Historias de asesinos seriales en Tucumán: la secta de Scarone, un nene bien sediento de sangre y la leyenda del vampiro de la ventana

Jueves 07 de Agosto de 2025, 05:45

SCARONE. Con ínfulas de artista y mucha labia, se hizo de seguidores que cumplían todos sus designios, llevándolos a cometer tres crímenes comprobados por la justicia. Murió en prisión.



La historia criminal de Tucumán registra dos casos ciertos de asesinos seriales y una leyenda urbana que data de la época en que ese concepto aún no se había acuñado. El caso que más conmovió a la provincia, no fue un individuo aislado el que sembró el terror, sino un trío letal que operó bajo las órdenes de un “maestro” autoproclamado como tal. A más de 30 años del llamado “Crimen de Doña Rosa”, la historia del “Trío de la Muerte” aún despierta escalofríos en el recuerdo colectivo.

El grupo estuvo conformado por Alberto del Valle Scarone, un letrista devenido en artista plástico, y sus discípulos Miguel Horacio Ledesma y Ricardo Héctor Sosa, quienes vivían junto a él y a su pareja Amanda Alvarado en la casa de su suegra, Rosa del Carmen Díaz de Alvarado, en Banda del Río Salí. Scarone era el cerebro. Ellos, la mano ejecutora. En menos de seis meses, mataron a tres personas.

La seguidilla de homicidios comenzó en diciembre de 1990 con la muerte del albañil Rubén Rivero, quien mantenía una relación sentimental con Alvarado. Dos meses más tarde, en febrero de 1991, el artista plástico Ramón Okón fue asesinado por haberlos delatado en un robo. En mayo, la tercera víctima fue Doña Rosa, la suegra de Scarone, quien había decidido denunciar el crimen anterior.

Según la investigación, dos de las víctimas fueron asesinadas con un golpe en la nuca —presuntamente con una maza— y enterradas en el fondo de la vivienda. A Rivero lo habrían matado por celos. A Okón, por temor a una delación. Y a la dueña de casa, para silenciarla.

La Justicia consideró a Scarone como autor intelectual de los asesinatos y a sus discípulos Ledesma y Sosa como ejecutores materiales. Los tres fueron condenados a prisión perpetua. Scarone murió en prisión. Del resto, poco se sabe.

El caso estremeció a Tucumán como pocos antes. Y aunque con el tiempo surgieron otras teorías y vinculaciones con crímenes posteriores —como el doble homicidio del decano Carlos Navarro y su hermana Clara Imelda en diciembre de 1991—, nunca se pudo comprobar su participación en otros hechos. Aún así, su nombre quedó grabado como uno de los capítulos más oscuros del crimen tucumano.

Otro nombre que la Justicia vinculó al concepto de “asesino serial” fue el de Carlos Roberto Conti, hijo de un prominente productor cañero, estudiante universitario, que fue condenado a prisión perpetua en 2006 por los homicidios de dos remiseros: Carlos Julio Salazar y Claudio Pereyra, asesinados en enero y febrero de 2004.

La mecánica era similar: se hacía pasar por pasajero, los conducía a zonas rurales, los asesinaba de un disparo en la nuca —arma calibre .32— y luego abandonaba los cuerpos en cañaverales. Usaba los autos por unos días y luego los destruía. Tenía 21 años al momento de cometer los crímenes.

La investigación reveló que Conti se jactaba ante allegados de tener “cuatro boletas”, es decir, cuatro asesinatos. Sin embargo, sólo se le pudieron probar dos. Los otros dos casos con los que se lo intentó vincular —el del preventista Miguel Ángel Ortiz en 2023 y el del canillita Mario Oscar Basmad en 2004— compartían similitudes, pero carecían de pruebas concluyentes.

Ortiz fue hallado muerto con un disparo en la nuca en Famaillá, al costado de un cañaveral. Basmad fue atropellado por un conductor que manejaba un auto con las mismas características del vehículo usado por una de las víctimas de Conti. En ninguno de los casos se pudo establecer una conexión judicial firme.

Más allá de los expedientes judiciales, también hay espacio para la leyenda. Durante años, circuló la historia de Florencio Fernández, apodado “El Vampiro de la Ventana”, acusado de asesinar mujeres en Monteros y beber su sangre tras morderles el cuello. 

Algunas crónicas sostienen que se trataba de un homicida ritualista, pero investigaciones posteriores revelaron que Fernández sufría retraso madurativo y no tenía capacidad ni antecedentes criminales. Todo indica que fue un mito urbano.

Consultado por estos casos, el comisario retirado Miguel Gómez, ex jefe de Homicidios y del Equipo Científico de Investigaciones Fiscales, remarcó que no existen registros oficiales de otros asesinos seriales en la provincia. Aunque sí, sospechas.

"Conti podría haber sido", afirmó, dejando entrever que hay más preguntas que respuestas en algunos de estos crímenes que, pese al paso de los años, siguen generando intriga, temor y reflexión sobre los extremos de la conducta humana y las sombras que aún persisten en la historia criminal tucumana.