El domingo más negro en la historia de Boca: goleado 6-1 por San Martín de Tucumán en la Bombonera (video)

Sábado 20 de Enero de 2024, 09:45





Fue un estruendo que resonó desde La Bombonera hasta Tucumán, desplegándose por todo el país. Muchos no daban crédito de lo que escuchaban por la radio o al leer los titulares de los diarios vespertinos, que todavía eran una costumbre. Boca sufría la más amplia derrota de su historia en su estadio, al ser goleado por San Martín de Tucumán 6-1, dejando a ese domingo 20 de noviembre de 1988 en la historia del fútbol argentino.

Por supuesto que sobraron los méritos en el vencedor, nadie podría discutirlo, pero hubo una jugada clave, decisiva para todo el desarrollo posterior. Juan Simón fue siempre no solo un extraordinario defensor, sino un verdadero caballero dentro de la cancha. Sin embargo, fue el protagonista de esa acción de vital importancia para el posterior desarrollo, que así recordó en diálogo con Infobae: “Veníamos de perder contra Independiente en Avellaneda, que nos cortó una racha de seis triunfos consecutivos. Supuestamente, ese partido en La Bombonera era el ideal para levantar cabeza, accesible en los papeles. La jugada de la patada la recuerdo perfectamente, porque estaba sacado con Juárez, uno de los marcadores centrales de ellos. Quise dominarla, la adelanté mucho y, de caliente, me tiré con todo, con las dos piernas hacia adelante. Enseguida me di cuenta e, instintivamente, me agarré la cabeza porque pensé que lo había quebrado a Troitiño. Me suspendieron solo por una fecha, por tener buenos antecedentes, aunque me tendrían que haber dado tres o cuatro. Fue una patada descalificadora, que todavía me avergüenza”.

Transcurrían apenas 23 minutos y el árbitro Luis Pasturenzi no dudó en mostrarle la tarjeta roja, que también vio Daniel Musladini, jugador xeneize a préstamo en el cuadro tucumano, por protestar. En teoría, quedaban 10 contra 10, pero Simón era irremplazable en el andamiaje defensivo de ese Boca con gran vocación de ataque. Muchos se miraron en las tribunas, temiendo que algo malo estaba por venir. Nadie pensó que sería tanto…

Tres minutos más tarde, Richard Tavares derribó dentro del área a Antonio Vidal González y el árbitro no titubeó al marcar el claro penal. La responsabilidad la tomó Jorge Orlando López, un trotamundos del fútbol, que había arrancado su carrera en 1976 en Argentinos Juniors, al lado de Diego Maradona, para luego pasar por varios equipos de aquí y el exterior. Su derechazo fuerte, alto y al medio, superó el esfuerzo de Navarro Montoya. Boca se lanzó al ataque, tuvo varias chances concretas en los pies de sus goleadores, Comas, Perazzo y, sobre todo, Graciani, que no pudieron concretar. En el ambiente flotaba el axioma futbolero de la manta corta, porque los visitantes aguantaban y esperaban agazapados, para explotar los espacios defensivos. Como lo advirtió Enrique Macaya Márquez en la transmisión de televisión por ATC: “Marca muy mal Boca, hay demasiadas imprecisiones e inexactitudes en el fondo. Las subidas de Cuciuffo dejan espacio a su espalda para los contragolpes”.

Ese fue un cambio que había llamado la atención en la alineación local, porque José Omar Pastoriza decidió sacar a Luis Abramovich, su tradicional lateral derecho, para poner ese lugar a José Luis Cuciuffo, que era marcador central. En los minutos finales del primer tiempo, San Martin tuvo algunas aproximaciones y a los 44 alcanzó el segundo gol, con una aparición de Unali, el marcador de punta izquierdo, que se desenganchó por su sector y puso el 2-0 con un potente remate bajo. Lejos parecían quedar las palabras de Mauro Viale, el relator de ATC, que en la apertura desde los vestuarios había dicho: “Y como en fútbol realmente algunas teorías se cumplen, Boca puede reaccionar hoy porque tiene enfrente un rival de menor envergadura y esta es la realidad, sin querer ofender a nadie”.


Walter Perazzo fue uno de los grandes goleadores del fútbol argentino en la década del ‘80. Tras su destacada actuación en San Lorenzo, fue una de las incorporaciones estelares de Boca, que se había reforzado muy bien para esa temporada, ya que junto a él llegaron Fernando Navarro Montoya, Juan Simón, Claudio Marangoni y Carlos Tapia, entre otros. Así nos evocó aquella tarde: “La realidad de ese partido es que durante el desarrollo se sucedieron un montón de situaciones que poco tuvieron que ver con lo que pasaba dentro de la cancha. El comienzo fue parejo, pero con mayor predominio nuestro, hasta que llegaron las expulsiones de Musladini y Simón. Seguimos jugando ofensivamente, generando muchas situaciones de peligro, que no pudimos concretar de manera increíble. Quedamos un poco descompensados y cada contra parecía letal, porque tuvieron una gran efectividad. El trámite del partido no tenía que ver con el resultado: ellos llegaban y hacían los goles”.

El árbitro fue Luis Pasturenzi, un joven de la nueva camada que recién estaba haciendo sus primeras armas en la máxima categoría. Pasados 35 años, recuerda a la perfección todo lo vivido en la charla con Infobae: “Era la primera vez que me habían designado para dirigir en la Bombonera. En la teoría, era un partido que pintaba como accesible para Boca, como para que ganara holgadamente, cosa que en la práctica fue exactamente al revés. Cuando salíamos al campo de juego con los asistentes, decíamos: “Por suerte va a ser una tarde tranquila, porque lo más probable es que Boca goleé”. Lo que ocurrió fue que San Martín tuvo la actuación de su vida, con un Vidal González intratable, autor de tres tantos. Terminó 6-1, pero el score pudo ser mucho más amplio, porque cada contragolpe era medio gol”

El entretiempo debía obrar en dirección de la calma y el replanteo de Boca para el segundo tiempo. Pero nada de eso ocurrió, porque siguió acelerado, desacoplado y, para colmo, en la primera llegada, a los 2 minutos, San Martín marcó el tercero con un remate de Antonio Vidal González, que dio en el pecho de Navarro Montoya y le volvió al delantero que definió cruzado. Tras un primer tiempo con escasa participación, iba a ser la gran figura, no solo del complemento, sino de aquella tarde. A los 57 se fue solo por la izquierda y al pisar el área definió suave para el 4-0 y 7 minutos más tarde completó su faena gloriosa con un furibundo derechazo que se clavó en el ángulo, cuando Boca ya estaba con 9 por la expulsión de Fabián Carrizo, uno de sus futbolistas más descontrolados en ese cotejo.

Antonio Vidal González llegó a San Martin al comenzar la temporada, con sus buenos antecedentes como delantero rápido y goleador. Había sido la figura y el máximo artillero de Guaraní Antonio Franco, que descendió del Nacional B, pero la dirigencia del club tucumano y el entrenador Nelson Chabay, repararon en él. No le resultó fácil ganarse un lugar entre los titulares, a tal extremo que estuvo a punto de hacer las valijas y regresar a su provincia, al plantearle al técnico sus ganas de jugar. Unos días antes de enfrentar a Boca, José Campos se lesionó ante River y allí escuchó las palabras del DT: “Tanto que querías entrar, el domingo vas de arranque en la Bombonera”.

González no era un desconocido para Boca. El domingo 21 de abril de 1985, cuando estaba en Guaraní Antonio Franco, lo enfrentó en un amistoso en la ciudad de Misiones, que terminó siendo una fecha legendaria para el club, ya que se impuso por el sorpresivo score de 6-0 y el delantero fue el autor de 4 goles. La historia estaba a punto de repetirse: “Fue uno de los partidos más importantes de toda mi carrera. Esos tres goles en 17 minutos significaron muchísimo, ya que aquel fue mi primer partido como titular en San Martín. Haber marcado tres tantos en esa circunstancia y a un gigante como Boca en su cancha, no tiene precio. Mientras íbamos convirtiendo, no nos dábamos cuenta de lo que estábamos consiguiendo, ni siquiera cuando terminó el partido. Incluso hoy, lo veo a la distancia y me cuesta creerlo. San Martín fue de lo más importante en mi trayectoria, porque me hizo conocido en el fútbol argentino y posibilitó que trascendiera fronteras”.



El partido ideal en la mente del hincha de Boca, para volver a soñar, era una pesadilla, a la que todavía le quedaban 25 minutos. Desordenado, con un hombre menos, pero con gran amor propio, fue para adelante, en busca de poder descontar. La tarde se iba a poniendo a tono con la realidad de Boca, cada vez más gris y oscura, que llevó a Mauro Viale a reclamar en su relato: “Hay que adivinar a los jugadores acá. ¿Qué cuesta encender una luz?”. El hincha daba su propio espectáculo, alentando sin parar como si el marcador fuera inverso. A 10 del final, llegó el grito más grande, con el descuento en los pies de Perazzo: “Mi gol llegó cuando ya perdíamos 5-0, fue una anécdota que nos dio una mínima esperanza, que duró muy poco. Pero realmente ahí, en ese partido y en esas circunstancias, comprobé lo que es la gente de Boca. Ni un solo insulto, ni un reproche, solo aliento sin parar. Y lo que me quedó grabado fue que cuando convertí, lo gritaron de una manera impresionante, como si fuésemos ganando nosotros. Allí terminé de darme cuenta de lo que es esa hinchada, que apoya en todo momento”. En esa dirección va también la evocación de Simón: “Recuerdo lo que fue la gente esa tarde, una cosa increíble. Perdíamos 6-1 y no paraban de gritar. Mejor dicho: lo hacían cada vez más fuerte”. En el minuto final, llegó el sexto y definitivo, el que puso la chapa histórica, en los pies de Dante Unali, que, en casi 350 partidos en Primera División, solo marcó 6 goles y 2 de ellos fueron en esa tarde.


Luis Pasturenzi sigue vinculado con pasión al arbitraje, ya que desde 1994 está dedicado a la docencia, dando clase en distintas escuelas, como la de la Asociación Argentina de Árbitros, la de técnicos y la de instructores. También como veedor en diversas categorías. Aquella tarde de hace 35 años fue un momento importante en su carrera, por la trascendencia del cotejo, con ese resultado inesperado: “El hecho que haya perdido Boca de esa manera, dirigiéndolo un árbitro nuevo, en el mundo del fútbol es muy común asociar ese tipo de cosas, del estilo: “Con este referí nos va mal, con este nos va bien”. Esas cuestiones de cábalas, que han existido siempre, y siguen estando. Quizás hay que vincular a eso el hecho que haya tardado mucho tiempo en volver a dirigir a Boca, después de ese resultado adverso, porque en el plano futbolístico, la superioridad de San Martin fue total y no recibí ningún tipo de reproche con respecto a mi tarea, que no fue polémica ni objetada. Por añadidura me significó que toda vez que me tocaba dirigir al cuadro tucumano, tenía como un plus a favor. Incluso en su estadio, que todos sabemos que es muy difícil, con público hostil que genera presión, pero en mi caso, jamás tuve un problema. Con el paso de los años, la única alegría es que mi hijo mayor, que ahora tiene 40 años, era muy chiquito y todavía no estaba pendiente de Boca, porque con el tiempo se hizo hincha fanático y no le hubiese gustado nada que su padre dirija un 6-1 en contra en la Bombonera”.

Más allá del impacto trascendente, San Martín no lo pudo capitalizar con continuidad, peleando hasta el final del certamen con el promedio y finalmente descendió junto a Deportivo Armenio. 

Para Boca, el golpe fue durísimo, como lo recuerda Juan Simón: “A los tres días volvimos a perder de locales, contra Platense. La cosa se estaba poniendo difícil y el Pato Pastoriza nos encerró en el predio de Setia durante un mes, porque faltaban seis o siete fechas y habíamos quedado tan lejos del objetivo, que era terminar entre los dos primeros para ir a la Copa Libertadores. De ahí en adelante no perdimos más y logramos la clasificación en la última fecha”.

Fue una tarde inolvidable en el ámbito deportivo, no solo por este encuentro, sino porque en Caballito se disputó un choque que ingresó en el libro de los récords del fútbol nacional. La AFA había dispuesto para ese torneo, que los partidos que terminaran igualados, otorgasen un punto más en definición por penales. Argentinos y Racing ejecutaron nada menos que 44, con algunos futbolistas que remataron en 3 ocasiones. Fue triunfo de los Bichitos por 20 a 19. Al mismo tiempo, Gabriela Sabatini se consagraba por primera vez campeona del Masters en la ciudad de Nueva York, con un detalle interesante. Cuando los hinchas que estaban en las canchas, con sus radios portátiles pegadas a los oídos, escucharon la noticia, brotó instintivamente un aplauso cerrado en reconocimiento a quien ya era, con 18 años, un símbolo de nuestro deporte.
 
Antonio Vidal González fue el "verdugo de Boca"


LA CRONICA DE NATALIO GORIN EN "EL GRAFICO"

Se fueron juntando en el medio de la cancha, dibujando abrazos. Todos. Yelpo, Jiménez, Moreno, Juárez, Unali, Torres, Roldán, Troitiño, Campos, que recién había entrado, López. Y desde el banco llegó Nelson Chabay, y los suplentes, Ibáñez, Monteros, Noriega, Rutar y el mismo Vidal González, con el dolor de un golpe en la pierna derecha pero con toda la felicidad del mundo en su rostro por sus tres goles en el camino a la victoria.

Y se quedaron en la cancha, para que la fiesta fuera interminable, para que ese momento histórico de San Martín no terminara nunca. Después, siempre juntos, todos, levantaron los brazos y se acercaron a la tribuna popular, donde un puñado de tucumanos estaban tocando el cielo con las manos. Seis goles, a Boca, en la Bombonera, para que sea imborrable, por siempre. Emocionante para ellos y para los que miraban. Pero todavía faltaba un premio más. La tormenta de primavera convirtió la tarde en noche, los jugadores de San Martín, siempre juntos, borrachos de abrazos, empezaron a desandar el camino, buscando el túnel, entonces escucharon un aplauso grande, sin fronteras en las tribunas. La hinchada de Boca reconocía la justicia del resultado, asumía la goleada, y despedía a los tucumanos con el telón sonoro que le corresponde a los ganadores. Inolvidable para San Martín, para todos. Ahora es tiempo de preguntas, de acercarse a los goles, al fútbol.

¿Es justa la goleada?

Para que no queden dudas: fueron seis, pero todavía pudo ser un marcador mucho mayor, una catástrofe (¿y seis goles no lo son?). A medida que llegaban los tantos de San Martín crecía la desesperación de Boca. Entonces cada contraataque encontraba espacios vacíos, un defensor contra un atacante, dos contra dos, y apenas producido el desequilibrio el arco de Navarro Montoya quedaba a la vista para la definición. El arquero salvó algunas, otras se fueron por centímetros, o por un par de metros. Hay que repetir la idea: fueron seis, pudieron ser varios más.

¿Jugó bien San Martín?

Sí. Es un cuadro prolijo, ya se sabe. Pero esta goleada no existía en los planes de nadie, ni siquiera en el sueño del más fanático de los tucumanos. Chabay preparó el partido que juegan casi todos en la cancha de Boca: esto es ceder la iniciativa, achicar espacios, pelear la pelota cuando el equipo de Pastoriza intenta acelerar la jugada. A veces sale, a veces Boca desborda. A San Martín le fue bien, pero también agregó lo suyo: personalidad para estar en la Bombonera, mucha frialdad para actuar, y de su lado (obviamente) producciones individuales de alto nivel. El arquero Yelpo no se equivocó nunca en la lluvia de centros que lanzó Boca en su desesperación. Juárez es un zaguero llamativo, siempre sale con la pelota dominada, la cabeza levantada. Unali apareció dos veces frente a Navarro Montoya, las dos fueron gol. Troitiño anduvo por toda la cancha, haciendo la pausa, metiendo pelotazos profundos, jugando siempre la justa. Y el verdugo de Boca, el misionero Vidal González, tres goles, otros tan-tos perdidos, un surco en cada arranque y la sensación de que este domingo era imparable, ni aun ante los golpes de Tavares, Carrizo, Cuciuffo o Hrabina.

Un hecho decisivo


El partido no tenía dueño. Una buena jugada de Perazzo en el arranque, enseguida la defensa de Boca juega mal al offside y Vidal González que remata sin la convicción que habría de mostrar después. La intención ofensiva era de Boca, pero ya fue dicho que San Martín no era timorato, no quería defender el empate bajo sus palos, trataba de dar lucha cerca de la mitad de la cancha. Y de pronto cambia el destino. Un rato antes Simón se había enojado con Juárez porque entendió que el tucumano le había tirado un pelotazo a pegar mientras estaba en el piso. Se quedó con esa idea y en una nueva jugada de ataque (minuto 24) quiso establecer revancha con el primer contrario que le quedó a mano; perdió la pelota y la quiso recuperar yendo a destiempo y con las dos piernas hacia adelante sobre la humanidad de Troitiño. Fue un foul grosero, Simón se arrepintió en ese mismo instante, pero ya era tarde. El juez lo expulsó. Y también vio la roja Musladini, que ya tenía amarilla. ¿Por eso o para que Boca no quedara disminuido numéricamente? Eso sólo lo sabe Luis Pasturenzi, 38 años, seis partidos en Primera División "A", debutante en la Bombonera. Un minuto después, en la siguiente jugada de ataque de San Martín, quedó probado que Boca había perdido más con las expulsiones: Simón hasta ese momento era su mejor jugador, Musladini apenas transitaba la media cancha de San Martín. Por ese carril que antes defendía Simón se mandó Vidal González, lo desbordó a Tavares y éste lo tuvo que parar con un penal. Ahí empezó el calvario del equipo de Pastoriza.

¿Qué falló en Boca?

Primero, no hubo una buena respuesta colectiva ante la salida de Simón. Tavares pasó como dos, Carrizo de seis, y Marangoni se quedó muy solo en la mitad de la cancha, sin ayuda de Hoyos cuando había que recuperar la pelota. Ya nada fue igual. Y segundo, algo más grave si se trata de un cuadro con pretensiones de pelear los primeros puestos. Casi todos sus hombres, a excepción de Navarro Montoya y Perazzo, perdieron la tranquilidad. Los últimos diez minutos del primer tiempo tuvieron un cariz dramático porque Carrizo, Tavares, Hrabina y Cuciuffo creyeron que podían equilibrar el partido con la caza del adversario. El juez Pasturenzi, que estuvo generalmente bien en los fallos técnicos, quizá amedrentado por los gritos hostiles de la tribuna, fue apenas un espectador más de algunos foules realmente bochornosos, cometidos delante de sus narices por los jugadores de Boca. A Boca le puede quedar una gran lección de este partido, negando el juego quedó a seis goles de diferencia de San Martín. Quizá es momento de recordar que le fue bien cuando le puso fútbol a lo que naturalmente es patrimonio de Boca, el corazón, la garra, el fervor. Y esto ocurrió hace pocas fechas, apenas ayer. .
 
La goleada histórica

San Martín devolvió algunos golpes, pero primero se preocupó por el partido, por hacer lo que más le convenía. Hizo dos goles muy afortunados, de esos que valen dobles por la circunstancia: el segundo cuando faltaba un minuto para terminar el primer tiempo, y el tercero apenas empezó a rodar de nuevo la pelota. Fue como un golpe de gracia. Boca siguió desesperado, tirando centros, atacando como podía, casi una ofrenda a una tribuna que lo alentó hasta el minuto, con ese nobleza que tiene la hinchada de Boca (toda, de populares a platea y viceversa) cuando cree realmente en su equipo, pero San Martín ya manejaba los tiempos y el dominio del partido. Le era muy fácil llegar has-a Navarro Montoya, por inteligencia para salir en cada contraataque que manejaba Troitiño e iba a definir Vidal González, y por algunos defensores de Boca, caso Cuciuffo y Hrabina, que ayudaban cometiendo errores casi insólitos. Así llegó el histórico 6-1, un marcador para todos los tiempos, para que San Martín lo reviva siempre, para que Boca lo guarde como una mancha.