La angustiante infancia de la atleta argentina que recibe señales del más allá: “Me acostumbré a vivir con miedo”

Jueves 09 de Julio de 2020, 10:47

Paloma Giordano



Por Fernando Taveira
Infobae

Una nena de tres años pasea por el cementerio de La Plata tomada de las manos de sus padres. La soleada mañana ayuda para paliar el frío invernal, aunque ella no siente las bajas temperaturas. Está abrigada con campera, guantes, bufanda y un gorrito simpático que oculta sus orejas, pero no así las colitas que se desprenden de su largo pelo rubio. Repentinamente, se separa de sus acompañantes y comienza a correr a una velocidad tan sorprendente que ni su papá, ni su mamá pueden alcanzarla. Es una carrera extensa por los desconocidos caminos que representa el laberinto donde descansan los muertos. Se frena de golpe. Sin el aviso de nadie. Frente a ella está la tumba de su abuelo. Es la primera conexión que tiene con el Tata, a quien jamás conoció personalmente.

La escena podría pertenecer a una novela de Stephen King. O a una de las películas de Oren Peli. Pero alejada de cualquier ficción de terror, la historia es real. Y le pasó a Paloma Giordano, la atleta argentina (esquiadora náutica) que se crió recibiendo las señales más extrañas de un mundo desconocido.

Todo comenzó cuando su abuelo construyó su casa en La Plata. Un hogar enorme de dos pisos, con un departamento individual en la planta baja, un taller artesanal y una amplia escalera de madera que permitía el ingreso a la vivienda principal. Además, un extenso pasillo desembocaba en el acceso a las tres habitaciones, el living, la cocina y los baños.

Alberto, o el Tata, nunca conoció a su nieta porque murió antes de que ella naciera. Pero Paloma percibió desde chiquita una conexión profunda con él. Se crió y creció en la misma casa que vivió su abuelo. Y las misteriosas señales marcaron su infancia.

Durante la década del noventa la propiedad estuvo alquilada durante los 5 años que Carlos Giordano (padre de Paloma) estuvo radicado en el exterior. Cuando regresó al país, se casó con Mariana y se instaló con su pareja en el hogar que había heredado.

“Empezaron a sentir cosas extrañas desde que yo era una bebita. La primera vez que pasó, nos tuvimos que ir a la casa de mi abuela por el miedo que sintieron mis viejos”, aseguró la atleta en diálogo con Infobae.

Fue una noche de verano, cuando el matrimonio se despertó en la calurosa madrugada por algunos movimientos desconocidos que sintieron en su cama.

—¿Qué pasa amor? Te moviste…

—¿Estás loco Gordo? Sos vos el que se está moviendo

—Acá pasa algo raro

Lo que parecía un sueño se transformó en pesadilla. Descartada la hipótesis sobre posibles alucinaciones mentales propias de un cuerpo dormido, ambos notaron que la cama en la que estaban recostados experimentaba movimientos fuera de cualquier lógica. Sin pensarlo demasiado, la reacción del matrimonio fue tomar a su hija en brazos y abandonar la vivienda para refugiarse en lo de la madre de Mariana.

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Pasaron dos días hasta que el padre de Paloma regresó a la habitación del pánico. Con mucha bronca y angustia por lo sucedido, el platense se hizo una promesa: “No voy a permitir que nadie nos saque de esta casa”.

Con la misión de eliminar cualquier escepticismo, retiró el somier y colocó el colchón en el piso. Pero la sensación de estar acompañado continuó durante dos noches.

Desesperado por la situación, Carlos decidió llamar a un cura exorcista para que lo asesorara. “Fue muy raro, porque ni bien entró, observó la casa y se fue sin decir ni una palabra. Nunca más se supo nada de él”, explicó Paloma a la distancia, quien por ese entonces no llegaba al año de vida. “Después mis papás llamaron a otro cura que les dijo que en el pasillo habían jugado a la Ouija y no habían terminado de cerrar el portal”, continuó.

En ese pasadizo largo y tenebroso, decorado con espejos y portaretratos, los inquilinos anteriores se habían atrevido a participar del Juego de la Copa. Y las consecuencias parecían amenazar a la familia Giordano. “Cuando el religioso se puso debajo de una puerta con una vela encendida, comenzaron a saltar chispas. Dijo que había tres espíritus que no estaban descansando en paz, que se hacían escuchar y trataban de comunicarse”, siguió en su relato.

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Paloma con su papá.

Con el transcurso del tiempo las señales fueron tomando mayor dimensión. Lo que en principio parecían ser leves doctrinas del escepticismo se transformaron en episodios cargados de misterio sin ninguna explicación razonable. Una pava eléctrica que se encendía de forma automática sin la necesidad de estar enchufada, canillas que se abrían en la soledad de la cocina, armarios que amanecían con las puertas abiertas y los constantes sonidos de pasos sobre las escaleras representaron algunos ejemplos durante un período prolongado. “Una vez estaba con mi mamá y su amiga merendando en el living y de golpe la máquina de coser empezó a funcionar sola. Nos asustamos mucho porque estaba desenchufada”, argumentó Paloma.

Según la mirada de Mariana, la presencia de Alberto se notó en el inmueble desde el día en que se instalaron. Ella está confiada de que alguna vez se le apareció el rostro de su suegro reflejado en la puerta espejada del horno. En más de una ocasión le contó a Paloma que de no haber recibido las señales del Tata, ella no estaría presente.

Como la vez que estaba en el baño secándose el pelo y su hija de un año se encontraba jugando de espaldas hacia las escaleras en una posición peligrosa. Sin ninguna protección, la inestabilidad de la nena pudo derivar en una tragedia, pero un toque en el hombro silenciado por el ruido del motor del electrodoméstico sirvió para darse vuelta de inmediato y rescatar a la pequeña de un posible accidente.

“Suponemos que mi abuelo nos está cuidando. Una noche mi papá no estaba y yo estaba durmiendo con mi mamá. Ella sintió como que alguien la despertó y vio a un desconocido que quería entrar en la casa. Ella cree que fue el Tata, porque ni bien se despertó puso la alarma y la persona que estaba intentando meterse se escapó de inmediato”, enfatizó Paloma, quien aún recuerda a su madre caminando por el pasillo, observando desde las ventanas a un sospechoso que presuntamente tenía intenciones de robarles.

Los misteriosos episodios continuaron a lo largo de los años. Para la joven atleta que participó en los Juegos Panamericanos de Lima se trata de una normalidad cargada de angustia y temor. “Me acostumbré a vivir con miedo”, reconoció con la sinceridad que la caracteriza.

Otro ejemplo se remonta a sus días en el jardín de infantes. En su sala de juegos ella tenía una pequeña silla de metal que usaba para jugar con sus muñecas. Una tarde, mientras estaba durmiendo la siesta y sus padres se encontraban en el comedor mirando una película, escucharon un sonido similar al que se percibe cuando se arrastra un asiento. Nadie reparó en el suceso, porque “creían que se trataba de algo que estaban haciendo las vecinas”. Sin embargo, cuando terminó el filme se sorprendieron con la presencia de la sillita de Paloma del otro lado de la puerta. “Pasó lo mismo con una mesita maquilladora de Barbie. Una mañana mi mamá se la encontró al lado de mi cama. Le dijo a mi papá Gordo te levantaste a la noche y llevaste la mesita a la habitación de Paloma, pero mi viejo le explicó que eso era imposible y nunca supimos cómo llegó ahí”, argumentó Giordano.

Paloma creció bajo el misterio que le provocaron las señales irracionales que recibió “del más allá”. El pasillo en el que habían jugado a la Ouija siempre se encontraba a bajas temperaturas y las correntadas de viento alimentaban los temores de la joven. “Teníamos calefacción central, pero ahí siempre hacía mucho frío. Sin embargo, una mañana de febrero nos despertamos sofocados de calor y nos sorprendimos porque los radiadores estaban encendidos. Nunca entendimos cómo pudo suceder, porque la caldera se encendía manualmente desde la terraza y en verano siempre la teníamos apagada”, explicó Paloma.

Además, la sensación de movimiento en el velador ubicado en su mesa de luz formaba parte de su rutina antes de dormir. “Yo creía que me pasaba porque estaba cansada, pero a mi papá le pasaba lo mismo”, aseguró la platense.

Una de sus últimas experiencias paranormales la vivió en su adolescencia en una noche en la que Mariana se había quedado en el taller trabajando hasta tarde en un emprendimiento personal relacionado a la venta de muñecos de porcelana. Paloma estaba recostada en su cama y escuchaba los pasos de alguien que subía y bajaba por las escaleras de madera. “Pensaba que era mi mamá que estaba inquieta por la cantidad de pedidos, pero cerca de las tres de la mañana sentí que alguien se había acostado al lado mío”, adujo la joven, quien al darse vuelta para abrazar a su madre se dio cuenta de que allí no había nadie.

Fue una situación similar a la que atravesó su prima Clara, cuando durmió en la misma habitación. “Cuatro años más tarde, el día de las inundaciones en La Plata, se quedó en casa y le pasó lo mismo. Sintió el peso del cuerpo de alguien y cuando creyó que era mi tía, se dio cuenta que estaba sola”, explicó la atleta.

Lo llamativo es que esos contactos también los percibieron en la casa de su abuela materna, Jobita. Una tarde, cuando Carlos y Mariana todavía eran novios, un juego de naipes fue interrumpido por la presencia de un ser ajeno a la familia.

—¿Viste lo mismo que yo?— le preguntó Carlos a su pareja con el rostro pálido que le provocó la figura.

—Sí, pasó alguien por atrás mío— fue la respuesta con una naturalidad inexplicable de su novia.

Las lágrimas en los ojos de Carlos despojaron cualquier tipo de escepticismo.

“Me pasó lo mismo el año pasado en el cumpleaños de mi abuela. Estábamos en un patio chiquito que se conecta con el quincho y con mi primo vimos que pasó alguien. No pudimos distinguir si era un hombre o una mujer, pero era una persona adulta”, continuó Paloma, y recordó que su reacción se amparó en un llanto desconsolado a causa de la misteriosa presencia.

Televisores que se encendían solos al máximo volumen, golpes provenientes del taller y en los respaldos de los sillones, portarretratos caídos en sectores imposibles de explicar y fotos que desaparecían de sus lugares conformaron otros episodios que provocaron la mudanza de la familia hacia un lugar más tranquilo, a la orilla de un lago.

Sin embargo, la misteriosa casa de La Plata sigue intentando comunicarse con sus habitantes. Actualmente, la tía de Paloma se encuentra en el lugar y también atraviesa sucesos fuera de toda lógica. Todos concuerdan en que el Tata está ahí para protegerlos. /Infobae

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