Miércoles 23 de Julio de 2025, 06:44

MERMELADAS, CONFITURAS Y LICORES. Los vecinos de la zona recolectan las naranjas agrias y las procesan en el CIC de barrio Oeste II, logrando una alternativa laboral que crece.
Cada lunes y miércoles, el aroma cítrico de las veredas tucumanas se concentra en un rincón muy especial de la ciudad: la cocina del Centro Integral Comunitario (CIC) de Barrio Oeste II. Allí, un grupo de vecinas voluntarias transforma las naranjas amargas que antes caían al suelo sin destino en verdaderas joyas gastronómicas: mermeladas, cascaritas chocolatadas y licores que hoy llevan con orgullo el nombre de “La Migue”, un producto netamente tucumano que rescata la memoria y el sabor de la tierra.El proyecto —una alianza entre el CIC, la Secretaría de Medio Ambiente y el INTA— nació con un doble propósito: revalorizar un recurso desaprovechado y brindar herramientas a quienes más las necesitan. Con azúcar local, trabajo artesanal y compromiso social, estas mujeres con delantal blanco y guantes negros no solo cocinan dulces, sino también una nueva forma de pertenencia.
“Acá nada se tira. Todo se usa. La cáscara para una cosa, la pulpa para otra”, cuentan
Anita,
Graciela,
Claudia,
Marcela y
Delia, mientras sumergen las cáscaras confitadas en chocolate. Julia, otra voluntaria, lo resume con ternura mientras su hija de un año la observa: “Mi deseo es emprender con todo lo que aprendí, por ella y para ella”.
El proceso empieza antes de la cocina, cuando la Dirección de Medio Ambiente recolecta los frutos de las veredas y los entrega al CIC. “Lavamos, higienizamos y clasificamos. De cada 70 kilos, apenas 17 se pueden usar, por eso es clave cada paso”, explica
Bruno Medina, director de Área Social. La pulpa va a la mermelada, las cáscaras se confitan y lo que no sirve se transforma en abono para la huerta municipal.
El trabajo es meticuloso, aunque artesanal. Se usan brixómetros para medir el nivel de azúcar y se extrae pectina natural de las semillas, evitando aditivos externos. Así, el producto final no solo es sabroso, sino también seguro, saludable y sustentable.“La Migue” se inspira en una experiencia similar de Barcelona llamada “La Marga”, que también transforma las naranjas urbanas en mermelada artesanal. Ambas iniciativas comparten raíces botánicas y culturales, y encuentran en el naranjo agrio —introducido en Tucumán en el siglo XIX— una nueva razón de ser.
Más allá del producto, el proyecto es una plataforma de formación.
Alfredo Medina, apodado “el profe” por las voluntarias, guía cada paso con paciencia y entusiasmo. “Rotamos las tareas para que todas aprendan. Lo gratificante es ver cómo crecen, se emocionan y piensan en emprender”.
Y eso ya ocurre. Si bien la producción no se comercializa oficialmente, muchas voluntarias ya sueñan con transformar el conocimiento en un proyecto propio.
Pilar Jeréz lo confirma: “Lo más lindo es saber que ayudamos al ambiente y a los comedores. Aprendemos algo útil con lo que antes nadie sabía qué hacer”.
La repercusión ya traspasó los muros del CIC. Vecinos se acercan espontáneamente a Félix de Olazábal 1550 con bolsas de naranjas recogidas en sus propias veredas, deseando sumarse al esfuerzo colectivo.
“La Migue” no es solo una mermelada. Es un gesto. Un oficio. Una segunda oportunidad para las frutas… y para muchas personas. Y como dice la etiqueta que acompaña cada frasco, “cada cucharada te conecta con la memoria viva de la tierra donde nació la independencia y florecen nuestras raíces”.
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