Sábado 03 de Mayo de 2025, 15:39

Charly García entre el público en el recital de Beat en Movistar Arena.
En un tiempo en el que la música más básica parece haberse
apoderado del público, resulta muy extraño que otra música, compleja,
extraña, que parece atentar contra los nervios, la paciencia y el baile,
congregue a tanta gente en un estadio casi completo.
Paradojas
del mercado: BEAT, técnicamente una banda “nueva”, llenó el Movistar
Arena en la noche del viernes y logró que su despliegue de virtuosismo
aplicado a las matemáticas musicales, fuera aplaudido rabiosamente.
La
historia viene de lejos; había una vez una banda llamada King Crimson,
que habitaba el lado oscuro del rock sinfónico, seguida por unos cuantos
fieles pero no por las muchedumbres que vivaban a Yes y Genesis en los
años ’70. Eran tiempos en los que el rock gobernaba la tierra por medio
de sus múltiples brazos que, como un delta, se expandían hasta el
infinito.
BEAT, con Adrian Belew, Tony Levin y Steve Vai. Al igual que a los dinosaurios, corre el mito de que el
rock sinfónico fue eliminado por un meteorito llamado punk, que dio
nacimiento a una especie más simple, bautizada new-wave. Sin embargo,
ese organismo llamado King Crimson mutó y se convirtió en una nueva raza
de velociraptors, adecuada para los años ’80. Un King Crimson 2.0 que
dejó una trilogía de discos venerados como pirámides de pueblos
originarios.
BEAT recoge ese legado y lo trasladó a 2025, de la
mano de Adrian Belew y Tony Levin, sobrevivientes de aquel segundo King
Crimson.
Tony Levin, integrante de BEAT ahora y de King Crimson en los años ’80. El
fundador y líder de King Crimson, Robert Fripp, también ha cambiado e
incentivado por su mujer Toyah Wilcox, deveno en figura de Instagram,
donde se deja despeinar y pintar la cara mientras interpreta jocosas
versiones de temas clásicos del rock.
Hay que decirlo: Robert
Fripp tiró la chancleta; ese hombre del rock serio y académico, es hoy
un señor convertido en Stan Laurel, el integrante delgado del mítico dúo
cómico El Gordo y El Flaco (sin querer extrapolar la metáfora a la
mujer de Fripp, una diosa burbujeante).
Steve Vai, uno de los dos
guitarristas de BEAT.Belew
y Levin aceptaron el manto y cubrieron la vacante de Fripp con Steve
Vai, uno de los guitarristas más apabullantemente virtuosos de la
historia; sus solos suelen ser verdaderas carreras de velocidad. Bill
Bruford fue reemplazado por Danny Carey, baterista de Tool, compleja
maquinaria metálica.
Contundencia y complejidad
Sin
efectos especiales, sin locos juegos lumínicos, BEAT hizo levitar al
Movistar Arena solamente con la contundencia y la complejidad de su
música, que incluye métricas irregulares, el sonido del stick de Tony
Levin (un híbrido de bajo y guitarra que toca pulsando sobre el
diapasón) e intrincados telares de guitarras desplegados sobre riffs
impredecibles.
Danny Carey, del grupo Tool, a cargo de la batería en BEAT. Adelante suyo, Tony Levin.Un
elefante muy bien dibujado presidía toda la escena y pareció ser
suficiente. El paquidermo tiene su origen en el primero de esos discos
del King Crimson de los años ’80, Discipline, donde Adrian Belew
conseguía imitar el sonido de un elefante con guitarra en el tema
Elephant Talk. Con el correr de la noche se fueron develando los
detalles de esta nueva especie musical llamada Beat.
Tony Levin
es ese obrero silencioso que sostiene todo el edificio a través de su
stick y un bajo tradicional (tuneado de amarillo, con el logo de Three
of a perfect pair, tercer y último disco de King Crimson 2.0),
acompañado correctamente por el baterista Carey, al que parece faltarle
esa liviandad del jazz que tenía Bill Bruford a la que suplió con el
golpe pesado que desarrolló en Tool (lo que explica la presencia de
amantes del heavy metal en el recinto).
Adrian Belew, cantante
principal, y guitarrista que se mete por donde no hay camino, era como
el capataz de la obra. La pregunta era ¿cómo encajaría Steve Vai en ese
tramado? ¿Jugaría como un falso Fripp? ¿Arrancaría ovaciones con su
estilo desenfadado y su aluvión de notas por minuto? Nada de eso.
Una segunda parte
“Espero
que hayan disfrutado el intervalo de veinte minutos”, dijo Belew tras
el receso, poco habitual en cualquier concierto de rock. Pero resultó
balsámico tras la primera parte en donde el grupo acometió el repertorio
más arduo, con la excepción de Neal And Jack And Me, del segundo álbum
de aquella legendaria trilogía crimsoniana, Beat.
BEAT, con Adrian Belew, Tony Levin y Steve Vai al frente Sin
embargo, la atención del público fue plena, respetuosa, como no
queriendo alterar el equilibrio perfecto de la naturaleza musical de la
noche. Steve Vai hacía intervenciones rápidas, sin querer gambetear toda
la cancha, y Belew se encargaba de los solos estridentes.
Principio
de revelación: Steve Vai, cuando quiere, sabe jugar en equipo. Era como
si, por voluntad propia, hubiera tocado con la correa corta. Pareció
tratarse de una estrategia: en el segundo segmento, BEAT soltó a la
bestia.
Tras una entrada percusiva a cargo de Belew y Carey que
hicieron lo más parecido a una batucada light que se le pueda pedir a
esta gente, el grupo se zambulló en un número que solo interpretan
esporádicamente y que resultó lo mejor de la velada: The Sheltering Sky,
título extraído de una novela de Paul Bowles.
Adrian Belew, guitarrista y cantante de BEATi. Con
un clima absolutamente logrado, Steve Vai fue desplegando sus dedos
como una tarántula que se despereza y maravillando al público con su
destreza y también con su buen gusto. Belew no se quedó atrás; además de
ser un buen cantante, su guitarra parece convocar al reino animal y
genera especies sonoras imposibles a través de pedales, moduladores y
hasta su propio cuerpo.
En Sleepless, Tony Levin deplegó sus
uñas, en extensiones que él mismo inventó (se llaman “funk fingers”),
donde sus dedos operan a través de ellas como si fueran palillos de
batería.
Hubo también tiempo para canciones (o lo más parecido a
ellas) conocidas por ese público altamente especializado, como la bella
balada Matte Kudasai, Elephant Talk, y esa salvajada titulada
Indiscipline, que dejó al SAME en alerta por posibles ACV. Falsa alarma:
era el disfrute de una música que no es para todo el mundo, tocada por
músicos que parecen habitar otro planeta.
Charly García junto a su hijo Migue, y sus asistentes personales Tato y Javito.Hubo
un regalo final; Adrian Belew explicó que BEAT se había formado para
reinterpretar el repertorio de King Crimson de los ’80, pero se permitió
“agradecer” al público con una excelente versión de Red (1974), una
extrapolación de otro tiempo, en el que sonaba tan marciana como hoy.
Charly
García se puso una remera de su ídola Joni Mitchell.Hasta Charly García,
presente en el estadio, pareció disfrutar de este show tan atípico y
demandante de atención al detalle, al rulo enrevesado, al funk
dislocado. Sin dudas, Beat es una falla del mercado. ¡Pero qué linda
falla! /
Clarìn
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