Sábado 15 de Noviembre de 2025, 20:02

Pam Reynolds
En agosto de 1991, en un quirófano silencioso y sobreenfriado de la Clínica Barrow Neurological de Phoenix, Arizona, la vida de Pam Reynolds —una mujer de 35 años, madre, cantante, absolutamente consciente de que un aneurisma gigante podía matarla en cualquier momento— quedó suspendida en un límite que muy pocos seres humanos han atravesado y regresado para describir.
Aquella mañana, mientras los médicos ejecutaban una de las cirugías más complejas de la neurocirugía moderna, Pam pasó por un estado clínico que la colocó literalmente entre la vida y la muerte: su corazón se detuvo, su sangre dejó de circular por completo y su cerebro quedó sin actividad detectable. Desde el punto de vista médico, ningún tipo de percepción, memoria o experiencia podía ocurrir en ese instante. Sin embargo, cuando volvió en sí, lo hizo con un relato extenso, vívido, cargado de detalles sensoriales y emocionalmente contundente. Y en el centro de ese relato había una frase que repetiría una y otra vez hasta su muerte en 2010: “Vi el túnel… y era maravilloso”.
La historia comienza cuando los cirujanos le explican que la única manera de remover el aneurisma era someterla a un procedimiento extremo llamado parada circulatoria profunda con hipotermia. La temperatura del cuerpo de Pam sería bajada a unos 15 °C, su corazón dejaría de latir, su sangre sería drenada para evitar cualquier pulsión que pudiera romper la arteria dañada y su cerebro quedaría completamente inactivo, monitorizado por un EEG plano. Los médicos le describieron el proceso de forma técnica; ninguno podía anticipar que esa operación se convertiría, años después, en uno de los casos más citados en todo el debate sobre experiencias cercanas a la muerte.
Cuando la anestesiaron, los instrumentos quirúrgicos estaban cubiertos y los auriculares colocados en sus oídos emitían fuertes clics diseñados para medir la respuesta auditiva del tronco cerebral. Después comenzó la secuencia en la que la vida de Pam se volvió un experimento límite: la temperatura bajó, el corazón se detuvo, la sangre salió de su cráneo, el EEG cayó a cero. Era el punto exacto en que, según la ciencia, la conciencia desaparece.
Pero para Pam, algo más ocurrió.Tiempo después contó que primero oyó un sonido muy agudo, como un zumbido creciente, y sintió que “salía” de su cuerpo hacia arriba, donde podía ver el quirófano como si flotara sobre los médicos. Describió a la perfección la herramienta taladradora utilizada para abrir el cráneo, un instrumento que ella jamás había visto y que tenía una forma particular, parecida a un cepillo eléctrico, con un tamaño y color coincidentes con el que se usó aquel día. También relató fragmentos de conversaciones del equipo quirúrgico, palabras sueltas, comentarios técnicos. Todo esto mientras —según los registros— sus ojos estaban cubiertos, su cuerpo inerte y su cerebro sin actividad.
Tras esa escena, el relato adquirió un giro que la medicina no puede explicar con variables fisiológicas. Pam dijo que de repente se sintió atraída hacia un espacio distinto, donde la visión de la sala se desvaneció y apareció un túnel descomunal, luminoso, pleno, que no se parecía a ningún lugar físico que hubiera conocido. No era un túnel oscuro ni un conducto estrecho, sino un corredor radiante que la envolvía con una luz extremadamente brillante, pero que no lastimaba los ojos.
“Era maravilloso”, declaró en entrevistas posteriores. “Había una belleza en esa luz que no puedo comparar con nada de la Tierra. Era como si todo fuese amor puro, como si ese lugar estuviera vivo”.En medio de ese túnel, Pam aseguró haber sentido la presencia de familiares muertos, entre ellos su abuela. No los vio con rasgos físicos nítidos, pero los reconoció de una manera que describió como “más fuerte que ver a alguien con los ojos”. Sintió que la recibían con calma, que la tranquilizaban, que algo en ese espacio la invitaba a quedarse. Aun así, sintió también un límite invisible, una frontera que no debía cruzar por completo. Ella misma relató que percibió claramente que “no era su momento” y que debía regresar, aunque la idea de separarse de esa luz le resultaba dolorosa.
Mientras eso ocurría en su relato subjetivo, el equipo médico comenzaba la fase de recalentamiento y reanimación. Su corazón volvió a latir, la sangre regresó a su cerebro, la temperatura subió lentamente. Cuando despertó, la operación había sido un éxito. Pero su historia recién comenzaba.
Durante las semanas posteriores, cuando pudo hablar con claridad, Pam describió los instrumentos, las conversaciones, la sensación de flotar y, sobre todo, aquel túnel. Los médicos quedaron desconcertados. El registro clínico mostraba que los momentos en los que ella decía haber observado el quirófano coincidían con fases en las que el cerebro no tenía actividad medible. No existía actividad auditiva del tronco cerebral, no había pulso, no había presión, no había circulación. Para algunos científicos, su testimonio fue un ejemplo extremo de las capacidades del cerebro en estados límite; para otros, un misterio sin explicación fisiológica.
Pam continuó contando su historia durante casi veinte años. Siempre la relató igual. Siempre volvía al túnel. Decía que era inmenso, que la luz no era como la luz física sino una claridad que la atravesaba. Afirmaba que allí no había miedo, ni dolor, ni tiempo. Solo un bienestar absoluto. “Era maravilloso”, repetía. Y decía también algo que estremeció a muchos de quienes la entrevistaron: “Si hubiera cruzado un poco más, no habría vuelto”.Murió en 2010 por causas cardiacas no relacionadas con aquel aneurisma de 1991. Su caso continúa siendo mencionado como uno de los testimonios más detallados e inquietantes sobre lo que podría ocurrir en la frontera entre la vida y la muerte. Para unos, es evidencia de que la conciencia persiste más allá del cerebro. Para otros, es un fenómeno neurobiológico extraordinario aún no comprendido.
Pero para todos los que han escuchado su relato, la imagen es la misma: una mujer suspendida entre dos mundos, mirando un túnel radiante que, según ella, era tan maravilloso que nunca pudo olvidarlo. ¿Qué vio realmente Pam Reynolds? La ciencia aún no lo sabe. Pero su historia sigue viva, luminosa, como aquel túnel al que dijo haber sido llamada cuando su corazón estaba detenido y su cerebro en silencio absoluto.
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