Cruzar los Andes a pie: el telón de fondo de una hazaña de 120 jóvenes de todo el mundo

Martes 13 de Febrero de 2018, 07:52

Los jóvenes lograron alcanzar su objetivo de cruzar los Andes a pie.



El reloj marca las 4 de la mañana y el grupo se levanta para emprender el día con su primera actividad: mirar el cielo. Llevan el cansancio a cuestas por los cientos de kilómetros que ya recorrieron pero, pese a eso, el clima es de fiesta porque, a cada momento, el objetivo de cruzar los Andes a pie se vuelve más palpable.

Estos 120 jóvenes -de la Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, México, España, Alemania y Portugal- pertenecen al movimiento católico de Schoenstatt y el 20 de enero se adentraron en la Cruzada de María. Esta es la séptima edición de una travesía que consiste en caminar 400 kilómetros y atravesar la Cordillera de los Andes, desde los santuarios de Mendoza hasta el de Bellavista (Santiago de Chile) en una aventura que dura 17 días y que a es una tradición: se hace desde 1999. El lunes pasado cumplieron la meta.

Marcos Lukac, un argentino de 24 años -que cruzó la cordillera por primera vez como parte de esta peregrinación- cuenta cómo era la rutina. Al despertarse, los caminantes miraban el cielo un rato, armaban las mochilas, desayunaban algo liviano y hacían una oración de la mañana en la que repasaban la vida de un santo a partir del cual se desprendían los objetivos que tendrían durante esa jornada.

Cerca de las 6 comenzaba la hazaña. Por día caminaban alrededor de 6 horas por lo que, en general, alcanzaban distancias de entre 26 y 34 kilómetros. "Llegábamos a destacamentos del ejército, gendarmería, campings o lugares a la intemperie como cuando nos quedamos abajo del puente de las Avispas o abajo del puente Picheuta".

El día que hicieron Picheuta-Punta de Vacas se encontraron con que, 20 minutos antes de llegar, no tenían donde dormir. En ese momento, el hombre que estaba a cargo de la logística dijo que tenía "fe de que la virgen les iba a dar un lugar". Al cabo de unos minutos, la directora de la escuela del pueblo les abrió las puertas para que pudieran dormir.


En general, llegaban a esos lugares -donde luego pasarían la noche- alrededor de las 14 y el almuerzo -que consistía de una papa, un huevo duro y un tomate, con fruta de postre- daba paso al tiempo libre. Algunos dormían la siesta, mientras otros optaban por compartir un momento con la comunidad de peregrinos hasta la misa de las 18. "La cena era bien abundante y caliente, algo como carne asada, polenta con tuco, pastas o guiso", cuenta Marcos.

"Durante la caminata, la primera hora era en silencio para reflexionar, rezar y para terminar de despertarse", cuenta el caminante argentino, entre risas. Las cinco horas restantes, mientras avanzaban -en general, por la banquina- aprovechaban para conocerse entre todos. Y en esos encuentros se jugaba gran parte de la magia de este desafío. "El grupo estaba cada vez más ruidoso, más unido, era un compartir cada día más abierto", cuenta Lukac para quien el punto de inflexión fue llegar a la imagen del Cristo Redentor que, al estar 3850 metros sobre el nivel del mar, se galardonó como el punto más alto del recurrido.

Desbordado de euforia y alegría, cuenta que llegar a ese lugar tan emocionante hizo que tengan "las fuerzas más altas". Y reflexiona: "Es uno de los lugares a los que más costó llegar. Fue algo muy fuerte y lindo. Era tener presente a amigos, familia, proyectos y las intenciones de cada uno. Estábamos todos concentrados en esas cosas y compartiéndolas en una misa abajo del Cristo Redentor".

Los primeros días, Marcos iba -junto a su amigo Lucas Hojman (23)- adelante para avisarle al tránsito que, detrás suyo, venía el grupo. Luego, empezaron a ir al fondo para evitar que alguien se quede o se pierda. Lucas celebra que esta iniciativa genere encuentros entre personas de varias culturas y de diversas partes del mundo. "Todos estamos por un mismo ideal", remarca.


Para este argentino, el Cruce de María era una oportunidad de fusionar sus pasiones. Además de vivirlo como una meta religiosa y una forma de agradecer, al haber estudiado parte de la formación para ser oficial del ejército encontró en el Cruce de los Andes del General San Martín una fuente de inspiración. "A mis creencias les doy mucha importancia, tal es así que si debo entregar la vida tanto por mi religión o por la bandera que juré defender lo haría", señala.

Otro joven de grandes convicciones es Santiago Abella, un mexicano que, con sus 23 años, decidió darlo todo por su religión y convertirse en seminarista. Para él, "la meta es el camino" por eso, además de intentar descubrir enseñanzas para volcar a su vida cotidiana, aprovecha cada paso para "ofrecer el esfuerzo" por las personas que quiere y están pasando momentos difíciles. Al decir esto recuerda con dolor al papá de un amigo, que está en coma.

En su afán por convertirse en cura, ve en esta una oportunidad para "pasar tiempo con Dios y con otras personas que comparten su fe". Y reflexiona: "A veces solo me concentraba en el siguiente paso; otras, el paisaje, la cordillera, las estrellas y el sol me dejaban pensando en lo lindo que es el mundo, en cómo me siento seguro de que hay un Dios que creó todo eso".

Agustín Torrealba encontró en esta peregrinación una manera de combatir la intensidad del ritmo que lleva durante el año plagado de cosas que "lo consumen". Y así lo explica: "Sentí que quería irme muy lejos y desconectarme de todo. Necesitaba el silencio, encontrarme conmigo mismo y con Dios".

Con el correr de los días este chileno de 22 años debió afrontar una lesión "bastante preocupante" en su rodilla derecha. "Era tan intenso el dolor que pensé que no duraría un día más", confiesa y agrega: "En ese momento le pedí a Dios que me permitiera seguir y, si bien no sané, pude seguir caminando con menos dolor".

Agustín reconoce que le dolía "todo" y que necesitó de unos bastones para poder seguir adelante. Sin embargo y pese al cansancio habla de la experiencia como algo que lo hizo "increíblemente feliz" aunque no reconoce qué es lo que despertó semejante alegría. Para él, en la mente es donde se juega el verdadero desafío: "Si la mente está sana entonces podés tratar de sanar tu cuerpo. Por eso, de a poco, logré conocer más mi lesión en la rodilla y controlar el dolor".

17 días. 400 kilómetros. 120 jóvenes. 8 países. Un andar entre las creencias, la superación personal y la fusión cultural en el cruce de la cordillera.





Fuente: http://www.lanacion.com.ar/2106993-cruzar-los-andes-a-pie-el-telon-de-fondo-de-una-hazana-de-120-jovenes-de-todo-el-mundo