Lunes 16 de Junio de 2025, 21:32
Este miércoles, Cristina Fernández de Kirchner se presentará en Comodoro Py para formalizar su detención en el marco de las causas que la tienen como principal imputada por corrupción durante su mandato. Desde ese momento, comenzará a regir un protocolo de monitoreo permanente, y todo indica que la ex presidenta cumplirá prisión domiciliaria, dada su edad y su rol institucional anterior.
Desde el gobierno de Javier Milei hicieron todo lo posible para evitar que Cristina tuviera que presentarse personalmente en tribunales. El objetivo era claro: evitar tensiones en la calle, aglomeraciones o disturbios que pudieran enturbiar aún más el ya frágil equilibrio social. Pero Cristina eligió otro camino: el del espectáculo político.
Durante varios días, salió al balcón de su casa en Recoleta para agitar a su militancia, con gestos y discursos ambiguos, como si con una muestra de apoyo pudiera torcer el curso de la justicia. En lugar de replegarse en silencio y asumir con sobriedad el proceso legal, optó por volver a escena en clave de mártir. El “show de la detención” ya está en marcha.
Cristina entiende que, fuera del poder, el olvido es su verdadero enemigo. Por eso se aferra a cada oportunidad para polarizar, victimizarse y mantener encendida la mística que le queda entre sectores de su núcleo duro. Pero esta vez, ni el relato ni los gritos de sus seguidores parecen suficientes: la contundencia de las pruebas en su contra la dejan sin margen de maniobra política ni judicial.
Desde Casa Rosada observan con cautela. El gobierno no quiere confrontar ni darle a Cristina el papel de perseguida que busca construir. Pero ahora debe afrontar un costoso operativo de seguridad, contener posibles revueltas y garantizar que se respete el procedimiento judicial en paz.
Mientras el país enfrenta una crisis económica y social profunda, Cristina Kirchner intenta volver al centro de la escena. Aunque ya no pueda cambiar su destino, sabe que el silencio la condena aún más que la justicia. Y por eso, busca transformar su caída en un espectáculo. Uno que, esta vez, pocos parecen dispuestos a aplaudir.