Martes 23 de Diciembre de 2025, 09:48
La madrugada del viernes 15 de agosto de 2025, Milagros Segovia (21) llegó a la guardia del hospital Eva Perón, en la localidad santafesina de Granadero Baigorria, con un dolor intenso en el pecho y la presión arterial peligrosamente alta. Ingresó pasada la medianoche, pero recién fue atendida cerca de las tres de la mañana. Tras una evaluación rápida, la médica fue contundente: estaba embarazada. Milagros lo negó sin dudar. No tenía panza, no había sufrido náuseas ni vómitos y nunca había sentido movimientos fetales.
Mientras intentaban estabilizarle la presión, que llegó a marcar 190, seguía convencida de que se trataba de un error. En el mejor de los casos, pensaba, podría estar cursando pocas semanas de gestación. Sin embargo, la llegada de una obstetra despejó cualquier duda: se trataba de un embarazo muy avanzado. En cuestión de minutos, la sala se llenó de médicos y enfermeras y Milagros fue trasladada directamente a internación.
Horas después, a las 12.40 del mediodía, nació Martina por cesárea. Tenía 31 semanas de gestación, pesó 1,6 kilos y estaba sana. Su madre, en cambio, fue derivada a terapia intensiva con un diagnóstico hasta entonces desconocido: embarazo críptico, acompañado de una preeclampsia severa y Síndrome de HELLP.Meses más tarde, ya en su casa y con su hija en brazos, Milagros decidió contar su historia en redes sociales. Primero lo hizo con una publicación en Instagram y, ante la repercusión, subió un video a TikTok. “Entré a la guardia por un dolor de pecho y salí con una bebé”, resumió. La historia se viralizó y reconstruyó cada momento de una experiencia extrema que atravesó sin saberlo durante meses.
Hasta el nacimiento de Martina, su vida transcurría entre el trabajo, la pareja y una rutina que no incluía la maternidad en lo inmediato. Salía los fines de semana, iba a bares y boliches y consumía alcohol sin sospechar que estaba embarazada. Incluso, una semana antes del parto asistió a un recital. “Hice todo lo que no debía hacer”, admite hoy.
La certeza de que no podía estar embarazada estaba sostenida por el uso constante de métodos anticonceptivos. Primero utilizó inyecciones y, a los 15 años, se colocó un implante subdérmico. “Me lo recomendó mi ginecóloga, pero nunca me sentí del todo cómoda: subí de peso y dejé de menstruar”, recuerda. Intentó retirarlo en 2020 y luego en 2022, cuando se cumplían los tres años de colocación, pero en el hospital se negaron, argumentando que ya no liberaba hormonas. Para reforzar la protección, comenzó a tomar pastillas anticonceptivas.
Recién en mayo de 2024 logró que le retiraran el implante. En ese contexto, su médica le sugirió una pausa para que el cuerpo se regulara. La menstruación volvió de manera irregular y, aunque no buscaba un embarazo, reconoce que en algún momento relajó los cuidados. “Después me dejó de venir otra vez y no le di importancia. Pensé que era más de lo mismo”, cuenta.
Sobre estos casos, la ginecóloga Florencia Salort, del Hospital Italiano de Buenos Aires, explicó que en mujeres que dejaron de menstruar por el uso de hormonas, la ausencia de sangrado no funciona como señal de alerta. “Son situaciones poco frecuentes, pero biológicamente posibles”, señaló. Y aclaró que, aunque el implante subdérmico es el método anticonceptivo más efectivo, ningún método es infalible.
Dos días antes del parto, Milagros ya había consultado en la guardia por una hinchazón importante en los pies. Le diagnosticaron retención de líquidos y la enviaron a su casa con indicaciones de reposo y estudios para la semana siguiente. Pero las molestias continuaron. El jueves el dolor en el pecho se intensificó y cerca de la medianoche regresó al hospital. Su pareja, Alexis Mariani (26), la acompañó, pero tuvo que esperar afuera.Alexis se enteró de que iba a ser padre de manera inesperada, cuando el personal del hospital se acercó a su auto para pedirle que ingresara. “Cuando llegó, me estaban haciendo una ecografía y el corazón del bebé se escuchaba fuerte en toda la habitación”, recuerda Milagros. Así, en cuestión de horas, ambos pasaron de la incertidumbre y el miedo a conocer a Martina, la hija que llegó sin aviso y les cambió la vida para siempre.
—Martina nació por cesárea. ¿Qué te acordás de ese momento?—Me pusieron la epidural. No me dolió, pero estaba muy asustada. Nunca había entrado a un quirófano. Además, no dejaron ingresar a mi novio porque yo tenía la presión por las nubes y todo fue de urgencia. Yo lloraba y las enfermeras me acariciaban la mano y el pelo. “Tranquila, mamá, va a salir todo bien”, me decían. Cuando la sacaron, Martina pegó un grito. Ahí el cirujano me preguntó cómo se iba a llamar. Yo no podía parar de llorar. No tenía elegido un nombre, ni una ropita para ponerle.
—La bebé nació sana, pero vos estuviste muy delicada de salud. ¿Qué te pasó?—Martina nació el viernes 15 de agosto con 1.610 kilos y enseguida se la llevaron a neonatología. Ese primer día no me la dejaron ver, pero me mostraron una foto: quedé loca. Yo, en cambio, empecé a complicarme. El sábado a la madrugada volví a sentir el dolor de pecho por el que había ido a la guardia. Me llevaron a terapia intensiva: tenía preeclampsia y síndrome de HELLP. Estuve ahí tres días. Fue horrible. Era la única despierta de ocho. Estaban todos intubados. Uno se murió.
—¿Cuándo pudiste tocar a tu bebé por primera vez?—Casi una semana después de que nació. Hasta entonces no podía verla, pero las enfermeras me llevaban el sacaleches. Los días que estuve en terapia y casi todo el mes que ella estuvo en neonatología tomó mi leche. Mientras tanto, aprovechamos ese tiempo para avanzar la obra en casa y armarle la pieza. También recibimos mucha ayuda: nos regalaron de todo, la cuna, el cochecito, ropa.
—Al mirar hacia atrás, ¿qué sentís al pensar en esos meses en los que no sabías que estabas embarazada?—Muchísima culpa. Me acostaba a dormir y me acordaba de todo. “Tal día me emborraché y ella estaba en la panza”. “Tal día salí a andar en rollers, me caí y me raspé los codos y las rodillas, y ella estaba en la panza”. Lloraba mucho. Encima, una semana antes de que naciera, salí el viernes al boliche y el sábado a un recital. Tomé alcohol. Por suerte, siempre fue solo alcohol: nunca fumé ni consumí nada más. “Pobrecita todo lo que vivió”, pensaba.
—¿Se pusieron de acuerdo rápido con el nombre?—Estuvo tres o cuatro días sin nombre. El papá quería llamarla Alma, pero a mí no me convencía. Me gustaba Martina. Después mi suegra me contó que si Alexis era nena, le iban a poner Martina. Fue muy loco.
—Cumplió 4 meses, ¿cómo llevas la maternidad ahora?—Me cambió la vida. Por suerte es una bebé superbuena: duerme toda la noche. Cuando salió del hospital tomaba teta y yo pensaba que, una vez en casa, más tranquilas, solas, sin tantas máquinas ni tanta gente, se iba a prender re bien. Yo quería esa conexión entre mamá e hija. Pero no quiso. Pasó directo a la mamadera. Hoy pienso que fue como una decisión de ella. Mientras estaba en Neo, si no tomaba teta no me la dejaban tener a upa. Se ve que, de alguna manera, lo sabía.
¿Se puede estar embarazada sin saberlo?Para Maximiliano Álvarez (@duoenconsultorio), médico de planta del Servicio de obstetricia del Hospital Italiano de San Justo, el caso de Milagros no es excepcional, aunque sí poco frecuente. “El embarazo críptico fue descripto por primera vez a comienzos del siglo XVII y ocurre cuando una persona embarazada desconoce su estado y lo descubre en una etapa avanzada del embarazo o incluso al inicio del parto”, explica.
Según estimaciones médicas, el embarazo críptico diagnosticado después de las 20 semanas de gestación ocurre en aproximadamente uno de cada 475 embarazos. Y alrededor de una de cada 2.500 mujeres llega al parto sin haber sido consciente previamente de que estaba embarazada.
Álvarez señala que hay situaciones que pueden favorecer este tipo de embarazos: mujeres con alteraciones menstruales crónicas —como el síndrome de ovario poliquístico—, usuarias de métodos anticonceptivos hormonales, mujeres sin embarazos previos o en etapas de transición hormonal. Sin embargo, el principal riesgo no está en no advertir el embarazo en sí, sino en la falta de controles. “La ausencia de seguimiento prenatal dificulta la detección temprana de complicaciones maternas graves, como la preeclampsia o la diabetes gestacional, y también el diagnóstico de posibles anomalías fetales”, advierte.
La preeclampsia —una enfermedad caracterizada por presión arterial elevada y daño en distintos órganos— afecta entre el 2 y el 8% de los embarazos a nivel mundial y provoca cada año unas 46.000 muertes maternas y más de 500.000 muertes fetales o neonatales. El síndrome HELLP (por sus siglas en inglés: Hemólisis, Enzimas hepáticas elevadas, plaquetas bajas), una de sus formas más severas, es menos frecuente pero igualmente grave. “Estas patologías pueden aparecer incluso en mujeres sanas. Por eso el control prenatal es muy importante”, concluye.