"Cómo el factor Milei rediseña el mapa político": ex votantes del PRO, la UCR y el PJ apoyan el nuevo rumbo del país

Sábado 23 de Marzo de 2024, 09:16

Javier Milei



Por Sergio Suppo

Hay momentos en los que la política se convierte en una pesadilla para sus protagonistas. Estamos en uno de esos estremecedores y a la vez fascinantes trances en los que se produce una drástica reconfiguración y los dirigentes son asaltados por el temor existencial de ser abandonados por sus votantes y dejar de ser lo que son.

Si se sabía que la llegada de Javier Milei al gobierno iba a significar un terremoto que derrumbaría el sistema político tradicional, también era previsible que quienes se derrumbaran dentro de sus propios edificios partidarios no aceptaran indiferentes la nueva situación. Nadie quiere cambiar lo que durante tanto tiempo resultó tan conveniente.

Al final de sus primeros cien días de luna de miel y en el principio de la compleja convivencia matrimonial con los argentinos, el presidente libertario no parece especialmente interesado en sumar dirigentes ni tampoco adherir más fragmentos del viejo sistema que llama “la casta”. Por ahora se siente muy cómodo con una amplia aceptación ciudadana de su plan de reestructuración de las cuentas públicas, licuación y motosierra incluidos.

Como un dirigente clásico, Milei no quiere acuerdos con sus congéneres porque cree que no le conviene, no en nombre de principios intransigentes. Esa plasticidad explica que haya propuesto para integrar a la Corte Suprema a Ariel Lijo, símbolo de lo más impresentable de la Justicia.

El juzgamiento al programa económico que empieza ahora dará un resultado siempre cambiante. Estará ajustado al hartazgo social que hizo presidente a Milei, al fondo y las formas de su gobierno y la tolerancia al dolor social que provoca en esta etapa el shock de rigor y velocidad. El efímero mundo de las expectativas dará paso a una consideración más concreta; cada uno sabrá si los libertarios le mejoraron o le empeoraron la vida y si esos estados se mantendrán en el tiempo o volverán a cambiar.

Milei cumplió 100 días con un apoyo superior al 56% de los votos que recogió para vencer a Sergio Massa en la segunda vuelta el mismo día que se cumplían cuatro años del decreto con el que Alberto Fernández encerró al país durante meses. Entonces, el último presidente kirchnerista tenía una popularidad que treparía encima del 75%.

Milei no debiera confiarse en los resultados de su visceral comunicación como reaseguro del acompañamiento que recoge. Bilardista como es, seguramente sabrá que lo juzgarán por los indicadores crudos de la economía antes que por sus ocurrencias beligerantes en las redes sociales.

Nota al margen: los genios de la comunicación que le hacen decir al presidente que prefiere las redes como vínculo directo entre el líder y las masas deberían saber que hace casi un siglo personajes tan opuestos como Franklin Roosevelt, Winston Churchill, Adolfo Hitler o Benito Mussolini utilizaron la radio para llegar en forma directa a sus conciudadanos. Siempre hay algo nuevo que rompe con lo viejo, pero a la vez lo reproduce.

Mientras Milei lidia con una realidad dura y arisca y borra los viejos preceptos del kirchnerismo, de un extremo al otro tratan de encontrar un lugar en el que hacer pie.

El libertario les llevó, al menos por ahora, el apoyo de los que votaron al Pro, pero también suma las adhesiones de numerosos radicales y de peronistas moderados. La coalición de la segunda vuelta de noviembre sigue ahí, firme, esperanzada en que Milei logre cambiar el rumbo de la Argentina.

Mauricio Macri, ahora desde la presidencia del Pro, renovará su intento de acercamiento. Intentó abrazarlo en el primer minuto y formar una coalición de gobierno, pero Milei lo repelió con elegancia y los dirigentes originarios del macrismo que se sumaron lo hicieron por su cuenta y mostrando sus diferencias con el expresidente.

Macri fue clave para facilitar la llegada al poder de Milei, tal como Elisa Carrió fue importante en 2015 para que el radicalismo terminara aliado al Pro y se formara Cambiemos. El apoyo de Macri a Milei tiene como precio la desaparición de Juntos por el Cambio, que en su origen había sido decidida por los votantes que se fueron con Milei sin detenerse a votar antes por Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich.

Macri le quiere vender a Milei lo que este ya ganó por derecho propio. Un dilema similar asalta a los radicales, que ven en los sondeos que el grueso de sus adherentes mantiene su aval al oficialismo. Es lo que vuelve, al menos por ahora, dislocada de sus representados la posición opositora del presidente de la UCR, Martin Lousteau.

Al Pro de Macri como a sus exsocios del radicalismo les asalta la angustiante imagen de una casa abandonada en las que fueron felices, pero de la ya partieron todos. Es un problema de dirigentes, no de ciudadanos con alguna afinidad partidaria.

Los radicales se imaginan al fin formando una fuerza de centro con dirigentes derivados del PRO como Horacio Rodríguez Larreta o peronistas que no entren en la lógica centrípeta de un partido en crisis, aunque dominado por el kirchnerismo. Es más una ilusión que un proyecto en marcha. Resulta difícil hoy pensar que pueda reconstruirse un espacio republicano y moderado como opción de poder.

Los macristas en cambio quieren ser aliados de los libertarios, pero Milei no tiene gran interés en contarlos como socios. De nuevo, la vieja lógica del líder y las masas prevalece sobre la idea de acuerdos, pactos y consensos.

Hay, al fin, veleros del peronismo que navegan en diagonal al fuerte viento que les sopla en contra. Dicen que quieren acompañar al Gobierno, pero no ven la hora que cambie el viento. Hay, además, quienes apuestan sin tapujos a que Milei caiga y sea efímero, algo así como un accidente superado en pocos meses.

Jugar en favor del fracaso ha sido con mucha frecuencia una actitud ganadora en la Argentina de la larga decadencia; un país que ya no paga premios y que puede desconocer hasta a los apostadores más audaces. /La Nación