La maldición de Tejedor volvió a frustrar a un gobernador de Buenos Aires

Lunes 23 de Noviembre de 2015, 05:54





La historia nacional tiene sus caprichos o casualidades recurrentes. Y entre las arbitrariedades que podrían achacársele, cada cuatro años exactamente, reaparece una que hace sombra sobre las demás: ningún gobernador bonaerense pudo acceder a la presidencia de la Nación por el voto popular. La “maldición” acaba de actualizarse en el balotaje de este 22 de noviembre con la derrota del oficialista Daniel Scioli, jefe saliente del primer distrito electoral del país.

“La provincia de Buenos Aires ocupa el 11% del territorio, alberga al 40% de su población y produce el 38% del producto bruto interno nacional: es una Argentina en sí misma. Tiene una enorme área metropolitana en la que conviven las urbanizaciones más ricas con guetos que son sucursales del infierno; tiene campos feraces, ríos caudalosos, inmensas lagunas, playas serenas y abruptos acantilados. Encierra, además, un enigma político que algunos han llamado ‘una maldición’: desde que comenzó la historia moderna de la provincia, en 1880, jamás un gobernador de Buenos Aires llegó a presidente”, explica el escritor Álvaro Abos en un artículo publicado en La Nación en 2011. Y cita al maestro Félix Luna, que aseguraba que la gobernación de Buenos Aires era una tentación permanente para aspirar a responsabilidades más altas y se preguntaba: “¿lleva consigo una fatalidad perpetua, ilevantable o, simplemente, una jettatura que puede cortarse alguna vez?”. El interrogante recibe siempre la misma respuesta: la “yeta” perdura.

El mito no se aplica a Bartolomé Mitre, impulsor del Estado de Buenos Aires tras el rosismo, puesto que su llegada a la primera magistratura en 1862 fue producto de la decisión de un colegio electoral. A posteriori consta el intento frustrado del gobernador Adolfo Alsina, que se vio obligado a retirar su candidatura presidencial para establecer una alianza con Domingo Faustino Sarmiento, a quien secundó en el período 1868-1874. El fundador de la ciudad de La Plata es conocido como el inaugurador de la maldición, aunque peor le fue a Carlos Tejedor, que desde su bastión bonaerense se lanzó en 1880 a competir contra el tucumano Julio Argentino Roca.

Un triángulo desdichado

Eran épocas revueltas y violentas: después de perder las elecciones, Tejedor formó milicias para oponerse al Gobierno nacional, pero, tras los combates de Puente Alsina, los Corrales y San José de Flores, se vio obligado a renunciar a la gobernación (desde entonces se habla de “la maldición de Tejedor”). Al poco tiempo, el mandatario Dardo Rocha, aliado de Roca en el Partido Autonomista Nacional, buscó repetir el experimento con idéntico resultado: en la puja de 1886 por la sucesión presidencial, sucumbió ante el cordobés Miguel Juárez Celman. Tampoco se le dio a Bernardo de Irigoyen, que antes de gobernar la provincia (1898-1902), intentó dos veces -en vano- ser presidente.

El siglo XX también exhibe casos ilustres de la fatalidad que persigue a los gobernantes de La Plata y que afecta por igual a todos los partidos. Abos advierte que un político conservador de fuste que aspiró a la presidencia fue Marcelino Ugarte, a quien los caricaturistas llamaban “El Petiso Orejudo” por ciertas características físicas que lo asemejaban a un célebre asesino: “Ugarte gobernó la provincia entre 1902 y 1906, y volvió a hacerlo entre 1914 y 1917. No pudo consumar su ambición presidencial. Años después, lo mismo le pasó a otro conservador, Manuel Fresco: gobernó entre 1935 y 1940, pero las rencillas del poder lo devolvieron a su casa y, luego, pasó su hora”.

Quizá el caso paradigmático y más dramático sea el de Domingo Mercante, testigo del matrimonio civil entre Juan Domingo Perón y Eva Duarte, que llegó a ser considerado el corazón del peronismo en 1946, cuando fue electo gobernador. “En 1952 dejó el cargo y fue víctima de una larga venganza gubernamental, que solo concluyó en 1955”, recuerda el historiador Luis Alberto Romero en el artículo “Perón, Mercante y el valor de la lealtad”. Jamás pudo recuperarse. Romero dice que Mercante hizo en la provincia una gestión buena o, quizá, muy buena: “los resultados electorales premiaron sus éxitos. En 1949 encabezó la lista bonaerense a la Convención Constituyente, que después presidió, y en 1950 fue reelecto gobernador con muchos votos propios. Por entonces se lo mencionaba como compañero de Perón en la fórmula presidencial o, tal vez, como su sucesor en 1958, y se consideraba que integraba la tríada gobernante junto con Perón y con Evita”.

Pero los triángulos tampoco son del agrado de la historia. Cuenta el historiador que la relación empezó a deteriorarse de manera irreversible. Las causas de la disputa no quedaron claras: “existen versiones y pocas certezas. Hay quien ha señalado una reticencia de Mercante, presidente de la Convención, a incluir la reelección presidencial (...). Otros recuerdan que, en la campaña electoral de su reelección, en 1950, Evita lo acompañó en todos los actos, y se dedicó a empequeñecer su figura y a exaltar la de Perón, y, también, la de ella misma, que, por entonces, aspiraba a ser vicepresidenta. Otros finalmente recuerdan el ascendiente de Mercante en los gremios ferroviarios que en 1951 lanzaron una durísima huelga; no aseguran que Mercante interviniera, pero suponen que Evita pudo creerlo”. Según Romero, es más probable que el éxito de Mercante haya sido el origen de su desdicha.

El brujo de Duhalde

El estigma también persiguió a los ex gobernadores Oscar Alende en 1963 y Antonio Cafiero en 1988. Dice Abos que Cafiero era el candidato natural de los peronistas para la elección presidencial de 1989: “pero apareció un ‘tapado’, el gobernador de La Rioja, Carlos Menem, e, inesperadamente, triunfó en las internas y accedió a la presidencia. Cafiero no tuvo otra oportunidad de llegar a la Casa Rosada”.

Eduardo Duhalde fue asimismo víctima de “la maldición de Tejedor”. En 1991, renunció al cargo de vice de Menem para asumir como gobernador bonaerense. Con el tiempo, Duhalde terminó enfrentándose al ex presidente riojano, quien se negaba a bendecirlo como sucesor. En 1999, un grupo de entusiastas peronistas que promovía la candidatura presidencial del entonces gobernador Duhalde celebró una ceremonia de exorcismo para romper con el hechizo comandada por el parapsicólogo, brujo y vidente Manuel Salazar: pese al ritual, el candidato bonaerense cayó ante el radical Fernando De la Rúa. En 2002 y tras el estallido de la última gran crisis económica e institucional, una providencial banca de senador permitió a Duhalde hacerse cargo del Poder Ejecutivo Nacional por aplicación de la Ley de Acefalía. En 2003, el presidente interino entregó la Casa Rosada al santacruceño Néstor Kirchner.

La creencia de que el destino está en contra de las apetencias presidenciales de quienes gobiernan la provincia de Buenos Aires se combina, desde 1983, con la idea de que sólo los jefes de Estado peronistas (Menem, y Néstor y Cristina Kirchner en contraposición con los radicales Raúl Alfonsín y De la Rúa) garantizan la gobernabilidad y, por ende, son capaces de concluir sus mandatos. Scioli ya padeció el primer conjuro (“esa nube oscura que una y otra vez se cierne sobre el camino entre La Plata y Plaza de Mayo”, define Abos), resta ahora saber si Mauricio Macri, presidente electo de la alianza Cambiemos, podrá librarse de la segunda calamidad.
 

Fuente: http://argentinaelige.lagaceta.com.ar/nota/662092/politica/perdura-maldicion-para-jefes-bonaerenses.html