Domingo 03 de Agosto de 2025, 12:54

Su madre biológica la rechazó desde el primer día y su diagnóstico médico era incompatible con la vida.
Desde el momento en que nació, su vida estuvo atravesada por el abandono. No tenía nombre cuando ingresó por primera vez a un hospital en Honduras, su país de origen.
Estaba
desnutrida y enferma, y fue una monja, al ver las condiciones en las
que vivía con su madre biológica, quien dio aviso a las autoridades para
que sacaran a la pequeña de ese entorno.“Mi mamá no me
cuidaba. Me rechazó desde que llegué al mundo”, cuenta esa bebé que
ahora tiene 31 años y se llama Clara Lucía Sorrentino.
“Era mi
hermana, que tenía solo siete años, la que me daba de comer. Ella me
protegía como podía. Pero yo lloraba sin parar. Nadie me miraba”.Una
vez que Clara ingresó en el sistema de protección infantil, fue
derivada a un orfanato. Ahí, por primera vez, alguien se acercó y le
preguntó qué le pasaba.
“Miraban mi cuerpo y me decían que no iba a sobrevivir. Que era un milagro que siguiera viva”. Es que para ese momento ella ya arrastraba un diagnóstico que los médicos no sabían cómo explicar.

Durante años, nadie supo explicarle a Clara cuál era la enfermedad que tenía.
El cuerpo como jaula
La infancia no fue un tiempo de juegos. Fue una sucesión de médicos, quirófanos y preguntas sin respuestas.
“Tuve una colostomía desde bebé y usé pañales hasta los 18 años”, dice la mujer a TN.
Vivía
con una bolsa pegada al abdomen, a través de la que eliminaba sus
desechos y aprendió a cambiársela sola desde muy chica. Casi como algo
natural, también aprendió a esconderla.
“Nadie tenía que saber lo que me pasaba. Me daba vergüenza. Siempre usaba ropa suelta. Me cubría entera”.Los cólicos eran constantes. A veces, tan fuertes que le arrancaban lágrimas y gritos. “
Me
mordía el brazo o me arrancaba el pelo para soportar el dolor. Nadie me
explicaba nada. Solo me decían que tenía que aguantar”, recuerda Clara.
El
diagnóstico completo llegó mucho más tarde. Lo que tenía era una
malformación congénita extremadamente rara: duplicación de órganos
reproductivos internos. Nació con dos úteros, dos vaginas, dos cérvix y
complicaciones urinarias y digestivas severas.
A eso se sumaban otros problemas: una vejiga malformada, fístulas, obstrucciones.
“Era como si mi cuerpo estuviera dividido en dos. Y ninguno de los dos lados funcionaba del todo”, asegura.
Durante años, nadie supo explicarle cuál era la enfermedad que tenía.
“En
el orfanato no me decían nada. Me hacían estudios, resonancias, pero
nadie hablaba. Y yo empecé a creer que era un error. Que estaba rota”, dice sobre esos días de tristeza e incertidumbre.

Clara es influencer.
Mientras
las otras chicas crecían, ella se quedaba atrás. No por falta de edad,
sino por todo lo demás. “No podía correr. No podía ir a una pileta. No
podía cambiarme frente a nadie. Tenía miedo todo el tiempo de que
descubrieran cómo era mi cuerpo”, dice la mujer.
Clara se
aislaba. Se sentía invisible, y al mismo tiempo, expuesta: “Me odiaba
cada vez que me miraba al espejo. No entendía por qué yo era así. No
conocía a nadie como yo. Pensaba que estaba sola en el mundo”.
En
ese contexto, hablar de autoestima era un lujo lejano: “Crecí
sintiéndome un monstruo. Me decían que jamás iba a tener una vida
normal. Que nunca iba a poder tener hijos, ni pareja, ni nada”.
Hablar las cicatrices
La
esperanza llegó desde lejos. Una misionera estadounidense que conoció
su historia gestionó una visa humanitaria. Así fue como, con ayuda de
una nueva familia adoptiva, logró viajar a Estados Unidos para operarse.
“El
día de la operación tenía miedo. No sabía si iba a salir viva. Me
habían dicho que era riesgosa. Duró más de once horas. Me reconstruyeron
la vejiga, usaron parte del intestino. Fue durísimo”, explica.
En
rigor, Clara despertó del coma inducido sin poder hablar ni moverse.
Estuvo en silla de ruedas, con oxígeno, alimentada por sonda. “Quería
rendirme. Le decía a mi mamá adoptiva que ya no podía más, que me dejara
morir. Pero no me dejó, es más, me prometió que si me recuperaba, me
regalaría un gato. Y yo quería ese gato con todas las ganas del mundo”.
Después
de esa operación y del exitoso proceso de recuperación, su vida cambió
por completo. Dejó los pañales y poco a poco empezó a caminar sin dolor.
“Fue como volver a nacer. Cada paso era una victoria. Aprendí a ir al
baño, a moverme, a hacer cosas que nunca había podido hacer”.
Clara
también aprendió a dejar de esconderse: “Por primera vez pude usar ropa
ajustada. Salir sin miedo. Sentarme sin que me doliera. Me sentí libre.
También pude estudiar, tener amigas, enamorarme y empezar a contar mi
historia. No me da vergüenza decir que tengo dos órganos reproductivos.
Ya no me escondo. No soy un error. Soy una sobreviviente”.
“Empecé a hacer videos hablando de mi cuerpo, de moda, de todo lo que me gusta y me convertí en influencer“, cuenta Clara.
Hoy,
su historia no es solo suya. Es también una bandera para otras personas
que viven con malformaciones invisibles, con cuerpos diferentes, con
dolores silenciados. “Empecé a hacer videos hablando de mi cuerpo, de
moda, de todo lo que me gusta y me convertí en influencer“, cuenta
Clara.
Y sigue: “Estar en las redes me hace feliz porque lo que
más deseo es transmitirle a las personas que se sienten solas, que no lo
están, que pidan ayuda y que no se rindan”.
“Durante años nadie
me vio. O me vieron mal. Pero yo estaba luchando con todo lo que tenía.
No hay día que no mire mis cicatrices. Pero ya no las veo con odio. Las
veo como marcas de guerra, como huellas de todo lo que superé. Soy lo
que sobreviví. Y si mi historia puede ayudar a que alguien más se sienta
menos solo, entonces todo valió la pena”, cierra emocionada. /
TN
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