Sábado 10 de Mayo de 2025, 14:21

Gabriela Cerruti se escuda detrás de la ficción, pero parece escribir como una funcionaria arrepentida
En su debut como novelista, Gabriela Cerruti, quien fuera portavoz del expresidente Alberto Fernández, presenta a Salvador Gómez, un mandatario “cobarde, maltratador y mentiroso”, con una relación conflictiva hacia las mujeres, una personalidad “violenta” en lo privado y manipulado por un expresidente que lo llevó al poder solo para después despreciarlo. Aunque ella insiste en que no se trata de Alberto Fernández, las similitudes resultan inevitables.Gómez no es “el hijo de un juez”, sino de un senador. Fue jefe de Gabinete, pero no de los Kirchner sino de un tal Pedro Sacristán. Sin embargo, sí da clases en Derecho y vive en un departamento prestado en Puerto Madero.
Detrás del disfraz de la ficción, El veneno del poder (Editorial Sudamericana), presentada recientemente en la Feria del Libro, parece más un ajuste de cuentas que un experimento literario. Pese a sus limitaciones narrativas y su estilo poco refinado, el texto llama la atención no tanto por su valor artístico, sino por lo que sugiere en clave de testimonio. La historia, aunque deliberadamente distorsionada, suena demasiado conocida.
Resulta difícil no preguntarse si estamos ante una especie de confesión disfrazada de arrepentimiento. ¿Está Cerruti intentando desmarcarse de un ciclo político en ruinas, marcado por denuncias de corrupción y violencia de género? El recurso de la novela parece servirle de escudo para decir lo que no se anima a declarar abiertamente.
Hay una escena en el libro que calca un episodio ocurrido durante un viaje oficial a Bali, lo que refuerza las sospechas de que detrás del personaje de Salvador Gómez se esconde una versión camuflada de Fernández.
La novela plantea también cuestiones éticas: ¿puede una exfuncionaria revelar detalles confidenciales —aunque sea disfrazados— a los que accedió por su rol institucional? ¿No debería haber denunciado en su momento en lugar de esconder los hechos en una narrativa de ficción?
Algunas frases del libro apuntan directamente al expresidente: “La pandemia fue su mejor momento. Tenía ochenta por ciento de popularidad, creía que era Churchill”, se burla Cerruti en la página 73. Antes lo había definido como “fabulador y un mentiroso compulsivo”, dominado por una relación de subordinación emocional con quien lo designó como candidato.
Las coincidencias se multiplican. Reuniones, viajes, crisis, hasta internaciones, todo lo que se narra en la historia de Gómez evoca a los años de gestión de Fernández. Se describe también un entorno de presiones sobre la Justicia, pactos con periodistas y negociados dudosos. ¿Ficción o memorias encubiertas?
La figura de la primera dama, llamada Samantha, lucha contra la depresión y el alcoholismo en una relación tóxica con el presidente. Su frase en la página 116 es contundente: “No lo aguanto más. A veces lo quiero matar; a veces me quiero morir. Se volvió un monstruo, alguien muy horrible. Siempre fue pajero, y agrandado y mentiroso. Pero era dulce, me cuidaba”. En otro diálogo con el presidente: “Salvador, te estoy hablando bien. No podés insultarme y maltratarme todos los días, todo el tiempo”.
Lo llamativo es que en la novela no hay portavoz presidencial. Cerruti, que en su época se autodenominaba "portavoza", desaparece de la escena, como si incluirse en el relato fuera una forma de autoincriminarse.
En la página 152, narra sobre la pareja presidencial: “Se fueron consumiendo mutuamente en un círculo de violencia y humillación”. ¿Cuánto sabía Cerruti sobre lo que ocurría en Olivos?
El libro mezcla realidades y biografías en lo que parece una “licuadora” de personajes públicos. Jaime Malson, una versión híbrida de Milei y Macri, es amante de los gatos, exarquero y millonario excéntrico. Sacristán representa a Cristina, pero también a Néstor.
Leopoldo Valaguer, un periodista influyente, aparece enfrentado con “el Cardenal” y acusado de operar entre el poder político y otros sectores. “Tiene la imagen de sí mismo más generosa de todos los tiempos”, escribe Cerruti. Se lo describe como quien sugería nombres para cargos, incluso el del Ministerio de la Mujer, “porque era su amante”. ¿Alusión velada a Horacio Verbitsky?
En la página 214, Gómez reflexiona con desesperación sobre su necesidad de aprobación: “¿Por qué me importa tanto lo que piensa? Estoy a los abrazos con todos los presidentes del mundo, tengo las mujeres que se me antoja, gané con el setenta por ciento de los votos. Pero estoy esperando qué va a decir de mí. Obsesionado buscando que me elija, que me mire. Eso, solamente eso. Que Sacristán por fin, de una puta vez, me quiera”. Cerruti comenta: “Gómez habla de Sacristán con el despecho del amor no correspondido”.
En la página 285 escribe: “Sacristán lo detesta, lo desprecia profundamente. Al mirar a Salvador Gómez ve la confirmación de su mayor error: su incapacidad para dejar legado, para construir herederos”.
El perfil que traza de Gómez —“mentiroso, mujeriego y desordenado hasta la estafa puertas adentro de su dormitorio”— se completa con referencias a sus hábitos íntimos y sus chats sexuales. También se menciona que la Agencia de Inteligencia tenía conocimiento detallado de sus actividades: “Sabe perfectamente que allí graba videos, toca la guitarra, baila tangos, juega con los perros y posa disfrazado imitando a los próceres”.
Hay un personaje clave: Diana, ex pareja del presidente y figura central en el gobierno. En la página 234, Cerruti señala: “No puede ni sonreír. Está demudada, aunque disimula con compostura. Al final, no conocía nada a Salvador Gómez. Podía imaginarse que tuviera una enorme gama de problemas con mujeres, pero jamás hubiera pensado que él también manejaba dinero en valijas. El hombre decente, el hijo del senador… Aceptaba favores, eso sí. Pero uno nunca conoce del todo a las personas”.
Cerruti niega que Salvador Gómez represente a Alberto Fernández. Atribuye las similitudes al parecido entre ficción y realidad en tiempos convulsos. Afirma que otros mandatarios también ejercían violencia sobre mujeres. Sin embargo, con Fernández al borde de un juicio oral por violencia de género contra Fabiola Yañez, las conexiones son difíciles de ignorar. Como dice Diana en la novela: “Uno nunca conoce del todo a las personas”.
Quizás El veneno del poder termine olvidado en una pila de libros oportunistas. Pero será inevitable recordar que quien lo escribió defendió durante años lo que ahora describe con cinismo. ¿Gómez? ¿Fernández? Entre ficción, máscaras y simulacros, el retrato es más revelador de lo que la autora admite. /
La Nación
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