Domingo 04 de Mayo de 2025, 22:20
En una era marcada por la hiperconectividad y el hábito creciente de trasnochar, la ciencia ha sido contundente: acostarse muy tarde y dormir poco afecta negativamente la salud cerebral. Descansar mal —especialmente fuera del horario biológico natural— se asocia con un deterioro cognitivo progresivo, mayor riesgo de demencia, envejecimiento prematuro del cerebro, alteraciones emocionales y trastornos mentales.
Un
estudio publicado en Nature Communications, con financiamiento parcial de los Institutos Nacionales de Salud de EE.UU., concluyó que
los adultos de mediana edad que dormían menos de seis horas por noche tenían un 30 % más de
probabilidades de ser diagnosticados con demencia en la vejez.
“Este estudio es clave porque identifica la corta duración del sueño como un factor vinculado al desarrollo de la demencia”, explicó la doctora
Harneet Walia, directora médica de medicina del sueño en el Miami Cardiac & Vascular Institute, al medio Baptist Health.
Durante el descanso nocturno, el cerebro elimina proteínas tóxicas como los amiloides, relacionadas con enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. “Es como sacar la basura: hay que eliminar esos residuos dañinos”, graficó la doctora Walia.
Por su parte, un análisis de Stanford Medicine que incluyó a casi 74.000 adultos reveló que quienes se acostaban tarde, sin importar su cronotipo natural, presentaban
tasas significativamente más altas de ansiedad y depresión. “La alineación con el cronotipo no fue un factor determinante: trasnochar, por sí solo, es perjudicial para la salud mental”, afirmó el profesor Jamie Zeitzer, autor principal del estudio.
El dato más inquietante: las personas con hábitos nocturnos marcados tenían entre un 20 % y un 40 % más de
probabilidades de ser diagnosticadas con un trastorno mental. Esta tendencia se mantuvo estable durante un seguimiento de ocho años.
Otra investigación, publicada en Neurology y liderada por la doctora Clémence Cavaillès (Universidad de California en San Francisco), utilizó escáneres cerebrales para mostrar que quienes dormían mal
tenían cerebros que aparentaban entre 1,6 y 2,6 años más de edad que los de quienes descansaban bien. Problemas como dormir poco, despertarse temprano, tener somnolencia diurna o dificultad para conciliar el sueño contribuyen a este envejecimiento cerebral.
El impacto de dormir mal no se limita a los adultos: también afecta a los niños. Un estudio publicado en The Conversation analizó a 94 niños de entre 5 y 9 años y encontró que los que dormían menos y se acostaban más tarde —especialmente en hogares de bajos recursos— mostraban un
tamaño menor de la amígdala y conexiones cerebrales debilitadas, estructuras clave en el manejo del estrés y las emociones.
La doctora Nancy Foldvary-Schaefer, experta en medicina del sueño en la Cleveland Clinic, enfatiza que el cerebro necesita entre siete y ocho horas de sueño por noche para llevar a cabo funciones esenciales como la eliminación de toxinas, la recuperación energética y la consolidación de la memoria. “El sueño es un proceso activo que involucra a todos los órganos. Si dormimos mal, no nos recuperamos adecuadamente y se deteriora la función cerebral”, advirtió.
La falta de descanso adecuado —ya sea por irse a dormir muy tarde, dormir pocas horas o tener un sueño fragmentado— afecta la memoria, la concentración, el estado de ánimo y, a largo plazo, aumenta la probabilidad de desarrollar enfermedades como el Alzheimer.
La recomendación es clara: mantener horarios consistentes, acostarse temprano y dormir entre siete y ocho horas por noche es fundamental para proteger la salud cerebral. Como resume Foldvary-Schaefer: “No basta con dormir mucho alguna vez. Si no lo haces de forma regular, vivirás en un estado de privación crónica de sueño”.
El mensaje final no deja lugar a dudas: no se trata solo de cuánto dormís, sino de cuándo lo hacés. El cuerpo —y, en especial, el cerebro— tiene sus propios ritmos. Ignorarlos, tiene consecuencias.