Viernes 01 de Agosto de 2025, 07:38
Pedro, el empleador, paga un suelo de $ 2.500.000.
Juan, el empleado, puede consumir por menos de $1.400.000. ¿Quién se queda con la diferencia?nbsp;
Juan se levanta a las 05:30 AM. Afuera todavía está oscuro. La alarma no le da opción a la pereza, hay que ir a trabajar. Mientras tanto, su esposa y sus dos hijos siguen dormidos. En la cocina, el mate es rápido. Un par de galletitas y listo. Con la mochila al hombro y los auriculares puestos, se despide en silencio.
A las 06:00 ya está en la parada del colectivo. Espera 20 minutos. Sube con suerte. A las 06:45 aborda el tren de siempre. Apretado, con la frente en el vidrio empañado, piensa en lo mismo que todos los días: que su viaje de dos horas es parte de su jornada, aunque nadie se lo pague. Luego toma el subte, camina hasta la oficina y a las 08:00 ficha su ingreso. Puntual. Enciende la computadora y empieza a trabajar. Responde correos, actualiza planillas, organiza tareas y resuelve problemas ajenos.
A las 17:00 termina. Apaga todo, guarda sus cosas y vuelve a empezar el viaje en subte, tren y colectivo. Llega a su casa pasadas las 19:00. Agotado. Esta vez saluda con palabras. Se saca los zapatos y se da cuenta de que ha estado más de doce horas fuera por un salario que no le alcanza.
Los números no cierran
Juan cobra $1.660.000 en mano. No parece estar mal, teniendo en cuenta que su salario bruto es de $2.000.000.
Sabe que, según publicaciones, se encuentra en las categorías profesionales altas del país. Sin embargo, de esa suma le descuentan el 17% en concepto de aportes, lo que representa $340.000. Ese porcentaje se reparte entre 11% destinado al sistema jubilatorio, 3% para la obra social y otro 3% para el PAMI.
Por su parte, para Pedro, el costo laboral por emplear a Juan asciende a $2.500.000, ya que debe aportar un 25% adicional en concepto de contribuciones patronales. En total, entre lo que se le descuenta a Juan y lo que aporta Pedro, se esfuman $840.000 en cargas sociales, lo que representa más del 50% del sueldo neto de Juan.
Como si eso no fuera suficiente, lo que cobra todavía no es todo suyo. Cada vez que va a comprar, paga impuestos al consumo. En especial, el Impuesto al Valor Agregado (IVA). Se estima que, en promedio, pierde otro 17% de su ingreso disponible. Es decir, unos $300.000 adicionales.
Ni Juan ni Pedro son el problema
Juan no es contador, pero entiende. Siente que el sueldo no le rinde entre el alquiler, la comida, el transporte y la tarjeta. Pedro hace malabares. Calcula sueldos, se atrasa con los aportes, paga lo que puede y posterga lo que no.
En el medio, el sistema. Opaco, costoso y desordenado. Para Juan, el salario se disuelve sin explicación. Para Pedro, cada empleado formal es un costo que crece. La sensación compartida es la misma: se entrega mucho y se recupera poco. Y nadie sabe quién se queda con la diferencia.
Aunque el sistema los enfrenta, no son rivales. Juan pone su tiempo y Pedro arriesga su capital. Ambos resisten dentro de una estructura que hace tiempo dejó de sostenerlos.
El espejo regional
En Argentina, solo 1 de cada 6 trabajadores tiene un empleo formal en el sector privado, mientras que, en países vecinos como Chile y Uruguay, esa proporción asciende a 1 de cada 3. Esta diferencia no es casual, ya que en estos países el mercado laboral formal es más sólido y la brecha entre lo que paga el empleador y lo que recibe el empleado es sustancialmente menor.
Los ejemplos regionales demuestran que es posible reducir la informalidad, simplificar reglas, hacer sostenibles las cargas y construir mercados laborales más justos tanto para quienes contratan como para quienes trabajan.
El precio de trabajar en blanco
La formalidad, en términos de peso sobre el total de la población, está en niveles de emergencia en Argentina. A esto se suma que el Estado se ha convertido en el socio más caro de la relación laboral, no trabaja, no asume riesgos y la diferencia entre lo que se paga y lo que se recibe no se traduce en servicios, previsión o infraestructura visible, sino que se disuelve en una burocracia ineficiente que devora esfuerzos.
La consecuencia está a la vista: muchas PyMEs no pueden contratar, muchos trabajadores quedan afuera del mercado laboral. La informalidad aparece como salida, aunque se pierdan derechos. Porque el costo del salario no es solo una suma algebraica. Es una radiografía del país. Una forma de ver qué buscamos, cómo recaudamos, cuánto contribuimos y a quiénes decidimos valorar. /El Economista