Víctima de golpes y abusos: la historia de Ruth Ellis, la última mujer condenada a la horca en el Reino Unido

Viernes 10 de Junio de 2022, 09:57

Ruth Ellis murió en la horca el 13 de julio de 1955.



Ruth Ellis pidió una botella de brandy y su deseo fue concedido. Saboreó cada trago y, al rato, se sintió animada. Imaginó que estaba en su night club envuelta por la música y la semipenumbra. Cuando dejó el vaso en la mesita al lado de la cucheta, advirtó?que el borde que se había llevado a los labios no estaba manchado con rouge como era habitual, y entonces volvió de golpe a la realidad. Miró las paredes grises de su celda, en la prisión de mujeres de Holloway. Tenía 28 años, había sido condenada por asesinar a su pareja y en veinticuatro horas más sería colgada del cuello hasta morir. La última mujer en ir a la horca en el Reino Unido.

Era el 12 de julio de 1955. Albert Pierrepoint entró al anochecer a Holloway para cumplir con su trabajo según los viejos ritos. Estaba impecablemente vestido con un traje gris oscuro y chaleco. Flaco y alto, de pelo corto y blanco, con infinita cortesía pidió a los guardias conocer a “su cliente”. Lo llevaron hasta una celda contigua a la de Ruth. Allí estaba la horca y en una de las paredes una puerta de metal con una mirilla que abrieron con suma cautela.

Pierrepoint, un tabernero que era el verdugo más famoso del Reino Unido, que en veinticuatro años de carrera sirvió a Su Majestad colgando a 433 hombres y 17 mujeres, entre ellos a doscientos criminales de guerra nazis, observó detenidamente a la condenada, anotó su peso y altura aproximados y los combinó mentalmente con otros factores esenciales para su tarea: el grosor y la longitud de la soga. Ella no se dio cuenta de que la observaban. La mujer, sola, sollozaba repetidas veces: “No quiero morir... quiero ver a mis hijos...”. Albert Pierrepoint, sin hacer ningún comentario, cerró la mirilla con sus huesudas manos.

La vida tormentosa de Ruth Ellis

Albert Pierrepoint, el verdugo que también era tabernero.
Albert Pierrepoint, el verdugo que también era tabernero.

Ruth había nacido en Rhyl, Gales, en 1926. Era hija de una belga llamada Elisaberta (Bertha) Goethals, y de un músico inglés, Arthur Neilson, que prefería pasar la mayor parte del tiempo tocando el chelo en cruceros transatlánticos antes que con su familia en tierra firme. Ruth era la quinta de seis hermanos. Ya adolescente, la familia se había mudado a Londres. En 1944, Ruth, de 17 años, quedó embarazada de un soldado canadiense casado llamado Clare Andrea McCallum. Tuvo un hijo al que llamó Clare Andria Neilson, aunque le decían “Andy”. El padre envió dinero durante un año aproximadamente hasta que dejó de hacerlo. Andy fue a vivir con su abuela Bertha, mientras que Ruth lo mantuvo con su salario de obrera de varias fábricas y trabajos administrativos.

Trabajando todo el día no ganaba lo suficiente ni para mantener a su hijo ni para sus gastos y decidió, ya hacia fines de los años cuarenta, convertirse en anfitriona de un club nocturno en el área de Hampstead, Londres. Desnudándose, ganaba mucho más que en sus trabajos anteriores.

Ruth Ellis trabajaba como anfitriona de un club nocturno.
Ruth Ellis trabajaba como anfitriona de un club nocturno.

Un tal Morris Conley, el gerente del Court Club, amenazaba a sus empleadas para que se acostaran con él. Ya a inicios de 1950, Ruth ganaba mucho dinero como acompañante de servicio completo y quedó embarazada de uno de sus clientes habituales y al tercer mes decidió abortar. Volvió a trabajar tan pronto como pudo.

El 8 de noviembre de 1950, Ruth se casó con George Johnston Ellis, un tipo de 41 años, dentista divorciado con dos hijos. Lo habìa conocido porque este Ellis era cliente habitual del Court Club, George era un alcohólico violento y posesivo que se convenció de que Ruth lo engañaba. Ella lo dejó varias veces pero siempre regresaba. La pareja tuvo una hija, Georgina, en 1951, aunque George se negó a reconocer la paternidad; se separaron poco después y luego se divorciaron. Decidió apropiarse de aquello que consideraba que le podía ser más útil en la vida, el decir el apellido Ellis, una buena combinación con su nombre.

Ruth Ellis, en el Club Knightbridge con un amigo.
Ruth Ellis, en el Club Knightbridge con un amigo.

Ese mismo año, mucho antes de que naciera Georgina, con un embarazo de cuatro meses, Ruth consiguió un papel, como extra en una mala película llamada “Rank Lady Godiva Rides Again”. Representaba a una reina de la belleza. Junto con ella debutó Joan Collins. Ruth no apareció en los títulos y fue su debut y despedida del mundo del cine. Tuvo a Georgina y volvió al trabajo sexual.

Ruth Ellis y David Blakely

Ya hacìa tiempo que se había platinado el cabello. Le gustaban las polleras ajustadas, los tranquilizantes y el brandy. Trabajaba en el Court Club hasta convertirse finalmente en encargada de un local nocturno, “The Little Club”, en el corazón de Londres, donde iban empresarios, buscavidas, tipos de buena posición y hasta gángsters, como los violentos hermanos Reginald y Charlie Kray, con los cuales ella tenía una buena relación, para su fortuna.

Allí conoció a David Blakely, un joven de 25 años que no tenía otra ocupación en la vida más que despilfarrar las 7000 libras esterlinas que había recibido de herencia paterna. Le gustaban las carreras de autos; él se creía piloto de carreras a pesar de que se lo veía más de noche que en las pistas. Su último vehículo había quedado en la línea de largada el día de su debut. No sabía qué hacer con su existencia e hizo aquello que le salía más fácil, nada.

David Blakely y Ruth Ellis.
David Blakely y Ruth Ellis.

La relación con Ruth fue tormentosa. En cuestión de semanas, él se mudó al departamento de Ruth a pesar de estar comprometido con otra mujer, Mary Dawson. Ruth quedó embarazada pero las violencias que recibía de su pareja, como golpes en la panza, le provocaron el aborto. David la humillaba gritándole en la cara que no entendía qué hacía un tipo como él, de buena y adinerada familia, con una mujer de baja estofa como ella. Le pegaba trompadas en la cara. Jamás le dio una libra para ayudarla a pagar el alquiler del lugar, y ella debía recurrir a alguno de sus clientes para enfrentar los gastos. David, además, la engañaba, volvía al departamento de Ruth y, entonces, le proponía matrimonio. Blakely a veces le pegaba, a veces le decía que era la mujer de su vida, otras la humillaba, para volver a pedirle matrimonio. Estaba con ella y de repente se pasaba semanas sin aparecer. Podía ser la actitud de un malnacido pero también la de un desequilibrado mental.

El Viernes Santo de 1955 habían quedado en encontrarse a las 19.30 en un boliche. David iba hacia la cita sin muchas ganas cuando se encontró a unos amigos, el matrimonio de Carole y Anthony Findlater. Como lo vieron deprimido, le propusieron ir a otro local a beber y a olvidarse por un momento de sus problemas con Ruth. El aceptó. Ruth, en cambio, llegó puntual a la cita y esperó en vano. Pero no sólo esperó ese día sino el siguiente y el siguiente. Había estado bebiendo Pernod durante muchas horas con uno de sus nuevos pretendientes, Desmond Cussen, que estaba dispuesto a quitarle a David de la cabeza y a David de este mundo. Cussen fue un instigador. Primero le dio suficiente alcohol a Ruth para nublarle la conciencia mientras le hablaba pestes de David y de los maltratos a los que la sometía; le dijo que David había salido con el matrimonio Findlater y la convenció que la engañaba con Carole, la mujer de Findlater. Cussen le dijo más, que esa pareja y David habían hecho un “menage a trois”.

Ella le dijo a Cussden, furiosa, que debería matar a David por lo que le estaba haciendo y Cussen le dijo que él le podía dar un arma engrasada y llevarla donde estaba David. Pasadas las nueve de la noche del domingo de Pascua de 1955, Cussen la dejó en el pub Magdala. David bebía con amigos. Ruth llevaba en su cartera un revólver calibre 38. Blakely recibió el primer tiro dentro del local a menos de 8 centímetros de distancia. Tambaleante, salió a la calle y allí ella le disparó cinco veces más. Se quedó parada en ese lugar. “¡Llamen a la Policía!”, les dijo a los curiosos que se reunieron allí. No intentó defenderse en ningún momento. “¡Soy culpable!”, reconoció. Uno de esos curiosos se acercó y le quitó el arma.

Ruth Ellis con Desmond Cussden, el hombre que le dio el arma para matar a David Blakely.
Ruth Ellis con Desmond Cussden, el hombre que le dio el arma para matar a David Blakely.

-¿Vas a llamar a la Policía?” -le preguntó ella.

-Yo soy la Policía -le respondió el curioso, que era un policía que estaba fuera de servicio.

-¿Me arrestarías, por favor?

Una noticia policial con todos los condimentos

Para los cronistas de policiales de la época, el asesinato fue la gran noticia, que contaban hasta con una prosa que imitaba la de Raymond Chandler: “Seis disparos de revólver rompieron la calma del domingo de Pascua de Hampstead y una hermosa rubia platinada estaba de pie con la espalda contra la pared. En su mano, había un revólver”, así lo informó el Daily Mail. En la cobertura de la audiencia de procesamiento en el tribunal de Hampstead (un área de la ciudad de Londres), el periódico señaló: “Con un traje de tweed blanco con ribetes de terciopelo negro, ella se sentó en el centro de la corte abarrotada, tranquila e inexpresiva”.

Al rechazar cualquier opción para reducir su sentencia, como alegar locura o resaltar el papel decisivo en el drama de su nuevo amante Cussen, sus posibilidades de obtener un veredicto favorable se desvanecían. Había muchas pruebas de que Blakely había sido violento con ella, lo que en la actualidad habría sido más que suficiente para cambiar el cargo de asesinato por uno de homicidio involuntario y evitado el trágico final. “Solo me golpeó con el puño o las manos”, le dijo Ruth al jurado en su juicio. “Me avergüenzo fácilmente.” También describió el aborto reciente: “Hace algunas semanas o días, no sé cuál, David se puso muy violento. No sé si eso causó el aborto espontáneo o no. Me golpeó en la barriga”. La propia mujer, como la mayoría de las maltratadas en aquella época, veían como atenuante que “solamente” le pegara con la mano, cerrada en puño o abierta.

La condena a la horca en los diarios de la época.
La condena a la horca en los diarios de la época.

Su destino quedó sellado cuando el fiscal, Christmas Humphreys, le preguntó qué pretendía hacer cuando disparó el revólver. “Es obvio que cuando le disparé tenía la intención de matarlo”, respondió ella. A su criterio, hubiese sido una “traición absoluta” y una vergüenza más decir que el arma se la había dado su nuevo novio, Cussen, entonces inventó que el arma se la había dado un militar estadounidense hacía tres años por el pago de una deuda que no especificó, y que había pedido un taxi para que la llevara al pub Magdala, donde le disparó a Blakely.

Un juicio de poco más de un día

Un rápido y unánime veredicto de culpabilidad, que se decidió en 25 minutos, hizo que el juez Cecil Robert Havers se pusiera su gorra negra para dictar la sentencia de muerte. Los intentos de detener la ejecución fueron inútiles. El ministro del Interior, Gwilym Lloyd George, se negó a permitir más investigaciones.

¿Cuánto jugaron los prejuicios de clase y la misoginia en la decisión de no detener el ahorcamiento?


Duncan Webb, periodista de policiales de “People” concluyó: “Ruth Ellis no habría sido ahorcada... de no haber sido por un trágico error de juicio del ministro del Interior”. Webb creía que Lloyd George no le había dado a Scotland Yard suficiente tiempo para investigar cómo Cussen la había preparado y alentado a matar. ¿Por qué decía eso el periodista Webb?

Victor Mishcon, luego barón Mischon, que fue el abogado de la princesa Diana en su divorcio, escuchó la confesión de Ruth Ellis en la propia celda antes de ser colgada. Ella le contó todo lo ocurrido hasta las 12:50 del día anterior a su ejecución. Es decir la instigación de Cussen. A Scotland Yard se le ordenó buscar a Cussen, pero los agentes solo esperaron una hora fuera de su casa en Londres antes de darse por vencidos. Como no llegó enseguida, se fueron rápido. Por eso el periodista Webb escribió que el ministro del Interior se apuró en detener las investigaciones sobre el instigador, que hubieran podido salvarle la vida a Ruth.

En todo el país, hubo un fuerte rechazo a esta decisión de ejecutar a Ruth Ellis porque se consideraba que la muerte era un castigo exagerado en virtud de los antecedentes del caso. El propio escritor de novelas policiales Raymond Chandler escribió en el Evening Standard: “Su crimen fue fruto de la provocación. En ningún otro país del mundo, se colgaría a esta mujer”. Abogados, parlamentarios, hombres del común y de la cultura participaron de campañas a favor de un indulto. En una de ellas, se reunieron 50.000 firmas. Pero el perdón jamás llegó.

El día de la ejecución de Ruth Ellis

El 13 de julio de 1955, al toque de diana en la cárcel de Holloway, a las 06.30, nadie despertó a Ruth. Era la tradición dejar dormir al condenado el día de su ejecución. Poco antes de las 09.00, la hora señalada, Ruth desayunó con más brandy. Una multitud ya se concentraba en la puerta de la penitenciaría para protestar. Un violinista callejero tocó varias veces el “Ven cerca de mí”, de Bach.

Curiosos y manifestantes frente a la prisión donde colgaron a Ruth Ellis.
Curiosos y manifestantes frente a la prisión donde colgaron a Ruth Ellis.

Albert Pierrepoint entró en la celda con su ayudante. Ruth, de acuerdo a la tradición, estaba sentada de espaldas a él. El verdugo le ordenó suavemente que se incorporara. Le ató las manos a la espalda. Dos guardias la llevaron a la celda contigua, la de la horca. Ruth Ellis, repleta de brandy, caminó despacio. La dejaron sobre la trampa, en un lugar exacto señalado con tiza blanca. Entonces le ataron los tobillos con una correa y Pierrepoint le colocó una capucha blanca. Enseguida acomodó el nudo de la soga de cáñamo debajo de la mandíbula de Ruth, del lado izquierdo. Vio que estaba todo dispuesto y tomó la palanca que accionaba la trampa. El abrumador silencio fue roto por el piso de la trampa al abrirse y por el sonido seco del cuello de Ruth al quebrarse.

El médico comprobó la muerte. El cuerpo quedó colgado cerca de una hora más, como también era costumbre, aunque nadie explicó nunca esta última indignidad. Se izó una bandera negra y se oyó el tañir de una campana. Un guardia colocó en la entrada un cartel que decía que la sentencia se había cumplido según las reglas y con humanidad. Los manifestantes se dispersaron en orden, en silencio y con las cabezas gachas. Parecìan muertos que volvían al cementerio.

El lugar donde ahorcaron a Ruth Ellis.
El lugar donde ahorcaron a Ruth Ellis.

Pierrepoint fue con su ayudante a una oficina a recibir el pago por su trabajo. El cobraba aproximadamente 15 libras por cada ejecución y, además, trabajaba en una taberna. Describió a Ruth Ellis como “la mujer más valiente que jamás he colgado”. Al rato, un furgón salió de Holloway. Llevaba el cadáver de Ruth hacia el cementerio. El portón no se había cerrado aún cuando apareció el verdugo. Saludó con la mano a uno de los guardias, se despidió de su ayudante y se fue a su casa, caminando.

El efecto Ruth Ellis

Seis meses más tarde, después de persistentes artículos de los periodistas de casos criminales Peter Grisewood y Duncan Webb, el ministerio del Interior admitió que podría haber algo en la conexión de Cussen, sin admitir que Ruth Ellis debería haber sido indultada.

Su ejecución desempeñó un papel importante en el movimiento para abolir la pena de muerte en el Reino Unido, aunque los parlamentarios, conservadores, tardaron una década más en cambiar la ley y terminar con ella. Tras el ahorcamiento, el Observer sugirió que se debería considerar la tarea de explicarle al hijo de 11 años de Ruth Ellis, que fue llevado a un internado, lo que había sucedido. “A este niño, que tampoco tiene padre, le han hecho algo tan brutal que es difícil de imaginar. Debemos darnos cuenta de que somos nosotros quienes lo hemos hecho”, decía la publicación.

Más tarde, en su vida, Andy Ellis logró una entrevista, escalofriante, con el fiscal del caso que pidió la horca para su madre. En ese diálogo, Andy le dijo al funcionario que la descripción que él había hecho de su madre como una mujer de sangre fría era falsa. Andy se suicidó en 1982.

El pub, hoy cerrado, donde se produjo el crimen por el que condenaron a la horca a Ruth Ellis.
El pub, hoy cerrado, donde se produjo el crimen por el que condenaron a la horca a Ruth Ellis.

El pub Magdala, donde Ellis le disparó a Blakely, está cerrado en la actualidad. Sin embargo los turistas se detienen para mirar los “agujeros de bala” que supuestamente dejó el arma Smith & Wesson utilizada por Ruth. Un historiador y bloguero local, Neil Titley, contó cómo se taladraron en la pared, a principios de la década de 1990, para que los turistas tuvieran algo que ver cuando pasaran por allí en los recorridos de “los lugares de crímenes famosos”. Los agujeros permanecen como una distorsión más de este caso, que convalida morbosamente el pensamiento de los jueces y políticos británicos de sacar del medio a una mujer de pasado turbulento que mató a un hombre, es decir a una mujer que para ellos no valía la pena. /TN