Domingo 09 de Marzo de 2025, 10:40

Después de 26 años de estar felizmente casada, Susana, una docente jubilada y martillera, se encontró nuevamente en soledad.
Susana K. tiene voz de adolescente aunque pisa los 59 años. Se la
nota entusiasmada y feliz. El motivo es que se siente más enamorada que
nunca y que está pergeñando casarse por tercera vez. La primera fue a
los 22 con un aspirante a vago que, apenas ella se dio cuenta de sus
intenciones, despachó con rapidez. La segunda fue a los 24, con Horacio,
el hombre de su vida. Con él pasó 26 años, tuvo a su único hijo y
enviudó. Ahora, sería la tercera. De ocurrir, sería una boda llamativa.
El
novio es un hombre de raza negra, dieciocho años menor y que vive en un
lejano y perdido pueblo de Nigeria en medio del continente africano.El segundo amor
“Siempre
fui como el ave fénix. Cuando me di cuenta de que mi primer marido era
un vago que pretendía vivir de mi sueldo, lo eché de casa. Y¿sabés qué
hizo el caradura? Se llevó todos los regalos. Pero yo, siempre que me
caí, arranqué de nuevo. Me compré otra vez la vajilla y los muebles con
mi sueldo. A mis padres, al principio, no les conté nada para no
preocuparlos, pero se ve que mi viejo se dio cuenta enseguida porque me
regaló una heladera. Al poco tiempo, yo tenía 24 años y trabajaba como
secretaria en un estudio jurídico, fui a llevar unos expedientes a los
Tribunales de Córdoba. Ahí estaba Horacio, un empleado que tenía 28 y
que me invitó al cine. Empezamos a salir. Al comienzo de la relación a
mí no se me pasaba por la cabeza la idea de volverme a casar, ya me
había ido muy mal. El tiempo me terminó convenciendo. Horacio era muy
buen tipo y su familia era tan buena gente que me aceptó sin importarle
que yo fuera divorciada. Su mamá era una persona espiritual con un
corazón de oro. Nos casamos y después llegó mi hijo Ramiro que ya tiene
22 años. Fuimos felices hasta que Horacio enfermó. Nunca esperé que
nuestra historia terminara de esa manera. ¡Teníamos pensado envejecer
juntos y viajar! Horacio era un buen padre, tranquilo, jamás se enojaba.
Era agua de tanque. Muy callado y para adentro. Teníamos una vida,
quizá muy estructurada, pero sumamente feliz”.
La enfermedad de
Horacio, al comienzo, pasó medio desapercibida por Susana. A él no le
gustaba hablar de los temas de salud y minimizaba los síntomas. Susana
supo cuando le diagnosticaron diabetes, pero Horacio iba al médico
cuando ella estaba trabajando como docente en una escuela primaria.
Cuando ella volvía a casa, él le contaba lo que quería. Y lo que
callaba, Susana no lo sospechaba. Así fue que ella vivió en un limbo
parte de la enfermedad de su marido.
El final de esa fantasía
comenzó a dilucidarse cuando a él se le lastimó un pie. Era por un
espolón que no cicatrizaba. El hueco creció. Uno de esos días Susana vio
un montón de remedios sobre el escritorio de su marido que solía
trabajar mucho en su casa. Lo encaró. ¿Qué tenía? ¿Qué era lo que estaba
pasando?
“Yo sabía que tenía diabetes, pero no tenía idea de la
gravedad de la enfermedad. Él me lo ocultaba. ¡Esa tarde me vine a
enterar que tenía una diabetes galopante! Los estudios le daban más de
500 de glucosa en sangre (lo normal es tener menos de 100 en ayunas).
Horacio me había escondido la magnitud de las cosas. Me enojé mucho. Le
dije que sentía que éramos como dos desconocidos, que yo no sabía con
quién vivía porque no me contaba lo que le pasaba. Me enteré de que se
estaba inyectando insulina. Como no me explicaba bien corrí a
preguntarle a mi papá, que también es diabético, y él sí me dijo con
claridad lo que significaba. ¡Casi me divorcio! Le reproché que me hacía
sentir como un cero a la izquierda. Lo cierto es que el huequito de pie
creció y debieron amputarle parte del talón. Después fue el pié. ¡Podés
creer que al final estaba tan ciego que cuando se tenía que inyectar
pinchaba la mesa! Era demoledor. Estuve muy enojada con él, porque no me
había hecho partícipe de lo que le pasaba, le recriminaba que no me
había querido lo suficiente para compartirlo conmigo. Me dio mucha pena y
terminé pidiéndole perdón por mi enojo”.
Susana lo empezó a
cuidar con dedicación. Horacio se recuperó, pero otro día más adelante
en el tiempo tuvo la mala suerte de caerse de una silla y de lastimarse
su pierna sana. A partir de ahí fue la debacle.
“Se le puso muy
feo el tobillo y, de esta, ya no se recuperó. Soy muy creyente, creo en
los milagros. Por eso, además de los médicos y de los remedios, busqué
agua bendita. Nada funcionó. Le cortaron la pierna arriba de la rodilla.
Íbamos de hospital en hospital porque todos querían avanzar y cortar
más y más. Un día estaba tan mal que le dije que yo en su lugar
preferiría morir a que me despedazaran de a poco. Al final, Dios se lo
llevó. Tenía 60 años. Jamás se quejó de nada. Se entregó en silencio”.
Horacio
murió en agosto del 2023. Después de 26 años de casada, Susana se
encontró nuevamente en soledad. La vida le había dado la espalda.
Un amigo en la nube
“El
día que murió mi marido sentí que mi vida se había dado vuelta. Desde
hacía ya varios meses que estaba muy deprimida porque veía lo que se
venía. En mi desesperación había empezado a chatear por Facebook. Un
desconocido me había pedido amistad y comencé a mandarme mensajitos con
él. Hablaba en inglés, era de África. Ni pensé en qué cara podría tener.
De mensajes escritos a audios, pero sin verlo, seguimos el diálogo. Me
gustaba charlar porque sentía que ese hombre me escuchaba. Me empezó a
contener en mi gran tristeza. Un día me cansé de no poder verle la cara y
lo amenacé: no iba a hablar más si no lo veía en la llamada. Al día
siguiente me hizo una videollamada y lo vi. ¡Era un joven negro de 39
años! No sé por qué yo no me había hecho a la idea de que podía ser así,
no me había puesto a pensar. Me sorprendieron sus ojos grandes, su
sonrisa. Nunca había tenido alumnos negros, ni amigos negros. Él me
reveló que no había querido mostrarme antes su cara por temor a que yo
lo rechazara. Le expliqué que yo no discrimino. Me gustó porque era muy
sencillo, tranquilo. Suave y cálido en el trato. Me hizo mucho bien la
conversación cotidiana con él en ese momento trágico de mi vida. Es más,
por ese tiempo un día me caí en la calle y me rompí el brazo derecho.
Él me levantó el ánimo, era un ángel en mi camino. Teníamos una relación
de amistad muy linda que volaba por arriba del océano”.
Viaje a un mundo desconocido
Susana
empezó a notar que cuando no hablaban lo extrañaba mucho. Extrañaba sus
risas y sus palabras de calma. Ememma decía sentir lo mismo.
Susana definió a Ememma como un ángel en su camino.
Al
quedar viuda, las conversaciones siguieron adelante. Pero fue a partir
de este momento que la relación entre ellos avanzó un paso más: la
amistad se convirtió en algo más parecido a una relación de pareja.
“Le
empecé a enseñar español. Frases y palabras. Aprendió bastante.
Hablábamos por video y conocí su casa sencilla de techo de paja, a su
mamá, a sus hermanas, a su hija de seis años, Clarina. El cría a su hija
con la ayuda de su madre y hermanas porque su ex se fue con su mejor
amigo. Su familia se mostró exaltada al verme, yo les llamo mucho la
atención por mi color, pero me aceptaron enseguida”, cuenta Susana
divertida.
Pero lo cierto es que hubo un punto en que ella
necesitaba algo más. Verse, conocerlo en persona, “estar juntos, vernos
cara a cara”.
Así se lo dijo y empezaron a programar el
encuentro. Susana viajaría a África. Se dio las vacunas necesarias para
la aventura y comenzó con los papeles.
“Ememma no quería que yo
fuera a Nigeria. Dice que es muy peligroso para las mujeres y más para
mí que soy blanca. Me podían secuestrar. Me aconsejó encontrarnos en
Ghana. El hermano de él trabaja allí, es un país mucho más seguro, y él
podía ir con cierta facilidad porque queda a dos horas de auto de su
casa. El tema era la visa. Una amiga que yo tenía en un grupo de mujeres
africanas en Facebook y que trabaja en migraciones en Ghana me ayudó
con el papeleo. Me consiguió la visa en dos semanas. A principios de
mayo de 2024 tuve la visa que ella me mandó por pdf y el 13 de mayo
despegué de Córdoba hacia Brasil, de ahí a Francia y de ese país a
Ghana. Fueron más de 35 horas de vuelo, uno atrás del otro. Al llegar,
me esperaba mi amiga Samuela de migraciones. Le pagué la visa que me
había sacado y le di los regalos que había llevado para ella. Al rato,
llegó Ememma a buscarme”.
Dice Susana que lo que sintió en el
mismo momento en que lo vio no lo había sentido en toda su vida. Fue un
sentimiento tan intenso como instantáneo.
A Susana le gustó Ememma desde el primer instante.
Amor en colores
“Soy
bajita y Ememma mide 1,80. Desde el primer instante me gustó muchísimo.
Tiene una carita divina tal cual lo había visto por la pantalla de la
computadora. Nos abrazamos y después salimos para el hotel por separado
porque mi amiga me había pedido un taxi y Ememma estaba con un amigo en
otro auto. Recién nos quedamos solos un rato más tarde, en el hotel.
Todo comenzó con un abrazo divino y cálido. A mí me hacía mucha falta
ese contacto piel a piel. En ese momento yo tenía 57 años y el 39. Antes
de viajar yo le había preguntado si nuestra diferencia de edad podía
ser un impedimento para la relación. Él me dijo que no, que no le
importaba en absoluto. ¡Cuando me conoció me aseguró que no podía creer
que yo no tuviera arrugas!”, cuenta desde Córdoba Susana.
Esa
misma tarde tuvieron relaciones por primera vez: “Fue delicado, amoroso,
nada brusco. Para todo pedía permiso. La verdad es que nos
complementamos muchísimo”, confiesa.
El romance cara a cara se
prolongó durante doce maravillosos días. Dormían juntos y paseaban.
Fueron mucho a la playa y Susana experimentó la sensación de ser “la
distinta”: “Vi muy pocos blancos. Me miraban muchísimo. Ememma estaba
divertido. Para ellos, la rara era yo. En el camino iban vendedores
ambulantes con bandejas en la cabeza, ¡como en Buenos Aires en la época
de la colonia! El agua se toma en sachet, sobre todo los que no somos de
ahí. Yo me había llevado mucho repelente y me ponía todo el tiempo
aunque, por supuesto, me había vacunado contra la fiebre amarilla”.
¿Cómo pagaban las cosas? Susana cuenta que algunas a medias, otras ella.
“Pensá que Ememma no tiene un sueldo, vive al día. Es barbero,
peluquero, de varones y de bebés”.
Entre las cosas que más le
llamaron la atención está el hecho de que las mujeres son realmente
diferentes a las argentinas: “Es otro mundo. Hay cosas muy buenas si las
comparamos con nosotros. Allá, cualquier mujer es gorda, tiene cola
grande, tetas enormes y nadie dice nada. Van vestidas con colores
extravagantes y sus hombres las quieren igual. No es como acá con el
físico que hay que ser flacas para que te consideren linda”.
Eso
sí, reconoce que el calor la agobió, le tocaron cincuenta grados de
térmica, y que la comida no le gustó nada porque la encontró aceitosa y
picante: “El calor casi me mata y él estaba como una lechuga. Y me morí
de hambre porque no me gustaba nada”.
Cuando se tuvieron que
separar, para volver cada uno a su vida en distintos continentes, ya
tenían pensado un plan: Susana lo ayudaría a tramitar una visa para que
Ememma pudiera venir a visitarla a la Argentina.
“Al volver a
Córdoba empecé con los trámites para ayudarlo con la visa y encontré que
todo era extremadamente difícil. Un desastre. Me conecté con medio
mundo. Con el consulado argentino en Nigeria, expliqué que venía a
pasear para que le otorgaran la visa de turista. No funcionó. Presenté
documentación, fui al colegio de escribanos de Córdoba, hice el
apostillado de La Haya… No conseguí nada y me enojé con todos. Fui de
nuevo a visitarlo cuatro meses después, en septiembre. Nos volvimos a
encontrar en Ghana. Esta vez me quedé menos, ocho días. Llegué agotada,
el cuerpo me pasó factura. Estuvimos poco tiempo y hablamos mucho de los
caminos a seguir. Fue una visita breve, pero la relación fue divina
nuevamente. ¡A pesar de que me agarré un virus intestinal terrible que
me tuvo un día vomitando! En enero empezamos a pensar que tendré que
volver a viajar. Pero lo cierto es que los viajes son carísimos para mí.
Hoy hablamos del tema durante horas”.
"Muestra relación es auténtica y estamos absolutamente enamorados”, asegura Susana.
Reacciones del resto
Susana
K. de la ciudad de Córdoba está enamorada de Ememma G. de Sapele,
Nigeria. La familia de él está feliz; la de ella presentó algunas
resistencias que Susana no dramatiza y toma con humor.
“Mi papá
tiene 83 años. Es armenio, un poco a la antigua. Cuando le quise mostrar
a Ememma no quiso ni verlo. Miró de reojo y después le dijo a mis
hermanas que yo estoy hablando con un negro”, se ríe Susana al tiempo
que admite ser consciente de que ella empuja lejos los límites
familiares tradicionales, “Mis hermanas aceptaron, pero confieso que al
principio se reían de mí. Entiendo que es algo raro. Mi hijo al
principio se mostró reacio. Le expliqué y le hablé de los valores de
respetar al otro. Ahora lo acepta”.
Los planes siguen y van más
allá. Ella es docente jubilada, martillera y tiene una inmobiliaria.
Esgrime: “Estoy bien económicamente. Tengo capacidad de ahorro porque
vivo sola. Los dos estamos muy enamorados. Queremos volver a vernos.
Tenemos una relación divina. No nos podemos olvidar el uno del otro.
Cuando hablamos, su mamá que tiene 67 años, se muestra feliz conmigo y
su hija Clarina me enseña su cuaderno con la tarea escolar. La verdad es
que yo me quiero casar con él en África y él también… todos están
alborotados jajaja. Él es evangelista y yo soy católica. Pero no lo
haría por la Iglesia, lo haría por civil. Casada me van a dar la visa
para él”.
Esos son los sueños de Susana. Dice que vería más
lógico que él viniera a instalarse a la Argentina con ella porque no se
ve viviendo en África. “Allá me muero con el clima. Imagino más que él
se venga para acá. Él quiere irse de ahí. ¡Imaginate que a partir de las
siete de la tarde les cortan la luz! No tienen nada. Sé que se iría
feliz y que su familia está de acuerdo. ¿La hija? No sé, habría que
sacarle el pasaporte después… Como docente me imagino ocupándome de
llevarla al colegio y de enseñarle. Pero, por otro lado, también pienso
que eso sería sacarle un poco su identidad. Eso es algo más complejo. Lo
que sí es que nuestra relación es auténtica y estamos absolutamente
enamorados”.
Según Susana él venderá su auto Toyota 2007 para comprarse el pasaje y venir detrás de ella.
“Creo
que se va a adaptar a nuestro país. Le va a gustar la vida de acá. La
comida puede ser un tema. Empezará a probar. Arroz con pollo es algo que
él come habitualmente y, también, fideos con queso”, explica riendo,
“Mi casa es de una planta y tiene tres dormitorios, tres baños, dos
quinchos, cochera y jardín y patio con plantas. Va a vivir conmigo,
tengo espacio de sobra. Hasta he pensado que la pieza de mi hijo podría
pintarla de rosa para Clarina si es que ella quisiera venir algún día”.
Susana, Ememma y amigos en la playa.
El 12 de junio de este año Ememma cumple 41; el 15 de octubre Susana celebrará los 59.
“El
tiempo vuela. Estoy para empezar ya mi vida de nuevo. Tengo miedo de
que se me vaya demasiado rápido. Mis amigas dicen que desde que estoy
con él rejuvenecí una década. Tengo ilusiones, no sé cómo explicar lo
que siento. Soy una soñadora y este amor es más fuerte que el que tuve
nunca”.
Al final, no puedo esquivar un pensamiento incómodo. Esta
historia podría ser un encuentro más de necesidades reales que de
amores reales. Pero ¿quién tiene la posta sobre lo que es o no es el
amor? Si en una balsa a la deriva se encuentran los sobrevivientes del
naufragio de la vida, ¿qué más da cómo se llame ese sentimiento que sale
a flote? ¿necesidad? ¿compañía? ¿pasión? Esta parte de la historia será
la que ellos terminen de escribir y quienes, en definitiva, les pongan
nombre. /
Infobae
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