de la privatización y todo lo que el menemismo le pedía a Bussi que hiciera. Courel estaba en el medio para que no se rompiera el grupo”, agregó el ex diputado nacional.

El lunes 19 de agosto de 2008 la relación Alperovich-Bussi se volvió a instalar en los medios tucumanos . Mientras Alperovich visitaba obras, se puso de mal humor cuando una periodista le consultó sobre ese tema. Luis José Bussi —aunque él se hace llamar José Luis—, hijo del represor, había dicho que su padre no había aceptado a Alperovich como ministro de Economía en 1995 porque no le tenía confianza.

“Pero qué tengo que ver yo con ellos; nada, no tengo nada que ver”, contestó Alperovich. Y agregó: “¿Ustedes saben quién fue el hombre que más criticó a Bussi desde la comisión de Hacienda de la Legislatura? Fui yo. Fui el más crítico, no sé por qué quieren meterme en esto; es un tema que no tiene interés para la gente”, agregó, cortante. El archivo no dice lo mismo.

Según Pablo Walter, Alperovich tuvo una participación decisiva en la privatización del Banco Provincia, que no había podido conseguir el anterior gobernador, Ramón Bautista “Palito” Ortega. Según consta en la página oficial del Banco Macro , “Banco Tucumán comenzó a operar en 1996, luego de la privatización del Banco de la Provincia de Tucumán. Desde el 9 de julio de ese año, fecha en que se firmó el documento de transferencia a Banco Comafi, pasaron 3.426 días de la existencia del Banco Tucumán”. En 1996 gobernaba Bussi y Alperovich presidía la comisión de Hacienda, donde se debatió el tema. “Cualquier decisión económica tenía que pasar por Alperovich”, completó Walter, enrolado en la actualidad en el Pro, el partido de Mauricio Macri.
 
El nuevo desafío: las elecciones del 99


Se terminaba su mandato en la Legislatura. No había posibilidades de reelección y había que buscar nuevas alternativas. Al parecer, Alperovich ya había visto la zanahoria. Ocho meses antes de finalizar su periodo firmó la ficha de afiliación al centenario partido, con la esperanza de saltar a la intendencia capitalina.
Desde el radicalismo lo impulsaron como candidato a intendente de la Capital para vencer a Raúl Topa. Alperovich no la tenía fácil. El ex vicegobernador conservaba una muy buena imagen y gran adhesión en un distrito en el que las estadísticas le eran favorables al bussismo. 

Alperovich desempolvó el intento de acuerdo con el PJ, de 1995, y volvió a la carga. “Yo quiero ser intendente, no candidato”, se le escuchó decir en varias oportunidades. Tenía muy claro su objetivo. El plan consistía en postularse a intendente por el radicalismo, pero estar atado a tres candidatos a gobernador.

Todo un invento para la época. Algo similar a lo que ahora se le denomina el acople o lista colectora. Así fue que Alperovich pretendía que los candidatos a gobernador Rodolfo Campero (UCR), Julio Miranda (PJ) y Gumersindo Parajón (Pueblo Unido —ex UCR—) lo llevaran en su misma boleta como candidato para administrar la Capital.

“Si salgo, es para ganar”, repetía Alperovich. El radicalismo le aceptó la candidatura, pero no los acompañantes.

Mientras en el partido se debatía el engendro político que proponía Alperovich, éste llegó en su coupé Toyota Celica negra —uno de los pocos vehículos que manejó, porque siempre tuvo chofer— y la estacionó frente a la sede radical. Se debatía la viabilidad de su plan de aliarse con otros partidos para conquistar la intendencia. La respuesta fue como un baldazo de agua fría. El partido dijo que no era posible una alianza con el mirandismo y así fue que Alperovich no pudo ser candidato a intendente de San Miguel de Tucumán. 

“Estos creen que soy boludo”, dijo Alperovich cuando se subió al auto, en plena retirada. Finalmente, el candidato fue Horacio Ibarreche y a la intendencia fue ganada por Raúl Topa, el hombre de Bussi. 

Miranda no, Miranda sí

Las elecciones del 6 de junio de 1999, en Tucumán, pasarán a la historia. Ricardo Bussi se había acostado esa madrugada con su triunfo electoral y se convertía en el próximo gobernador de la provincia e iba a suceder a su padre, el represor Antonio Bussi. Su principal rival, Julio Miranda había reconocido la derrota frente a las cámaras de televisión. 

Pero todo cambió de la noche a la mañana. Los resultados, como por arte de magia, se dieron vuelta. El conteo final dijo que el candidato del PJ venció por 4.205 votos al heredero de Bussi. El radicalismo, que llevaba otra vez de candidato a Rodolfo Campero, había quedado tercero. “En esas elecciones se metieron las uñas”, reconoció un viejo dirigente peronista que había trabajado en el equipo electoral de Miranda. “Meter la uña”, en Tucumán, es una forma más elegante de decir “que se robó”.

Gendarmería tenía a cargo la custodia de las urnas. En ese momento, el jefe de la delegación tucumana era Alberto Kaleñuk, quien fue ungido jefe de Policía durante el gobierno de Miranda y actualmente es secretario de Alperovich. El mismo se autodenomina “la sombra” de Alperovich.

Esa noche, Alperovich estaba eufórico. “Ganamos, ganamos”, decía Alperovich ante la mirada incrédula de un camarógrafo de Canal 10, que no entendía nada.

Su salto de celebración no tuvo tanta trascendencia en ese momento, pero Alperovich fue una suerte de profesor para el ex diputado nacional Eduardo Lorenzo Borocotó en el arte camaleónico de cambiar de color político según la ocasión.

La noche previa a las elecciones Alperovich había estado en la casa de Miranda. Observaba cómo se armaban las viandas para repartirles a los fiscales que iban a custodiar los votos peronistas el día de las elecciones. Caminaba, fumaba intranquilo. Lo único que preguntaba, varias veces, era si iban a ganar. En ningún momento intentó colaborar con el armado de los almuerzos.

“El acuerdo del Parque”


Miranda había deshojado la margarita primero entre los miembros del partido que presidía, el PJ. Había sondeado a José Carbonell, José Antonio Nadef y Jorge Olmos para que se hicieran cargo del Ministerio de Economía. Los últimos dos estaban en el Tribunal de Cuentas de la Provincia. “Ninguno de los tres aceptó porque pensaron que el negro no duraba ni seis meses”, dijeron Antonio Guerrero y Enrique Romero, ex funcionarios de Miranda.

Miranda desplazó luego a Nadef y a Olmos “porque no respondían al Gobierno”, recordó el legislador Renzo Cirnigliaro en la sesión del 11 de marzo de 2010. Flaco favor les hizo: Nadef y Olmos cobraron una indemnización superior a los dos millones de pesos cada uno tras activar una maniobra judicial por “daños y perjuicios al Gobierno”.  

El gobernador electo tenía que pensar en un plan alternativo. A nivel nacional, Fernando De la Rúa le sacaba ventaja al candidato de su partido, Eduardo Duhalde. A Miranda se le prendió la lamparita y empezó a buscar a alguien dentro del radicalismo para estrechar los vínculos en caso que De la Rúa desembarcara en la Casa Rosada.

En realidad, no buscó tanto. Alperovich era su compañero en la platea del club Atlético Tucumán, entidad deportiva que presidía el mismo Miranda.
Alperovich había mostrado “lealtad” al Gobierno de Bussi mientras se desempeñó en la comisión de Hacienda de la Legislatura y varios dirigentes de su partido se lo habían recomendado. Pero sobre todo, Alperovich era puntilloso con los números. Un estadista.  

Con la propuesta en mente, Miranda reunió a los cuatro legisladores del Ateneo de la Libertad en un bar de una estación de servicios, en los suburbios de la Capital, según recordó Courel, uno de los invitados al encuentro.

“Hubo un ofrecimiento para que gente del radicalismo ocupara determinados lugares en el Gabinete mirandista. Recuerdo haber escuchado a Miranda ofrecerle el Ministerio de Economía a Alperovich”, agregó Courel.

A partir de ese momento comenzó una deliberación dentro del partido para definir si aceptaban, o no, esos lugares que ofrecía el gobernador electo.

“El pacto consistía en Miranda gobernador-Ateneo de la Libertad posicionado en una estructura de poder. Ellos (por los del Ateneo) trabajaron el día de la elección para Miranda y no por Campero”, dijo un encumbrado dirigente que pidió que su nombre se mantenga en reserva. Ese mismo dirigente había trabajado por la candidatura del ex rector de la UNT.

“Alperovich hace una pirueta cuando el radicalismo entra en crisis. Se acercó primero a Bussi, se fue rápido; luego se arrimó a Miranda. Un radical y judío entra en el PJ. Es para el récord Guiness”, dijo, sin pelos en la lengua, Luis Horacio Yanicelli, ex compañero de tertulias de Alperovich.

El radicalismo, que al principio no se oponía al desembarco de Alperovich en el gabinete de Miranda, finalmente no aceptó su desembarco en el gobierno peronista. Esta vez, Alperovich no obedeció a su partido.

—Yo ya tengo el Ministerio de Economía de Miranda. Voy a manejar la plata del Gobierno. O me ayudan a mí; o no están, amenazó Alperovich al presidente del partido Neme Scheij.

—Voy a ver qué dicen los otros, respondió.

Con ese escenario se activó un comité en la casa del “Cholo” Franco, en Hualinchay, un pueblito al norte de la capital tucumana. Estaban presentes el legislador Ramón Graneros, Neme Scheij, Courel y José Ricardo Ascárate, entonces concejal. “Les conté el mensaje de Alperovich y ahí decidimos no apoyar su ingreso al Gobierno”, relató Neme Scheij.

—No vamos a tolerar que seas funcionario de Miranda. Una cosa es hacer una alianza en contra del bussismo, pero no hay que mezclar negocios con política, le dijo Neme Scheij.

Alperovich no cambió de opinión y se sumó al equipo de Miranda. No sin antes otra advertencia de otro correligionario:

—El peronismo te va a hacer mierda. No aceptés ser funcionario, le dijo Courel.

—Me sorprende que me digas eso, vos que me conocés, le retrucó Alperovich.

Recordó Courel, tiempo después. “Mi distanciamiento más grande con él fue cuando asume como ministro de Miranda. La relación se deterioró y estuvimos bastante tiempo sin darnos bola”.

“Ahí fue cuando comienza a unirse al peronismo y a desvincularse de nosotros”, dijo, por separado, Neme Scheij.

Quienes conocen a Alperovich aseguran haber escuchado de su boca que al peronismo lo manejaba con la chequera.

“Hoy se cumple lo que me dijo en 2004. Tiene al PJ manejado desde el escritorio con la chequera”, comentó Tito Herrera durante una fría tarde de invierno de 2010 en el campo del Corona Golf Club de Concepción, a 90 kilómetros al sur de la capital tucumana.

Desde el peronismo relataron otra versión del desembarco en el Gabinete. “Miranda le planteó ser ministro de Economía en la casa de Gregorio García Biagosch (ex legislador radical). Ahí se terminó de cerrar. Estaba todo el Ateneo de la Libertad, que no se opuso”, dijo Antonio Guerrero, hombre de confianza de Miranda y una de las principales espadas de aquel Gobierno.

“La esposa de Alperovich —continuó Guerrero— no estaba de acuerdo. Una vez me encontró en el aeropuerto y me acusó de llevar a su marido al Gobierno. Estaba bien enojada”, contó. Según el ex funcionario mirandista, el Ateneo logró que Neme Scheij fuera electo diputado nacional con el apoyo de Miranda, que era paciente del dirigente radical y médico cardiólogo.

Cuando asumió Julio Miranda, la provincia estaba agobiada económicamente. Lo reconoció el por entonces flamante gobernador en su discurso de asunción, en el teatro San Martín, el 29 de octubre de 1999. La deuda pública alcanzaba los 1200 millones de pesos y el índice de desempleo, según el discurso del mandatario, era del 21,8 por ciento.

Conocido el triunfo de Fernando De la Rúa en las presidenciales del 24 de octubre de 1999 sobre el binomio Eduardo Duhalde-Ramón Ortega, Miranda apeló a la figura radical de José Alperovich, conocedor como pocos de las finanzas de la provincia, pues había ejercido durante cuatro años (1995-1999) como presidente de la comisión de Hacienda de la Legislatura tucumana.

“Le habíamos ganado a Ricardo Bussi por 3500 votos (la elección fue el 6 de junio de 1999). Me reuní con un grupo de radicales, por ser demócratas. Hablamos de la gobernabilidad. Ellos también impulsaron al Ruso para que fuera el ministro de Economía”, relató el ex gobernador Julio Miranda en una entrevista para esta libro.

“Lo que me terminó de convencer fue el triunfo de la Alianza. Pensé que poniendo un radical, De la Rúa nos iba a tirar más plata. Si ganaba Duhalde era otra cosa: yo había pensando en Olmos o Garretón”, agregó.

Miranda convocó a Alperovich a su domicilio, en la avenida Mate de Luna 3020, y allí le ofreció el estratégico cargo. A partir de su designación se generaron conflictos internos en el radicalismo. Un sector proponía su desafiliación y los dirigentes del Ateneo de la Libertad conservaban alguna esperanza que regresara al partido. Finalmente, se fue un tiempo después por decisión propia.

“Fue el único ministro con caja única. El Ruso ejerce la política de la billetera. Siempre gobernó con dinero. El presupuesto en mi gobierno era de 970 millones, mientras que el suyo es de 5700”, diferenció Miranda su tiempo de gobernador con los de Alperovich. Para 2011, el presupuesto de Tucumán es de 9.800 millones de pesos.

La caja única fue una de las primeras medidas de Alperovich como ministro de Economía. Y también una de las más polémicas. La crisis ya se empezaba a sentir. Con esa herramienta, el entonces ministro de Economía consiguió que todos los fondos provenientes de la Nación se acreditaran en una sola cuenta bancaria. Eso le permitió al gobierno de Miranda tener los sueldos al día y evitar un estallido social como el que desembocó en la renuncia de De la Rúa. Pero según algunos dirigentes de la oposición tuvo consecuencias sociales muy graves.

“La caja única fue un entramado maléfico que desfinanció los programas sociales. Eso le generó los problemas de mortalidad y desnutrición que tuvo Miranda”, cuestionó Neme Scheij.

El legislador oficialista Fernando Juri Debo, ex compañero de gabinete de Alperovich en el gobierno de Miranda, dijo que la caja única “le daba prioridad al funcionamiento del Gobierno”. “Cumplió un buen rol como ministro”, sentenció.

La caja única le dio un dolor de cabeza a Alperovich. En los Tribunales Federales hubo una pulseada entre los fiscales y la Cámara Federal. El fiscal general Antonio Gómez consideraba que existía delito porque el Gobierno nacional enviaba pesos y la provincia le pagaba a los docentes de las escuelas transferidas en bonos provinciales.  

En las casas de cambio se obtenía entre un 10 y un 20 por ciento menos por ese cambio. Es decir, diez pesos equivalían a nueve u ocho bonos provinciales, considerados cuasimonedas. La Cámara Federal impuso su criterio y el expediente pasó al fiscal de I instancia Emilio Ferrer, ahora jubilado, quien se declaró incompetente para la denuncia. Su argumento fue que, al ingresar los pesos en la caja única, ya eran fondos provinciales y, por ende, debía investigar la justicia provincial. El expediente fue girado y olvidado en algún armario del Poder Judicial.

La desvalorización de la cuasimoneda tucumana despertó la proliferación de casas de cambio, conocidas por entonces como cuevas. Eran pequeños negocios que cambiaban efectivo por títulos públicos. Estos negocios estuvieron bajo la lupa por ser evasores del fisco. Por entonces, el fiscal Anticorrupción, Esteban Jerez, investigaba a los mirandistas José Alberto Cúneo Verges y Roberto Sagra por su vinculación con el mercado de las cuevas.

Lo cierto es que la cuenta única le dio la posibilidad a Alperovich de tener un control absoluto de los fondos. Por él pasaba todo. Como ministro primero y como gobernador después, Alperovich siempre tuvo un férreo control de la caja del Estado.

Alperovich fue construyendo su candidatura a gobernador desde el Ministerio de Economía. “Nadie lo veía como candidato o como posible rival de Miranda. El Gobierno compraba armas y aparecía José entregándolas. Se compraba ropa de trabajo para las municipalidades y aparecía José. Lo que era un trabajo para un funcionario más político, lo hacía él”, comentó Sergio Mansilla, actual senador nacional por el justicialismo. 

El salto al Congreso

El frío análisis de los números guió a Miranda a una decisión que escondía otro propósito.
 
— ¿Qué opinan del hebreo? Tenemos que buscar algún candidato que nos dé oxígeno para los dos últimos años de gobierno y nosotros los perucas estamos medios desprestigiados, consultó a viva voz Miranda durante una reunión con intendentes y miembros de su gabinete. 

“El hebreo era José. Así le decía Miranda a Alperovich, que por entonces era ministro de Economía”, recordó Sergio Mansilla, presente en aquella charla como intendente del municipio de Aguilares, una localidad 100 kilómetros al sur de la capital tucumana. Antes de dedicarse a la política, el actual senador nacional Sergio Mansilla pasaba su tiempo custodiando el arco de Jorge Newbery, un equipo de fútbol que milita en la Liga Tucumana. 

La decisión final sobre la candidatura a la senaduría se terminó de barnizar en la Casa de Tucumán en Buenos Aires, en Suipacha 140, bajo la supervisión de Ronald Bradis Troncoso, el hombre fuerte de la provincia en la Capital Federal, y otros dirigentes justicialistas que aprovecharían la visita a la gran ciudad para asistir a un partido de River en el estadio Monumental.

Apenas dos años duró la gestión de Alperovich como ministro de Economía de Miranda.

Diciembre de 2000. El calor partía la tierra en Tucumán. Centenares de peronistas en el Hipódromo debatían si autorizaban a Alperovich ser el candidato a senador nacional por el PJ sin ser afiliado al partido. Aún seguía vinculado oficialmente con el radicalismo. Fue la primera misión de Miranda.

Enrique Romero, entonces secretario de Transporte del gobierno de Miranda, se levantó eufórico de la silla y pidió a los compañeros que apoyaran a Alperovich. “El peronismo nunca fue sectario”, argumentó Romero ante los congresales.

Ese mediodía hubo mucha liturgia peronista. La marcha cantada con euforia. Pero sobre todo, verticalismo. Desde la Casa de Gobierno Julio Miranda digitaba todo y seguía minuto a minuto lo que sucedía. Gerónimo Vargas Aignasse y Roque Tobías Alvarez, dos ex fanáticos menemistas, se oponían a su bendición como candidato, entre otros. Hoy los tiempos cambiaron y Vargas Aignasse es un fiel discípulo en la Cámara de Diputados de la Nación mientras que Alvarez es el presidente del bloque oficialista en la Legislatura provincial. Otro que se opuso fue Mario Leito, actual presidente de Atlético Tucumán, club del cual es hincha Alperovich y al que benefició siendo gobernador con 3.550.000 pesos en subsidios estatales entre 2008 y 2009, según se publicó en el Boletín Oficial de la provincia.

En una decisión dividida, el Congreso provincial del PJ finalmente autorizó a Alperovich a ser el principal candidato a senador por el PJ, secundado por Malvina Seguí.       

Miranda se había quedado con dos sensaciones distintas tras el Congreso. Por un lado había conseguido la aprobación para Alperovich. Por otro, comenzó a preocuparse por el ascenso en la carrera política de su ministro de Economía.

El entonces gobernador cerró el Congreso del PJ y luego citó a algunos funcionarios en un bar del centro. “El negro estaba molesto”, recordó el ex funcionario mirandista Antonio Guerrero.

—Estoy caliente porque si este culiado sigue así va a terminar siendo el gobernador si no hacemos lo que tenemos que hacer, se le escuchó a Miranda. Lo miraban Guerrero, el ex ministro de Economía José Alberto Cúneo Vergés y el ex titular de la Caja Popular Alberto Daruich, entre otros. 

Una vez allanado el camino para la postulación llegaron desde Buenos Aires dos personas clave para lograr el triunfo en las elecciones de senadores: el encuestador Hugo Haime y el publicista José “Pepe” Albistur. Ambos se pusieron al frente de la campaña.

“Este chango anda bien, va a llegar lejos”, le dijeron los gurúes a Guerrero.

El 14 de octubre de 2001, la fórmula Alperovich-Seguí obtuvo 185.184 votos, es decir el 37,38 por ciento, y logró así el pasaporte al Senado. En ese momento, en el país se habían multiplicado los votos por Clemente, o por próceres como San Martín o Juan Bautista Alberdi como expresión del desencanto general. El fastidio social se empezaba a hacer sentir. Unos meses después la tensión alcanzaría su cima con la rebelión popular al grito de “que se vayan todos”, en referencia a los gobernantes de turno.

La candidatura de Alperovich escondía una táctica: sentar en el Congreso a un radical para que apoyara al gobierno de De la Rúa y, como contraprestación, obtener más fondos para la provincia. La estrategia duró poco. A dos meses de haber asumido Alperovich en el Congreso, De la Rúa abandonó en helicóptero la Casa Rosada. Había renunciado un Presidente agobiado por conflictos sociales y una profunda crisis política y económica. 

Ganada entonces la pulseada para ser senador nacional, incluso habiendo sido un recién llegado al Partido Justicialista, Alperovich celebró, para curiosidad de algunos, que el cargo únicamente sería por dos años, de 2001 a 2003, y no por cuatro o seis como les había tocado a otros senadores de otras provincias. El azar lo había dispuesto así, por lo que él y Seguí —elegida en segundo lugar— iban a tener un paso fugaz por el Congreso de la Nación. “Ese cargo no me hace falta más que ese tiempo”, se lo escuchó decir a Alperovich.   

“La idea de los peronistas era sacar a Alperovich de la pista. Pensaban que si estaba en el Senado no iba a poder hacer campaña. En ese momento el gobierno de Miranda empezó desgastarse por la campaña mediática de la desnutrición. A José se lo veía que aparecía dos veces por semana en Canal 10 entregando subsidios de 200 y 300 pesos. Seguía midiendo y ahí es cuando se arma la interna feroz con el mirandismo, que ya sabía que no iba a poder tener la reelección porque se les había cortado la posibilidad de la reforma por un montón de cosas que hubo en el medio”, contó Mansilla, hoy senador nacional y uno de los hombres más fieles a la familia Alperovich.  

El plantón de los intendentes

El ocaso del gobierno mirandista estaba nublado por el desprestigio de la pobreza y la desnutrición. Tucumán no era una provincia ajena al fogoso reclamo social del “que se vayan todos”. Así fue que emergió la figura opositora de Esteban Jerez, el fiscal Anticorrupción que había dejado la trinchera de Tribunales para combatir en la arena política. Su capacidad de seducción duró un suspiro y su ambición se redujo a una banca de diputado nacional primero y luego a una como legislador provincial. El contexto también le dio otra oportunidad a Fuerza Republicana, el partido político de Antonio Domingo Bussi. Pero más allá de insinuar una refundación con otra candidatura de Ricardo, uno de los hijos del ex general, esa forma de gobierno ya lucía oxidada y el apellido Bussi ya entraba en franca decadencia. Sin embargo, eso no fue un obstáculo para que el viejo general ganara las elecciones de intendente de la Capital en 2003. Superó por apenas 17 votos a Gerónimo Vargas Aignasse, hijo del ex senador provincial Guillermo Vargas Aignasse, desaparecido en los tiempos de Bussi como gobernador de facto. La revancha llegaría pronto. Bussi no asumió la intendencia: 14 días antes fue detenido y procesado por el ex juez federal Jorge Parache, en el expediente por la desaparición de Vargas Aignasse padre. Fue poco tiempo después que el Congreso derogara las leyes de obediencia debida y punto final.

A menos de seis meses para los comicios, el Justicialismo enloquecía explorando alternativas para evitar que en el siguiente período no cambiase el color del partido gobernante. Julio Miranda insistía con las encuestas y el ala más dura del peronismo no dudaba en impulsar la candidatura del binomio Fernando Juri-Osvaldo Jaldo para la gobernación. Es más, en las calles, unas cuantas paredes en los alrededores del gran San Miguel decían en forma de código: “J-J 2003”.

Algunos de los intendentes discrepaban por lo bajo, aunque lo hacían más por temor a una debacle económica que por el escaso convencimiento que despertaban los posibles candidatos, en este caso Juri y Jaldo. Los intendentes comenzaban a rumiar otras posibilidades. “Todos se las veían negra”, describió uno que se encolumnó detrás del proyecto de Alperovich.  

En este mapa de incertidumbre dentro del Justicialismo, Alperovich decidió redoblar la apuesta para sumar respaldo y apurar la decisión partidaria con vistas a los comicios de 2003. Fiel a su estilo de convocar a reuniones políticas en su domicilio particular, un sábado a la noche invitó a los 19 intendentes a un asado en la residencia familiar de la calle Saavedra Lamas 589, en Yerba Buena. Esta casa funcionó muchas veces como el búnker político del alperovichismo.

Despuntaba la medianoche y la parrilla seguía repleta de carne y achuras. Solamente había llegado uno de los 19 comensales. Se trataba de Sergio Mansilla.

Consultado telefónicamente por un cronista de La Gaceta sobre los participantes del banquete, el entonces intendente de Aguilares apeló a una mentira que luego desató un escándalo. “Somos 14 intendentes”, engañó Mansilla al periodista. Al día siguiente el diario publicó la información en boca de Mansilla y apenas cuatro de los 18 intendentes ausentes desmintieron públicamente haber asistido a la convocatoria llamada por Alperovich.           

“La casa era un velorio. José estaba mal”, recordó Mansilla de aquel fin de semana negro, en el que Alperovich se había sentido traicionado. Al día siguiente, en la tarde del domingo, Alperovich y Mansilla hacían cuentas para ir en busca de la gobernación por fuera del justicialismo. Las posibilidades se reducían a una servilleta de papel con números y tachones. Los “Mellizos” Juan y José Orellana estaban dispuestos a facilitar su estructura en Famaillá, pero no bastaba. Hacía falta más.

Cerca de las seis de la tarde, interrumpió León Alperovich, el padre de José, que llegaba de pasear con su esposa Marta.
    
— ¿Cómo estamos, José? ¿Qué pasa?, consultó el padre.

— Estamos cagados. Parece que Julio (por Miranda) me va a traicionar. No me va a poner, respondió el hijo, casi frustrado.

— Entonces, ¿qué nos queda?, insistió León, que jamás se daba por vencido en nada.

— No papá, hace falta poner mucha guita.

— Eso no es problema. Vos decime si vas a salir elegido o no.

“Hay que meter a uno nuestro y acomodar a los amigos”

Los tiempos urgían y el oficialismo debía tomar una decisión. La sucesión ya estaba en marcha. Julio Miranda convocó a los intendentes y a parte de su gabinete a un cónclave en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno. La cita fue el lunes siguiente al sábado que Alperovich había podido reunir solamente a uno de los 19 intendentes. No participaron de la reunión Alperovich ni Fernando Juri.
 
— Nos está costando horrores llegar al final del mandato porque nos han hecho operativos de prensa. Primero tenemos que asegurarnos de meter a uno nuestro y después ver si podemos acomodarnos los amigos. Yo conduzco el proyecto y tengo esta responsabilidad, entonó Miranda ante los intendentes y parte de su gabinete. 

— Julio tus palabras son las que esperábamos de un compañero. Siempre apelaste y escuchaste a las bases. Te informamos que los intendentes decidimos unánimemente acompañar a Fernando Juri en una fórmula con Osvaldo Jaldo, sorprendió Roberto Castro, entonces intendente de Lules. 

— No es unánimemente, retrucó Sergio Mansilla, de Aguilares, entre murmullos y gestos de asombro. 

Miranda escuchó con atención a todos los intendentes. Luego tomó la palabra el ministro de Economía, José Alberto Cúneo Vergés. El funcionario le agradeció el respaldo a los intendentes durante la gestión. El discurso de Cúneo Vergés era una melodía de despedida. Volvió a agradecer el apoyo y llamó a la unidad del partido, cualquiera sea el candidato. Hasta que cerró Miranda.

—Tengo la responsabilidad de dejar un gobernador de los nuestros. Puede no gustarme un candidato, pero menos me gusta perder una elección. Aquí no hay otra que votar y acompañar al hebreo.

— No puede ser que hagamos mierda todo lo que construimos en el partido, se opuso desencajado Roberto Castro.

— La hagamos corta. Todos lo queremos a Fernandito (por Juri). Yo también hubiera querido ser candidato, pero no nos dan los números. No nos queda otra. La decisión está tomada, concluyó Cúneo Vergés, que tenía bajo el brazo las encuestas con las mediciones de los posibles candidatos.        

Un rato después, Alperovich, que estaba al tanto de la reunión en Casa de Gobierno, recibió el tan esperado llamado telefónico de Julio Miranda.

— Hemos decidido que seas vos el candidato nuestro, le informó el gobernador.  

— ¿Cómo viene la mano con Juri y Jaldo?, preguntó desconfiado Alperovich.

— Se van a tener que alinear. Es el compromiso partidario, lo calmó Miranda.   

— ¿Y quién va ser el segundo mío?, consultó Alperovich con aires de sospecha.

— Eso dejá que lo decida yo, respondió Miranda, jactándose del poco poder que le quedaba.  

Miranda estaba seguro de algo: si el oficialismo no apoyaba a Alperovich, el entonces senador iba a ser candidato por fuera del PJ y, por ende, iba a dividir los votos del peronismo. A entender de Miranda, eso favorecía al ex fiscal anticorrupción Esteban Jerez, que había abandonado las investigaciones por corrupción para dedicarse a la política.

— ¿Por qué Alperovich gobernador?, le preguntó el entonces secretario de Desarrollo Social Alberto Darnay a Miranda.

— Si poníamos a otro perdíamos, respondió el ex jefe provincial.

— Nadie pensaba que vos ibas a ganar, retrucó.

— Alperovich iba a salir por su lado e iba a dividir los votos del peronismo. Así, Jerez iba a ser gobernador, explicó Miranda su estrategia.

— Prefería a Jerez, reconoció Darnay, casi como un lamento.

—Si Jerez era gobernador, terminábamos todos presos, cortó el diálogo Miranda.

El custodio del peronismo

En una suerte de intervención para calmar los ánimos, Miranda irrumpió personalmente en el congreso partidario, celebrado en la sede de FOTIA, para que los justicialistas autorizaran a Alperovich a que fuera el candidato aunque no contara con los dos años de antigüedad partidaria, tal como lo establecía el artículo 64 de la carta orgánica. Dos años antes, Alperovich había sido elegido Senador Nacional por el PJ sin siquiera haber estado afiliado. Finalmente, el 14 de enero, el congreso provincial partidario autorizó a Alperovich ser el hombre del oficialismo después de tres horas de debate bajo un calor insoportable. El plenario peronista había sido presidido por Juan Carlos Mamaní y José Alberto Cúneo Vergés. La votación estuvo dividida: 71 congresales votaron a favor de la suspensión del artículo 64 y 15 se manifestaron en contra.       

Hubo algunos congresales díscolos que omitieron el pedido de Miranda. Alberto Darnay fue uno de los que se opuso a la suspensión. Dijo que se facilitaba que advenedizos fueran candidatos del PJ. Juan Carlos Saravia se sumó a su argumento: “Que Perón y Evita perdonen a los que regalan cargos a quienes no son peronistas”.

Algunos radicales lo sintetizaron así: Alperovich cree que no le debe nada a los congresales porque los compró, entonces, al comprar algo, ya le pertenece. Guerrero, fiel antialperovichista, negó que los congresales hayan recibido dinero para avalar su candidatura a gobernador por el PJ, pese a no contar con los dos años de afiliado que estipula la carta orgánica del partido.

Un tiempo después, Fernando Juri Debo, un justicialista de pura cepa, hizo una reflexión sobre Alperovich y su desembarco en el partido: “Se puso la camiseta. Algunos nunca lo vimos como alguien ajeno. Desde el día que asumió como ministro de Economía actuó como peronista. Se dice que robó la bandera del peronismo, que es la justicia social. Pero en realidad no robó la bandera, sino que la tomó”.

Ungido como el candidato del oficialismo para los comicios a gobernador de 2003, Alperovich aún continuaba sin despertar seguridad y simpatía en el corazón del justicialismo. “Siempre les generó desconfianza a los hombres fuertes del partido. Por eso puse a Fernando (Juri) como candidato a vice. Para que controle la Legislatura. Para que Fernando sea el custodio del peronismo”, argumentó su jugada Julio Miranda durante una charla de invierno en el café La Biela, en el corazón de la Recoleta.

“Había sectores que lo apoyaban y otros que no, que trataban de influenciarme para que no acompañe en la fórmula a Alperovich. Pero vino Miranda y me dijo que tenía que aceptar. Que era la mejor fórmula que medía en las encuestas. Así se resolvió, con un sí a Miranda y un sí a José”, recordó Juri, el vicegobernador del primer mandato de Alperovich.

El tramo final


Conseguida la bendición del PJ, Alperovich aceleró su campaña: financió tres programas de televisión en Canal 10, uno de los dos canales de aire de la provincia. Alperovich había presidido el directorio del canal en la década del 80.

Desde temprano arrancaba la agenda mediática de la campaña. Carlos Rojkés, cuñado de Alperovich, conducía el programa “A las 7” junto con Carlos Amaya y Fernando Pazos. El humor popular pronto bautizó a ese programa como “Gran Cuñado”. También trabajaban noveles periodistas muy ligados al equipo de prensa y difusión de Alperovich.

Apenas finalizaba ese ciclo, Raúl Armisén arrancaba “Se puede”, que mostraba a Alperovich en plena campaña. Era un programa ultraoficialista, similar a 678, que se emite en la televisión pública y se dedica a emitir informes a favor del kirchnerismo.

Pero la agenda mediática no terminaba allí. A medianoche volvía Armisén con su programa “A pesar de todo”.

El esfuerzo de Armisén para complacer a Alperovich tuvo réditos. Cuando Alperovich intervino el canal en 2006 y le quitó su parte a la empresa New Line (socio privado del canal estatal desde la década del 90), Armisén se quedó a cargo de la emisora. Además, dos de sus hijos terminaron trabajando para el Estado provincial.

Diego Lobo fue uno de los cerebros de la propaganda oficial. En la obra “El discurso peronista en Tucumán: de la marcha peronista al ritual del buen gestor”, de la periodista Nora Lía Jabif, Lobo explicó parte de la estrategia comunicacional. “Se centró la publicidad en Canal 10. Se transmitían las ideas a través de un formato que era más bien informativo, pero que de verdad encerraba una pieza publicitaria. Se utilizaba el pseudo evento, pero gracias a una coyuntura: por la crisis había caído un 60 por ciento el abonado al cable, que estaba ávido de televisión. Aprovechamos el segmento informativo de 7 a 9 y de 9 a 12 de Armisén. Los formatos fueron informativos y una especie de magazine. En medio de eso se iba mostrando la actividad del candidato”, precisó Lobo.
 
El día del triunfo

El domingo 29 de junio Alperovich reunió a su familia y fue a votar a primera hora. Lo acompañaron su padre León, su esposa Beatriz Rojkés y sus hijos. Desde temprano ya estaba optimista por el desenlace. Las encuestas que manejaba le sonreían. Su sueño estaba a punto de cumplirse. Sólo faltaba esperar el cierre de los comicios y aguardar los resultados.

La casona de la calle Saavedra Lamas se fue llenando de a poco. Desde allí se siguió atentamente el escrutinio a través de una pantalla gigante y se montó un escenario, desde donde un eufórico Alperovich entonó sus primeras palabras como gobernador electo. Cuando el triunfo se tornaba irreversible, Alperovich ordenó asar media res y cientos de choripanes, y preparar 30 litros de locro. Estaba exultante. Abrazaba y besaba a Juri y a Miranda: su vicegobernador y su inventor.

Ya entrada la madrugada, con el triunfo en el bolsillo, Alperovich se subió al “rusomovil” y arrancó la caravana hacia la Casa de Gobierno. Lo acompañaba su familia, Juri y su fiel seguidor Alberto Kaleñuk, ex jefe del destacamento local de Gendarmería y de la policía tucumana durante el mandato de Miranda. Desde ese momento, Kaleñuk se convirtió en la sombra de Alperovich. 

La fórmula Alperovich-Juri obtuvo 271.579 votos (44,40 por ciento) frente a los 157.582 de Esteban Jerez-Horacio Ibarreche (25,76 por ciento). Ricardo Argentino Bussi quedó en tercer lugar con 122.363 sufragios (20 por ciento).