Fotos que hicieron historia en Tucumán: crimen en el Parque 9 de Julio en 1968

Domingo 21 de Enero de 2024, 12:46

Gerardo Gramajo captó los momentos clave del ataque en el Parque 9 de Julio.



El domingo 23 de junio de 1968 por la tarde un hombre llevó a sus hijos a jugar al Parque 9 de Julio y terminó siendo el fotógrafo de un crimen.

Gerardo Carlos Gramajo tomó una seguidilla de imágenes en blanco y negro, mientras otro hombre a pocos metros, dominado por la ira, gatillaba su arma de fuego tres veces en medio de una discusión familiar a plena luz del día, en un sitio repleto de niños que jugaban, y familias que disfrutaban del aire libre.

Gramajo tenía 30 años, un cargo de director de escuela en Las Tacanas, y era un aficionado a la fotografía. Aquella tarde, alrededor de las 16, llevó a sus hijos María del Carmen Gramajo (cinco años) y Daniel Gramajo (tres años) a la zona de los juegos. Su esposa se había quedado en la casa con su tercera hija recién nacida.

Todo era risas y bullicio de chicos que jugaban al aire libre hasta que, de repente, se desató la tragedia. Margarita Bellomío de Hernández estaba con sus dos hijos y su madre a pocos metros de Gramajo, en la misma zona del parque. Un hombre, que más tarde sería identificado como Francisco Hernández, llegó furioso al lugar y empezó una discusión. Hacía poco que Hernández y Bellomío se habían separado.

Hernández llegó acompañado por un amigo y empezó a increpar a su ex mujer y a su ex suegra. El hombre gritaba que no lo dejaban ver a sus hijos. En ese momento pasaba por el lugar un tío de Margarita, el hombre que después sería identificado como José Bellomío, y que llegó a intervenir en el incidente. Según los testigos, Bellomío tomó por detrás a Hernández y luego de un breve forcejeo se escuchó un disparo. Bellomío cayó al césped y tenía sangre en el abdomen. Estaba en el piso y el asesino le disparó dos veces más. El estruendo de los disparos paralizó a los niños entre los toboganes y los bancos.

Gramajo se dio cuenta del incidente y giró el lente hacia el grupo. Sin dudarlo presionó el obturador de su cámara Bessamatic, de origen alemán, que cargaba un rollo de 126. El asesino se dirigió hacia su suegra, que protegió a los niños y corrió a buscar refugio entre los árboles.


El fotógrafo registró la imagen de la mujer desesperada, mientras envuelve con sus brazos a los nietos. 

Con la cámara en mano volvió a girar hacia donde seguía el tumulto en el que estaba el atacante. Otra vez, en cuestión de segundos, Gramajo presionó el obturador. En ese instante clave, el amigo de Hernández, a quien la Policía identificó más tarde como Orlando Vicedo, se abalanzó sobre él, logró reducirlo, le quitó el arma de fuego y huyó rápido. Los testigos dijeron que mientras se alejaba del lugar le gritaba a la suegra: “yo le dije que estaba exaltado”.

Una vez desarmado, Hernández sufrió un ataque de nervios y cayó desmayado sobre el césped. Mientras tanto, Bellomío fue llevado al hospital, donde se dio otra increíble situación. En la guardia del Centro de Salud se vivieron momentos desgarradores, de intenso dolor, porque la víctima fue recibida por su propio hijo, que era practicante de Medicina, y estaba cumpliendo su turno de guardia en el hospital. Según fuentes policiales de aquel momento, Bellomío había llegado sin vida a la sala de quirófano.