Domingo 20 de Julio de 2025, 06:25
Mientras el presidente Javier Milei aplica recortes y predica el fin del despilfarro, en Santiago del Estero el gobernador Gerardo Zamora sigue profundizando un modelo político que, aunque se presenta como gestión eficiente y cercana al pueblo, se sostiene en una estructura de poder clientelar, populismo festivo y subsidios que tapan la falta de desarrollo real. Lejos de ser un ejemplo de federalismo virtuoso, Zamora encarna la continuidad de una casta provincial enquistada en el poder desde hace más de dos décadas.
El anuncio reciente de un bono de 3.100.000 pesos para empleados estatales en una de las provincias más pobres del país no es una señal de buena administración, sino el síntoma de un esquema perverso: mantener a la población cautiva del empleo público y los planes, sin inversión en infraestructura, producción ni oportunidades reales. Mientras Santiago del Estero carece de industrias robustas, universidades fortalecidas o proyectos de integración regional, el gobernador reparte dinero como quien reparte limosnas, esperando a cambio obediencia y votos.
A eso se suma el otro costado de su modelo: el entretenimiento como anestesia. Los grandes festivales, los shows multitudinarios, la ostentación de artistas caros pagados con fondos públicos, todo responde a una lógica antigua pero eficaz: pan y circo. Que no falte el folclore, la zamba y las luces mientras los hospitales están desbordados, las escuelas se caen a pedazos y miles de santiagueños siguen viviendo sin agua potable ni cloacas.
Y ahora, en un giro casi grotesco, Zamora aparece tocando la guitarra y cantando en peñas populares, intentando mostrarse como un ciudadano común. Pero la imagen no resiste análisis. No es un vecino más: es un multimillonario con décadas de poder acumulado, con manejo casi absoluto de la estructura judicial y legislativa local, que ha convertido la provincia en un feudo disfrazado de democracia. Su presunta “autenticidad” no es más que marketing populista, cuidadosamente diseñado para construir una figura cercana mientras sostiene un sistema que margina, silencia y somete.
Mientras tanto, en el plano nacional, algunos sectores del peronismo lo ven como una posible figura de unidad. Pero lo que Zamora ofrece no es unidad ni renovación. Es continuidad del viejo aparato: acuerdos entre caudillos, reparto de cajas, pactos de impunidad y subordinación del Estado a un grupo reducido de privilegiados. La imagen de que “ordena las cuentas” oculta que lo hace sobre la base de una economía provincial cerrada, dependiente de la coparticipación, sin motor productivo y con altos niveles de pobreza estructural.
En vez de obras que transformen, hay escenarios. En vez de empleos genuinos, hay bonos. En vez de proyectos de futuro, hay shows y folklore.