Lunes 19 de Mayo de 2025, 21:19
En las elecciones legislativas celebradas este domingo en la Ciudad de Buenos Aires, un episodio menor se viralizó rápidamente y alimentó la grieta política: Liber Fernández, un fiscal de mesa de 29 años, se negó a darle la mano al presidente Javier Milei, en un gesto que muchos aplaudieron... y otros consideraron una falta de respeto institucional.
El hecho ocurrió en la sede de la Universidad Tecnológica Nacional de Almagro, cuando Milei se acercó a saludar a las autoridades de mesa tras emitir su voto. Fernández fue el único que rechazó el gesto, haciendo una señal con los dedos para negarse al saludo. El presidente, sorprendido pero sereno, respondió con un gesto de "ok" y siguió su camino, sin entrar en confrontaciones.
Aunque el joven fiscal se apresuró a aclarar que fue “espontáneo” y no algo planeado, cuesta creer en la improvisación de alguien vinculado a un espacio político opositor —en este caso, Ahora Buenos Aires, el sector que acompaña a Leandro Santoro— y que milita activamente en comedores y espacios comunitarios del barrio de Almagro.
En declaraciones posteriores, Fernández intentó justificar su accionar con argumentos políticos: dijo que el presidente “es insensible con la mayoría de la gente” y que “no representa sus valores”. Sin embargo, su rechazo público frente a cámaras parece más alineado con la lógica del espectáculo que con una verdadera reflexión cívica.
“Fue algo espontáneo, de decir ‘yo a esta persona no la saludo’”, dijo Fernández, aunque luego desplegó una larga lista de acusaciones: que el gobierno “apalea jubilados”, “fulmina salarios” y “recorta pensiones por discapacidad”. En otras palabras, una puesta en escena con discurso militante incluido.
Lo que pudo ser un gesto mínimo de diferencias políticas se transformó en una postal de la intolerancia ideológica: negar el saludo a un presidente elegido democráticamente, en un contexto electoral, envía un mensaje que pone en cuestión el respeto por las instituciones más allá de las simpatías personales.
A pesar de que Fernández intentó desligarse de cualquier armado partidario, no es menor que haya sido fiscal por un espacio político y que su gesto haya sido rápidamente celebrado por sectores afines. Incluso dijo que vecinos se acercaron a felicitarlo, como si el rechazo simbólico del otro se hubiera convertido en un mérito político.
En una democracia madura, disentir no implica negar el saludo. El respeto institucional no se mide por simpatía personal, sino por convicciones democráticas. Y eso es lo que pareció faltar en este caso.