Domingo 07 de Diciembre de 2025, 11:42

Sandra Nélida Morales (64) y Rodolfo Dionisio Hakl (67) se mudaron de José C. Paz a una tierra fiscal en Chubut.
Si el programa de televisión Sobreviviendo Alaska tuviera una versión argentina, el primer capítulo sería sobre Sandra Nélida Morales (64) y Rodolfo Dionisio Hakl (67). Dos jubilados que hace nueve años tomaron la decisión de abandonar Buenos Aires y mudarse a una cabaña en el medio de la nada, al norte del lago La Plata, Alto Río Senguer, en el oeste de Chubut.
“Lo único que queremos es morirnos acá, que nos dejen vivir tranquilos”, dice Sandra. El matrimonio resistió causas penales, intentos de desalojos, noches en la cárcel, accidentes domésticos, pero nunca renunciaron a su sueño. Están convencidos que ese pedazo de tierra es su lugar en el mundo.
“¿Sabes lo que era vivir en José C. Paz? vecinos que a toda hora estaban a los gritos, drogados. Los perros ladraban todo el día, no podíamos dormir. Nos robaron un montón de veces”, recuerda Rodolfo.
Sandra y Rodolfo llevan 42 años de casados. Durante mucho tiempo, pasaron sus vacaciones en la Patagonia. Cada verano veían cómo los lugares libres para acampar de a poco iban desapareciendo.
Hasta que en 2016 dijeron basta y se fueron a vivir a una tierra fiscal, ubicada a 120 kilómetros de la ciudad más cercana, sobre el Lago La Plata, en Chubut. Llegaron como pudieron, abriendo camino con paciencia y muchas ganas.
“No nos metimos en el terreno de nadie, cuando llegamos pedimos permiso”, explican. Fueron al municipio y les ofrecieron trabajar sin cobrar; cuidando el camping, manteniendo limpia la zona de bahías. Les respondieron que tenían que decidirlo con los concejales.
“La resolución fueron dos juicios, uno penal y otro civil. En el penal salimos absueltos y el civil sigue en trámite. Lo que pasa es que los grandes empresarios están comprando la Patagonia. Estamos nosotros que nos metimos y no saben cómo hacer para sacarnos a patadas”, cuenta la docente jubilada.
“No nos metimos en el terreno de nadie, cuando llegamos pedimos permiso”, explica Sandra Morales.Rodolfo es albañil y construyó la cabaña con sus propias manos. Mide 7x7, sin divisiones y tiene un entrepiso con las habitaciones. En el medio hay un fogón al estilo alemán, con paredes de hierro y un portón. Además, colocó la cañería varios metros bajo tierra para que el agua no se congele, puso un tanque biodigestor y un generador a combustible que prenden un rato a la mañana y otro a la tarde.
Trabajaron nueve meses sin parar. Sandra mandaba plata para algunos materiales especiales, como los vidrios termopanel. “Fue un tema, nos endeudamos e hipotecamos por dos años”, cuentan. Sandra todavía recuerda la charla con su hija cuando le contó que se iban al sur. “Me quería matar, me dijo; ‘vos me formaste de una manera y estás haciendo otra’”.
La vida allá es simple y dura: prender la estufa rusa, la cocina a leña, esperar que el agua caliente, cortar leña, cuidar el invernadero. A Rodolfo le apasiona cocinar y preparar tortas de manzana, pastafrola, pastelitos, tortas fritas, mientras que Sandra terminó hace poco de escribir un libro sobre su aventura en la Patagonia. Suelen jugar a los dardos y charlar durante horas. “Nos corremos alrededor del fogón”, se ríe él.
“Yo la admiro mucho a mi señora porque ella nació con luz eléctrica. En Misiones teníamos una letrina en el fondo, sin luz, ni agua corriente, sin nada, solo con leña hasta los 12 años. Sé cómo encarar, pero ella no sabía picar leña, no sabía agarrar un hacha”, agrega.
Sandra y Rodolfo no cambian por nada del mundo el paisaje de la cordillera de los Andes o el lago La Plata. El invierno al lado de la Cordillera de los Andes no perdona. El sol aparece recién a las 11 y se va a las 17. Durante cuatro meses es imposible salir. La nieve tapa todos los caminos y el frío puede llegar a los -20°. La cabaña se convierte en su único refugio, y la pareja sabe que debe abastecerse con anticipación para sobrevivir encerrados todo ese tiempo.
“Cuando salimos hacemos las compras para unos cuantos meses; bebidas, comida. El primer invierno nos quedamos sin harina, hicimos mal los cálculos”, cuenta Rodolfo.
Tuvieron que remar por el río en una balsa improvisada para llegar a la casa del vecino más cercano, que está a 18 kilómetros de su cabaña. Además, construyeron un sótano dos metros bajo tierra para guardar alimentos sin que se arruinen. El alivio llega en verano cuando la temperatura máxima llega a 22 grados.
Un corcho en la boca y una aguja de coserLa vida en la naturaleza te enfrenta muchas veces a situaciones límite. “Un invierno me lastimé, me corté la pierna con la amoladora hasta el hueso”, cuenta Rodolfo. Había sangre por todos lados. Con las manos temblando, Sandra le acercó el botiquín. La nieve había tapado todos los caminos y era imposible ir a un hospital. En un día normal tardan casi tres horas en llegar a la ciudad más cercana.
Rodolfo respiró profundo, mordió un corcho y con una aguja se empezó a coser él mismo: nueve puntos en la mano, catorce en la pierna, un torniquete hecho con un cable viejo. “Cuando terminé, no me acuerdo más, me desmayé”, cuenta.
Hasta hoy le cuesta explicar esa secuencia en la que, con mucho coraje, salvó su vida. Son los riesgos de mudarse a un lugar inhóspito, desafíos que la mayoría de personas no experimenta en la ciudad. Después de ese susto, su hija le instaló una antena de internet satelital.
“Una amiga me dijo: ‘Te fuiste para atrás’. Tiene razón porque la tecnología, es como volver a cómo vivían nuestros ancestros, todo más primitivo. Aunque no te podes ir del todo del sistema, porque se rompe algo y necesitas los negocios”, cuenta Sandra, que tiene un canal de Youtube en el que cuenta las vivencias del matrimonio.
“Nos declararon personas no gratas”Los conflictos con la Municipalidad de Río Senguer y la policía arrancaron desde que Sandra y Rodolfo pusieron un pie en la Patagonia. “Casi lo matan a este”, dice Sandra. “Me torturaron en la nieve”, recuerda Rodolfo.
El jubilado de 67 años estaba en la cabaña y aparecieron varios hombres del grupo especial de operaciones de la policía (GEO). Lo agarraron del cuello, lo pusieron de rodillas y le colocaron un precinto en las manos. Finalmente, se lo llevaron preso durante siete días.
“Nos declararon personas no gratas. El problema es que no nos dan un permiso para vivir tranquilos. Queremos pagar un alquiler o que nos vendan un pedacito, 500 metros. Si podemos ser útiles en algo, ayudar a quien lo necesite que pase por acá”, dice Sandra.
A pesar de todo, Sandra y Rodolfo resisten, siguen ahí. No cambian por nada del mundo el paisaje de la cordillera de los Andes o el lago La Plata. Mucho menos volver a las calles asfaltadas o a escuchar el ruido del tren San Martín en José C. Paz.
Su próximo desafío es conseguir una hidroturbina para tener electricidad. "Es una energía limpia y no necesita baterías", explican. En sus redes, comparten su historia y dejan su alias para quien desee colaborar con ellos (alias Sandra.499.borro.mp).
“A Buenos Aires no la queremos ver más. Mucha gente no la puede entender, hablan del shopping, el cine. La decisión está tomada como cuando me casé con ella hace 42 años”, cierra Rodolfo. /
Clarín
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