Adam Smith en el libro 4 de La Riqueza de las Naciones advirtió que una apertura de la economía de shock (repentina) perjudicaría a los empresarios destruyendo el patrimonio de los países (Capítulo 7).
De ese modo, uno de los padres fundadores de la economía política, hacía hincapié en la necesidad de establecer una configuración del capitalismo tal que permitiera que la riqueza de la naciones fluya para desarrollar la sociedad. Muchos años más tarde así se plasmó: el mundo viviría su mayor auge de crecimiento económico, demográfico y de bienestar de todos los tiempos.
En el medio, como predijeron varios gurúes, el capitalismo atravesó inestabilidades, guerras, recesiones y contradicciones que no han hecho más que transformar la crítica al capitalismo en una mercancía a punto tal que
Fito Paéz resumió hace días que “finalmente las utopías no sirven para nada” para hablar sobre “el fracaso de las políticas de izquierda” que buscaron contrarrestar las inequidades del crecimiento y las fallas de mercado.En los últimos años se han escrito bastantes obras sobre esto mismo que exaltó Páez. En Camino a la utopía, el economista estadounidense
Bradford De Long, repasa la trama histórica del capitalismo y cómo la explosión tecnológica, globalizadora, de inventos y avances durante dos siglos chocaron contra el muro de la crisis financiera de 2008. Fue entonces cuando en el seno de la sociedad estadounidense ocurrió un replanteo sobre hacia dónde estaban yendo con sus vidas, empleos y roles, sin duda un proceso en paralelo al ascenso de la figura de
Donald Trump.El capitalismo y sus relaciones con el trabajo, la política y las empresas han seguido dando que hablar en novedades recientes.
Por ejemplo el columnista de la sección de Economía de la revista The New Yorker,
John Cassidy, con su nuevo libro Capitalism and its critics, repasa la vida y obra de los principales economistas e intelectuales que ayudaron a entender y extender la supervivencia del capitalismo de sus crisis.
Cassidy pone de relieve el rol del Estado como la herramienta que
John Maynard Keynes resaltó para que el mundo que había sucedido a
Adam Smith y precedido a él, no desapareciera tras la Primera Guerra y la Depresión de 1930.
Cassidy dedica un capítulo a
Karl Polanyi (1886-1964), un antropólogo económico austro-húngaro que argumentó que los mercados libres eran una utopía tan absoluta que requerían un Estado fuerte. Curiosamente De Long reconoce en Polanyi, una de las figuras clave del siglo XX (la otra es la de
Friedrich Hayek).
El excorresponsal de The Financial Times en Hong Kong y redactor especialista en Apple,
Patrick McGee, publicó el mes pasado quizá uno de los libros del año: Apple in China, the capture of the world’s greatest company.
La hipótesis de McGee es tan desafiante como inquietante: China hoy no sería China si no fuera por una decisión de Apple. La compañía estadounidense, bajo la dirección de
Tim Cook, el actual director ejecutivo, eligió fabricar aproximadamente el 90% de sus productos en China y creó una vulnerabilidad no solo para Apple sino para Estados Unidos, al alimentar las condiciones para que la tecnología china supere la innovación estadounidense. Apple capacitó a 28 millones de trabajadores chinos desde 2008, más que la mano de obra de California.
¿Hasta qué punto las decisiones de los empresarios hoy afectan no solo la transformación del capitalismo sino de las naciones?
Por último, y tercero, el periodista económico y autor
Alejandro Bercovich toca este tema (y otros) en su reciente El país que quieren los dueños, un libro que plantea la pulseada entre el capital y el Estado a nivel local. Para el autor, muchas veces se trata de no es más que una connivencia para acceder a ganancias financieras, exenciones impositivas, concesiones y privatizaciones.
Hace poco un artículo en The Wall Street Journal señalaba precisamente los lazos entre el discurso de
Donald Trump y la obra de
Karl Marx, diciendo que muchas de las críticas que hace el presidente estadounidense al funcionamiento del capitalismo y el rol de los empresarios son comunes con las del pensador alemán. Trump se peleó con Cook diciendo que debía fabricar sus productos en EE.UU. y no en China.
¿Qué momento atraviesa en la Argentina la relación entre los empresarios y Milei si se tiene en cuenta que el Gobierno habilitó la importación de chatarra, que la Secretaría de Industria hizo objeciones a la compra de Telefónica o el sincericidio de Javier Madanes admitiendo que la caída de la brecha cambiaria genera “incomodidad” en un empresariado? ¿Y si el plan Milei está bajando los márgenes de rentabilidad de las empresas? Quizá la respuesta esté en los costos de las reformas que vaticinó Adam Smith y los desafíos que enfrenta el capitalismo porque, como dijeron DeLong y Páez, de las utopías no llegó nada. /
Clarìn