25 años de la muerte de Rodrigo: el entramado de señales que derivó en la madrugada trágica

Martes 24 de Junio de 2025, 11:23

Un estudio de televisión, una cena con Fernando Olmedo, un concierto accidentado y una discusión fatal. La inesperada combinación de sucesos que cerró el capítulo de una estrella y abrió paso al mito



El 24 de junio del año 2000, una Ford Explorer roja atravesó la noche en la autopista Buenos Aires-La Plata y, minutos después, quedó convertida en el escenario de una tragedia que conmocionó al país. Dentro del vehículo viajaban Rodrigo Bueno, su ex Patricia Pacheco, el hijo de ambos Ramiro, Fernando Olmedo, Jorge Moreno y Alberto “Cachi” Pereyra. El impacto contra la barrera de contención selló el destino de una de las voces más emblemáticas de la música popular argentina y dejó un sinfín de preguntas, tejiendo un manto de suposiciones sobre si aquello fue un accidente, un enredo oscuro o el resultado de un intento deliberado de silenciarlo.

En la memoria colectiva resuenan las propias palabras de Rodrigo, casi una premonición: “Y cuando te morís, pasás a ser mejor de lo que eras, porque dicen ‘pobre, mirá vos qué buen pibe que era, qué chico bueno’. Entonces ahí pasás a ser el idolatrado. O sea que si soy ahora esto, imaginate cuando me muera. Los discos que va a vender Magenta. Yo no voy a ganar un mango porque yo no voy a estar, lo voy a estar contando en el sobretodo ese de madera”. Son expresiones que a la distancia estremecen, envueltas en una mezcla de ironía y verdad, donde su propio final parecía estar escrito en sus canciones y en sus declaraciones.

Esa noche, Rodrigo fue a comer con su hijo Ramiro y su exmujer Patricia Pacheco. La pareja se había conocido en 1996, él tenía 23 años y ella 20. A los pocos meses de comenzar la relación, Patricia quedó embarazada 

Reconstruyendo esa última noche, Gustavo Urraca Pereyra, amigo cercano y músico de su banda, relató en el podcast Rodrigo, La Leyenda Continúa, que insistió en llevarlo a una nueva edición del ciclo La Biblia y el Calefón. “Me llama Pepe, el manager de Rodrigo, y me dice ‘Andá a buscarlo que tiene que ir al programa’. Cuando fui a su casa, él estaba terminando una nota para un canal extranjero. Cuando termina, le propongo irnos juntos, pero él decide que quiere ir en su camioneta. Yo insisto, le digo que vine a buscarlo, y él se mantiene firme. Así, cada uno sale en su vehículo. Nunca tuvimos chofer. Siempre manejábamos nosotros. Él no era muy bueno manejando… En Córdoba ya había chocado un Toyota. Se abrazó a un poste. Se hizo mierda”.

A las 20, el intérprete pisó los estudios de Canal 13 con su inconfundible energía. Estaba allí para grabar el ciclo que conducía Jorge Guinzburg. Faltaban unos días para la emisión, ya que estaba prevista para el viernes siguiente.

Rodrigo lucía el pelo teñido de azul, una camisa negra, una campera de cuero roja brillante, un jean y botas texanas rojas que destellaban bajo las luces del estudio. Caminaba con paso seguro, sonriendo y saludando a todos, mientras sus fanáticos y el equipo lo observaban con una mezcla de admiración y entusiasmo.

Apenas se encendieron las cámaras, el cantante se convirtió en el centro de todas las miradas. El público, atento a cada uno de sus gestos, no podía contener la risa ante sus anécdotas cargadas de picardía. Cada palabra, cada comentario, arrancaba carcajadas y aplausos, generando un clima cómplice adentro del estudio. En pleno momento de gloria, El Potro se mostraba cercano y auténtico, cualidades que lo habían hecho ganarse el cariño de toda la Argentina.

Esa noche, la grabación contó con la presencia de Georgina Barbarossa, Andrea Pietra y Nacho Goano, quienes compartieron la charla. No faltaron bromas afiladas ni chistes con doble sentido, y el humor cordobés del cantante sumó ese toque único que siempre sabía imprimir. El ambiente se llenó de alegría, espontaneidad y una energía que quedó grabada para siempre en la memoria de quienes estaban allí.

Culminado el compromiso televisivo, pasadas las 22.30 el cantante y su equipo cenaron en El Corralón en la previa de un próximo show en La Plata. Allí, tras sentarse El Potro, el productor artístico Pepe Parada se le acercó, pero no estaba solo. El productor se encontraba con Fernando Olmedo, hijo del recordado capocómico, quien confesó que nunca había visto un show en vivo del cuartetero.

Pepe Parada y Rodrigo Bueno en una foto que quedó inmortalizada en una de las paredes de El Corralón. El Potro tenía su mesa asignada en el restaurante, debido a la frecuencia con la recurría: su lugar era en el fondo del local, cerca de un stand con una exposición de verduras frescas 

Cruzaron unas palabras y lo invitó a sumarse al recital en el boliche Escándalo. Fernando vaciló porque no tendría cómo regresar desde allí hasta su domicilio, pero el cantante insistió en cumplir con su promesa de llevarlo de vuelta a su hogar.

Cristian Toyn Toyn Martínez, percusionista, compartió la extrañeza de esa jornada, en la que había tres shows programados y solo uno se concretó. El relato de los miembros de la banda y del propio representante coincide en que el recital fue intenso y exitoso, hasta que estalló el caos: un ruido fuerte interrumpió la música. Tanto el público como los músicos comenzaron a sentir picazón y ardor en los ojos, lágrimas involuntarias, confusión. Habían detonado una bomba de gas lacrimógeno dentro del boliche. A pesar de la conmoción, Rodrigo se detuvo en el escenario y se dirigió con firmeza a los presentes: “¡Ey, loco! ¿Por qué hacen eso? Así no se puede estar. ¿Por qué hacen eso?”. Luego, decidió seguir adelante, y el recital terminó en medio de la algarabía, aunque la inquietud ya flotaba en el aire.

Martínez recordó que la rareza de esa noche no solo se explicaba por el gas lacrimógeno, sino que antes del show se habían escuchado tiros fuera del boliche. A diferencia de otras noches, todo resultaba muy extraño.

Alberto Campos, tío del cantante y baterista de la banda, se refirió al clima tenso que existía entre estilos musicales. Rodrigo sentía el peso de los cambios en la escena: la cumbia cedía terreno ante el avance del cuarteto y agrupaciones como Banda 21 y Cachumba ganaban espacio en Buenos Aires. Ese desplazamiento le molestaba al entorno de la cumbia, pero aún más, generaba tirantez, susceptibilidades al interior del ambiente musical.

Horas antes del fatal accidente, el cantante asistió al restaurante El Corralón, para luego sellar su destino fatal en aquel accidente en la Autopista Buenos Aires-La Plata 

Al finalizar el show en Escándalo, varios fueron por caminos separados. Campos viajaba acompañado del Gringo Ariel, padre de Tyago Grifo, y de otro cuñado, hermano de Beatriz Olave, la madre de Rodrigo. El Gringo había decidido producirle un disco a Rodrigo, motivo que justificó el viaje juntos. Se trasladaban en la camioneta de la Bomba Tucumana, madre de Tyago, quien la había prestado con confianza. Por esos días, los rumores de amenazas hacia Rodrigo crecían y desde el entorno tomaron recaudos: Gozalo, su representante, dispuso que los músicos y el núcleo más íntimo del Potro circularan por caminos distintos. Aquella noche, Rodrigo viajaba solo con los más cercanos y los músicos tomaron otra ruta, según consignó Campos.

Fernando Olmedo se había subido a una de las camionetas de los músicos, cuando Rodrigo le ordenó a Daniel, su custodio: “¿Qué haces acá? Andá, llamalo a Fernando, porque yo le prometí que iba a llevar a la casa". Y el hijo del Negro se subió a la camioneta de Rodrigo.

Toyn Toyn estuvo a punto de subir a la camioneta donde se produjo el fatídico desenlace: vio al Negro Moreno, a Cachi Pereyra y también al hijo de Olmedo, y en el lugar donde solía acomodarse, justo estaba la batería de juguete de Ramiro. Fue entonces que entregó al menor, a quien tenía en brazos, a Patricia Pacheco, para luego trasladarse en otro de los vehículos

En el podcast, creación de Juan Paya, Urraca rememoró punto por punto los hechos que desembocaron en el accidente. A la salida del baile, como algunos no conocían el camino, él mismo encabezó la caravana para guiarlos. Al llegar a la cabina de peaje, se produjo un pequeño atasco y una vez que cruzó la barrera, condujo a poca velocidad para esperar a Urraca y al resto. Fue entonces que Alfredo Pesquera, otro conductor que venía detrás manejando una Chevrolet Blazer, se encontró con dos opciones: bajar la marcha y seguir detrás de Rodrigo o adelantarlo. Eligió la segunda y lo encerró en la carretera. El cantante, impetuoso, lo persiguió con las luces de la camioneta encendidas y haciendo señales. Se generó una secuencia peligrosa de frenadas y adelantamientos. Hasta que en uno de esos movimientos, una frenada brusca y un volantazo sellaron el destino: la camioneta impactó contra el guardarrail.

Urraca lo define con crudeza: “Me gustaría decir ‘lo mataron, es un mártir’, pero fue un puto accidente”. La tragedia, con su carga imprevisible y absurda, dejó una marca indeleble en quienes vivieron hasta el último detalle de una noche particularmente extraña, donde cada decisión, cada giro, fue determinante en el desenlace final.

“Esto nos sorprendió a todos porque fue una de las noches más tranquilas: solo un recital, cuando él estaba acostumbrado a dar hasta doce por noche. No tenía apuro de nada, no había tomado mucho y estaba tranquilo, con su hijo”, recordaría ente la prensa en esos primeros días después del hecho.

La reconstrucción forense arrojó datos contundentes sobre el accidente. La Ford Explorer de Rodrigo transitaba a una velocidad que oscilaba entre 120 y 130 kilómetros por hora. El asfalto, resbaladizo por la llovizna que impregnaba la madrugada y la neblina espesa sobre la ruta, dificultaba cada maniobra. Al perder el control, la camioneta comenzó a girar descontrolada, vueltas y más vueltas sobre sí misma, hasta que finalmente se detuvo varios metros después, dejando un rastro inconfundible de destrucción y silencio inquietante.

Fernando Olmedo, que había subido a la camioneta a último momento, falleció por una fractura de tórax y múltiples traumatismos abdominales. Su muerte fue instantánea. Los demás ocupantes sufrieron lesiones de distinta gravedad; algunos quedaron atrapados en el amasijo de hierros y otros fueron despedidos por la violencia del impacto.

La imagen que quedó en la memoria de los argentinos

Rodrigo viajaba al volante, sin el cinturón de seguridad abrochado. En el instante fatal, el cantante salió expulsado del vehículo: la inercia y la fuerza de la colisión lo proyectaron en medio del paisaje húmedo y brumoso. Su cuerpo quedó a 150 metros de la camioneta, tendido en el pasto, inmóvil, con la ropa que ya era parte de su leyenda: las botas texanas, el pantalón claro y la campera que lo acompañó en tantos escenarios. La imagen de su cuerpo, recostado bajo la lluvia tenue, quedó grabada para siempre en la memoria colectiva, como el último acto de una vida que, hasta el final, se movió con vértigo, fuego y pasión. Y desde ese mismo omento se transformó en leyenda. /Infobae