Jueves 26 de Junio de 2025, 07:00
¿Qué tienen en común un inglés, un alemán y un argentino? Todos ponemos una cucharita en la boca de la botella de vino espumante con la esperanza de que las supuestas propiedades de este utensilio mantengan el gas dentro del envase, para así extender la vida útil del remanente de líquido que sobrevivió al brindis.
Pero, ¿sirve para algo el truco de la cuchara? La sabiduría popular sostiene que sí, y atribuye este poder a distintas características de las cucharitas.
Por un lado, están quienes afirman que el lado cóncavo de la cuchara genera un “efecto ola” que repele el gas que sube por el cuello de la botella, devolviéndolo a su interior.
Una segunda teoría hace foco en la capacidad del metal para conducir temperatura. Quienes la promueven sostienen que al introducir un metal en el cuello de la botella se enfría más la zona, lo que evita la salida del gas carbónico.
Otros sostienen que solo las cucharitas de plata tienen el poder de retener el gas dentro de la botella.
Así, este metal precioso no solo sería –según el saber popular– útil para producir proyectiles con la capacidad de matar hombres lobo, sino también efectivo para un uso más cotidiano.
Pero, de nuevo, ¿alguna de todas estas teorías está en lo cierto? Hay estudios científicos que tienen la respuesta.
La palabra de la ciencia
En 1995, investigadores del Centro Interprofesional de Vinos de Champagne (Francia) llevaron a cabo un experimento para determinar qué método realmente evita que el gas escape de una botella de espumante abierta. Para ello, abrieron (y quizás incluso bebieron, pero de esto no hay registro) varias botellas de Champagne, para luego dejarlas 26 horas en la heladera con distintos cierres.
Unas fueron “tapadas” con una cuchara de plata en su cuello; en un segundo grupo se introdujeron distintos objetos de metal a modo de cuchara; otras fueron tapadas con un corcho; un cuarto grupo con un tapón hermético de esos especialmente diseñados para botellas de espumantes; y, finalmente, un último grupo fue a la heladera sin nada, a modo de control.
El resultado del experimento fue contundente. Solo el tapón hermético evitó que el Champagne perdiera gas.
No hubo diferencias significativas entre los otros métodos y dejar la botella sin tapón alguno.
La explicación es muy sencilla: el dióxido de carbono es un gas y como tal fluye a menos que algún elemento hermético se interponga en su camino. La cucharita, vale la aclaración, no tiene esa propiedad. Sí lo que colabora –en asociación con un cierre hermético– es el frío de la heladera, que ralentiza la pérdida del CO2 disuelto en las bebidas. /La Nación