Su mamá lo abandonó, creció mendigando en la calle y se consagró “El Rey de Carlos Paz”

Martes 23 de Febrero de 2021, 09:30

Ángel Carabajal encontró en el baile la salida para una infancia en la que sufrió el abandono de sus padres, lo crió su abuela y sobrevivió pidiendo limosnas.



La historia de vida de Ángel Amadeo Carabajal es tan increíble como conmovedora. Esta temporada, en plena crisis económica y pandemia, se animó a montar tres espectáculos en Carlos Paz, y fue el productor que más tickets cortó en la temporada. Además se quedó con el Carlos de Oro, un reconocimiento a su puesta en escena y a su actuación.

Pero para llegar a este presente exitoso tuvo que atravesar un sinfín de obstáculos que le puso la vida. De bebé fue abandonado por sus padres Felisa y Pablo en el Hogar de Niños Pablo Pizzurno y criado por su abuela María Antonia Palacios, que tenía más de sesenta años, nueve hijos (uno de ellos discapacitado) y vivía en la más absoluta pobreza en una casa de barro en Oncativo, pueblo ubicado a 80 kilómetros de Córdoba capital.

Los primeros recuerdos que tiene de su niñez lo remontan a calles de tierra,  acompañado por su primo Diego, donde ambos caminaban sin rumbo cierto pero con un claro objetivo: juntar monedas para comer. Tristeza, lágrimas, caras sucias, ropa limpia pero remendada, zapatillas llenas de agujeros, y ñata contra el vidrio sobre la vidriera de algún restó, rogando que un alma caritativa se apiade del ruido que hacía su pancita por el hambre, sintetizan aquellos años.

Eran tan pobres que necesitaron de la ayuda de los vecinos para conseguir la aprobación de la asistente social, que fue a visitarlos para ver si le otorgaba o no la custodia y la tenencia de Ángel a su abuela. “Un día antes que viniera, los vecinos le prestaron camas, colchones, mesas, sillas, platos, vasos, tenedores… Y esa cadena de favores fue la que me salvó la vida. Con mi primo Diego siempre decíamos que no teníamos mamá y papá, pero sí una abuela que a pesar de su delicado estado de salud, había decidido criarnos”, cuenta hoy el bailarín, orgulloso de su historia de superación.

Como la abuela de Ángel era viuda, sin jubilación y sin ninguna posibilidad de conseguir trabajo por su delicada salud, no le quedó otra opción que salir a mendigar junto a sus dos nietos. Y al igual que en la película La Vida es Bella, -escrita, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni-, la mujer inventó un juego para que la carga no sea tan pesada: “¡El que más plata consigue es el ganador del día!”, desafió a los chicos.

De esa forma, Ángel arrancó el que iba a ser el primer trabajo de su vida. “Nos bañaba en casa, nos vestía con la mejor ropa que teníamos y nos llevaba hasta la capital cordobesa para pedir monedas en los semáforos. Al principio se me caía la cara de vergüenza, pero cuando empezamos a ganar la plata que necesitábamos para comer, para vestirnos, y para comprar los remedios de mi abuela; entendí que lo que estaba haciendo era muy importante para sobrevivir. Y sin querer, esa fue mi primera escuela de actuación: ¡cuanta más cara de Gato con Botas le ponía a la gente -en alusión al personaje de la película Shrek-, más plata conseguía!”, rememora Carabajal.

Lejos de ponerse en el rol de víctima, el artista hasta se da el lujo de bromear cuando se le consulta si conseguía más dinero que su primo, en esa competencia inventada por su abuela. "¡Casi siempre ganaba yo! Claro que corría con ventaja: era el más chiquito y el más lindo de los dos", dice entre risas. "Mi abuela nos separaba una parte así nos podíamos comprar algo que quisiéramos. Al poco tiempo comenzamos a vender rosas y con eso sí que juntábamos mucha plata", agrega.

Fue a los nueve años cuando pudo comprarse su primer objeto de valor: una bicicleta. Recordar ese momento lo emociona. Entonces, Carabajal hace un largo silencio, sus ojos se humedecen y su voz se quiebra por primera vez en la charla. Algo que va a ocurrir algunas veces más...

"Nací producto de una relación casual que mi mamá tuvo con mi papá… Pero como mi vieja era una persona discapacitada, con epilepsia crónica, no se pudo hacer cargo y me dejó en la puerta de la casa de mi viejo con una nota que decía: ’Te devuelvo a tu hijo…’" cuenta Ángel . Y se vuelve a quebrar cuando repasa el poco tiempo que vivió con su padre.

"Él hacía changas rurales… pero vivía al día. Además tenía muchos problemas con el alcohol y claramente no se podía hacer cargo de un bebé recién nacido. Un día lo desperté con un llanto desgarrador porque quería la mamadera y que me cambien los pañales. No me aguantó más y me dejó en el orfanato", explica, para completar su dura historia.

Las primeras muestras de afecto las recibió por parte de su abuela, quien fue una especie de heroína para él. "A su manera fue quien me dio los primeros besos, abrazos y caricias. Hice el colegio primario salteado, como pude. Iba poco a clases pero tenía dos cosas muy buenas, era un chico muy inteligente y aprendía muy rápido. Además me encantaba actuar: ¡participaba en todos los actos y en ese tiempo ya era un gran bailarín!", destaca.

Entonces Carabajal reconoce que ese amor por la actuación y por el baile terminaron siendo una especie de salvación para ese niño que no tenía rumbo.  "Sentía pasión por la danza. Eran tantas mis ganas de participar que conmovía a mis maestros y siempre me ayudaban con las notas. A fin de año, cuando todos los papás venían a buscar los boletines, los míos quedaban apilados… Ahí, cuando veía a mis compañeros tomados de la mano, me iba a llorar al baño para que nadie me viera. Yo no quería tener plata, la mejor ropa, o comida calentita: quería que mamá y papá vinieran a la escuela para firmar y retirar mi libreta…, quería una familia como la que tenían los otros chicos, ese era mi sueño", manifiesta, mientras se atraganta, seguramente para aguantar el llanto.

Tiempo después Ángel creció y se enamoró de su vecina, María Eugenia Fernández. Para conquistarla, como ella era bailarina de folclore, él también decidió anotarse a estudiar danza en la Escuela Municipal de Oncativo. Mientras trabajaba de ayudante de panadero, de albañil, de jardinero, canillita, o cartonero; invertía parte de lo que ganaba en aprender a bailar, tocar la guitarra y el bombo.

Luego de seis años, cuando se sintió listo, preparado, y ya había sido multipremiado en casi todos los festivales en los que participó, se fue a recorrer el norte y el sur argentino para especializarse en los bailes de las distintas danzas. Unos meses después su abuela enfermó y volvió a Córdoba. Allí convenció a los papás de Melisa Bernardi, “la mejor y más linda bailarina del pueblo”, subraya, para que le permitieran a su hija ensayar con él ocho horas por día de lunes a lunes. Al año se convirtieron en una de las mejores duplas de baile de Córdoba y de la Argentina.

Entonces llegaron los viajes y la vida en Buenos Aires. Las clases de tango en la academia de Mora Godoy, las giras por el exterior, su debut como coreógrafo junto a Melisa en el festival de Jesús María, y la oportunidad de ser productor y jurado en Tu mejor Sábado y Tu mejor domingo; El Campeonato Nacional del Malambo; programas para Ideas del Sur.

Hasta que tocó el cielo con las manos con el desembarco en Carlos Paz; primero como productor de una obra de Federico Hoppe y Pablo Chato Prada, y luego con su apuesta personal como productor de sus propias obras, en lo que ya lleva cinco años, y cada vez son más numerosas e impactantes.

"La danza me cambió la vida. Dejé de ser el chico pobre, el que pedía limosna en la calle, el negro del barrio humilde IPB; y me convertí en El Gaucho, uno de los mejores bailarines del país. La gente comenzó a señalarme como ’El artista’, me dio un lugar en una sociedad que muchas veces, por mi condición, me había excluido", afirma sin ningún rencor, sino con el orgullo de haber logrado su meta.


Ángel finalmente se casó con Melisa, su novia desde la adolescencia, la chica de sus sueños, la mujer a quien, en 2006, le declaró su amor mientras comían unos sándwiches de jamón debajo de la Torre Eiffel en Paris. Juntos son papás de dos varones –Gino (14) y Felipe (8)–, quienes trabajan y actúan en su última obra. Al momento de dar esta entrevista, Ángel viste pantalón y camisa de color blanca, y un sombrero negro. En su mano tiene el Carlos de Oro y sobre una repisa del living los ocho premios que ganó con dos de sus tres obras que aun hoy siguen en cartel: América Show y Haydée, Voces de la Tierra, una obra que homenajea a la majestuosa Mercedes Negra Sosa. /Clarin