Como hizo Suecia para frenar el Covid sin barbijo ni aislamiento

Martes 22 de Septiembre de 2020, 08:40

VIDA NORMAL. En Suecia no hay aislamiento ni rostros cubiertos con barbijos.



Un tren se detiene en la estación de metro de Odenplan en el centro de Estocolmo, Suecia, donde los pasajeros sin mascarillas suben o bajan antes de acomodarse para mirar sus celulares.

Ya sean trenes o tranvías, supermercados o centros comerciales -lugares donde las mascarillas son habituales en buena parte del mundo- los suecos viven su vida sin ellas.

Cuando la mayor parte de Europa confinó a su población al inicio de la pandemia cerrando escuelas, restaurantes, gimnasios e incluso fronteras, los suecos siguieron disfrutando de muchas libertades.

La estrategia relativamente discreta llamó la atención del mundo. Pero también coincidió con una tasa de muertos per capita mucho mayor que la de otros países nórdicos.

Ahora que los contagios vuelven a subir en buena parte de Europa, el país nórdico de 10 millones de habitantes registra una de las cifras más bajas de nuevos casos de coronavirus, y solo tiene 14 pacientes infectados con el virus en cuidados intensivos.

Según el Centro Europeo de Control de Enfermedades, Suecia reportó 30,3 nuevos casos de COVID-19 por 100 mil habitantes en los últimos 14 días, frente a los 292,2 en España, 172,1 en Francia, 61,8 en Gran Bretaña y 69,2 en Dinamarca, países que impusieron estrictas cuarentenas al inicio de la pandemia.

En total, Suecia registra 88.237 contagios y 5.864 muertos por el virus, o 57,5 muertes por cada 100 mil habitantes desde el inicio de la crisis.

La forma en la que se veía la estrategia de Suecia en el exterior parecía depender sobre todo de en qué fase de la pandemia estaba el observador en ese momento. En un principio, muchos extranjeros vieron con incredulidad las imágenes de suecos cenando con amigos en restaurantes o tomando cócteles en las orillas de Estocolmo. Algunos sintieron envidia por los negocios suecos, que no se vieron obligados a cerrar.

Ahora, mientras crece la segunda oleada de infecciones en el continente, está de moda elogiar a Suecia. Reporteros franceses, británicos y de otros lugares viajan a Estocolmo para preguntar por su éxito.

Aunque el resto del mundo miraba con envidia a las libertades de las que disfrutaban los suecos mientras otros lugares estaban en cuarentena, no había tantas como la gente asumió. Las aglomeraciones se limitaron a 50 personas y se prohibió congregarse en bares.


La mayoría de los cambios incluía acciones voluntarias de los ciudadanos, más que normas impuestas por el gobierno.

Esa confianza depositada en la población para que asumiera responsabilidad personal en la pandemia contrastaba con la mayoría de países, que utilizaron medidas coercitivas como multas para forzar el cumplimiento.

Esto se atribuye a menudo al modelo sueco de gobernanza, donde grandes autoridades públicas formadas por expertos desarrollan y recomiendan medidas que se espera sigan los ministerios. En otras palabras, la gente confía en los expertos y científicos para que elaboren medidas razonables, y el gobierno confía en que la gente siga los lineamientos.

A los suecos se les pidió que trabajaran desde casa cuando fuera posible y mantuvieran una distancia social, y la mayoría obedeció por propia voluntad
. Aunque ahora la gente viaja en transporte público sin mascarillas, también hay muchos menos pasajeros que antes.

A diferencia de la mayoría de los países europeos, que ordenaron el uso de mascarillas en espacios públicos, Suecia no recomienda su uso generalizado, y la gente sigue esa recomendación.

Las autoridades dicen que las mascarillas, utilizadas fuera de centros sanitarios por personas no formadas, pueden dar una falsa sensación de seguridad que llevaría a que gente enferma saliera de casa e ignorase la distancia social. En su lugar, creen que las recomendaciones sencillas pero no negociables ofrecen normas claras que pueden mantenerse mucho tiempo: quedarse en casa en caso de síntomas de COVID-19, mantener buena higiene de manos y guardar la distancia social.

En un país del tamaño de California con apenas un cuarto de la población de ese estado de 41 millones de personas, y dados los bajos niveles de contagios, la mayoría de los suecos creen que llevar mascarilla tiene poco sentido.

 

Carol Rosengard, de 61 años, que gestiona un centro para jóvenes discapacitados, ha visto a la gente utilizar mal la mascarilla o quitársela para fumar un cigarro o beber agua.

“No es así como deben utilizarse”, dijo Rosengard, explicando que está de acuerdo en que no se imponga su empleo.

Es la misma opinión que expresó Hallengren, la ministra de Salud, que no niega la eficacia de las mascarillas por completo y las considera útiles en casos de brotes locales graves. Pero al mismo tiempo, rechaza imponer medidas para todo el país.

“La gente no llevará mascarillas durante años”, dijo
. /Infobae