Un informe histórico revela el verdadero origen del nombre de la localidad de Yonopongo

Miércoles 17 de Septiembre de 2025, 08:51

VIRAL. El nombre de la localidad monteriza se hizo famoso cuando un informe en redes enumeró localidades argentinas con denominaciones jocosas.



El paraje tucumano de Yonopongo, perteneciente a la comuna de León Rouges en Monteros, volvió a ser noticia luego de que un informe histórico aportara nuevas luces sobre el verdadero origen de su nombre. Lo que hasta hace poco se asociaba a anécdotas pintorescas y chascarrillos populares, hoy adquiere una dimensión ancestral ligada a los pueblos originarios y a documentos coloniales del siglo XVII.

Durante años, los lugareños compartieron dos relatos sobre el curioso nombre de su pueblo. La primera versión aludía a una reunión de vecinos convocada por autoridades para ceder tierras con el fin de ensanchar el cauce del río Pueblo Viejo y evitar inundaciones. Ante la consulta, todos respondieron: “Yo no pongo”, dando origen al topónimo. 

La segunda leyenda sostenía que, cuando se buscaba dar nombre al paraje, nadie proponía uno, repitiendo la misma frase: “Yo no pongo”. Estas explicaciones, repetidas con humor por los habitantes, incluso llamaban la atención de turistas, como los que en época del Rally Dakar se detenían a fotografiarse junto al cartel de ingreso.

Sin embargo, una investigación del historiador Sergio García, autor de “Toponimia de Chicligasta, Famaillá, Monteros y Simoca”, reveló que la denominación de Yonopongo es mucho más antigua. En 1605, un título de confirmación de merced de tierras firmado por el gobernador Francisco de Barraza y de Cárdenas ya mencionaba al “pueblo y asiento que llaman Yonopongo que está despoblado”, concedido a Doña Isabel de Leguisamo.

Años más tarde, el historiador Pablo Cabrera (1926) explicó que “pongo, pungo o puncu” significaba “puerta” o “entrada forzosa” en lengua quichua, usada por los pueblos originarios para designar pasos estratégicos en los que solían producirse invasiones o ataques. Así, Yonopongo habría sido un lugar de vigilancia, un sitio donde se erigían atalayas o mangrullos para prevenir los malones indígenas.

En otras interpretaciones, “pongo” aludía también al sirviente encargado de custodiar una puerta, mientras que otra traducción combina “yono” (negro) y “punko” (puerta), dando como resultado “puerta negra”, posiblemente en referencia a un paso hacia los cerros.

La historia de Yonopongo está también ligada a los movimientos de tierras en la época colonial. En 1615, Juan Gutiérrez de Leguisamo vendió la estancia a su cuñado Antonio de Aragón, quien amplió la propiedad en varias direcciones. Tras su muerte, su esposa Ana de Leguisamo y sus hijos comenzaron a fraccionar las tierras, que con el paso de las décadas pasaron a manos de distintas familias: Molina, Soria, Bernio, Abregú, entre otros.

En 1669, parte de esas tierras se transfirieron al Capitán Francisco de Leorraga, en terrenos que hoy corresponden en parte a la ciudad de Monteros. Para el siglo XVIII, los límites originales del “Paraje del Pongo” se habían diluido por sucesivas ventas y subdivisiones.

La difusión de estas investigaciones revaloriza la riqueza cultural e histórica de Yonopongo, un paraje cuya denominación, lejos de ser un mero juego de palabras, encierra siglos de tradiciones, luchas y transformaciones territoriales.

Lo que alguna vez fue motivo de bromas se revela ahora como un legado toponímico indígena y colonial, que une el pasado ancestral con la identidad actual de Monteros y su gente.