Jueves 09 de Octubre de 2025, 20:17

Muchas familias se encuentran con un desajuste estructural entre lo que entra y sale cada mes.
En la vida cotidiana de la clase media argentina persiste una tensión: los ingresos en algunos sectores acompañan la inflación, pero la pérdida de poder adquisitivo de décadas aún pesa. Aunque la inflación anual ronda el 30% y ya no es la estampida del pasado reciente, los sueldos no logran recomponer lo perdido.
El resultado es un escenario ambiguo: cierta previsibilidad, pero sin alivio real en los bolsillos.En ese contexto, muchas familias se encuentran con un desajuste estructural entre lo que entra y lo que sale cada mes. Ante esa diferencia,
las opciones más comunes para cubrirlo son recurrir a un préstamo personal o financiarse con tarjeta de crédito, dos caminos que permiten estirar los números en el corto plazo pero que, en el mediano y largo, pueden convertirse en una pesada mochila de deuda.
¿Financiarse con un préstamo personal o a través de la tarjeta?
Supongamos entonces que una familia tiene unos ingresos mensuales de $3.500.000, pero sus gastos son por $3.800.000, por lo que
se decide cubrir ese bache mensual de $300.000 acudiendo cada vez a un préstamo personal. A primera vista, parece una alternativa razonable: la entidad financiera otorga el dinero rápido y sin mayores complicaciones.
El problema aparece cuando entran en juego los intereses. Con una tasa nominal anual del 120%, que se traduce en un interés efectivo mensual del 10%, la deuda empieza a crecer con un ritmo preocupante.
En el caso de pedir un préstamos ara cubrir déficit, el problema aparece cuando entran en juego los intereses
El primer mes, el préstamo solicitado para cubrir el déficit deja un saldo de $300.000. Al mes siguiente, para pagar nuevamente los gastos, la familia pide otros $300.000, pero ya no debe solo eso: la deuda anterior se incrementó por los intereses. Así, en apenas dos meses, la deuda acumulada llega a $630.000. El mecanismo se repite mes a mes: el déficit sigue igual, los intereses se suman, y el monto adeudado escala casi sin que la familia lo note.
Al cabo de un año, el panorama es contundente: la deuda acumulada asciende a más de $6.400.000. Es decir, lo que comenzó como un déficit mensual de apenas el 8,5% de los ingresos familiares, en 12 meses se transformó en una cifra que equivale a casi dos veces los ingresos de la familia en un solo mes.Otra alternativa común es cubrir el faltante con la tarjeta de crédito con la lógica de que, en caso de no tener para pagarla al vencimiento, pagás el mínimo. A primera vista parece menos agresivo que un préstamo personal, porque el mínimo a pagar es bajo (en este caso, apenas el 5% del saldo). Sin embargo, la realidad es que las tasas de financiamiento con tarjeta son similares y el efecto a lo largo del tiempo puede ser igual de grave o incluso peor.
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Las tasas de financiamiento con tarjeta puede ser igual de grave o incluso peor que un préstamo
Con una tasa nominal anual del 84,95%, que se traduce en un costo financiero total de más del 160%, la deuda empieza a inflarse rápidamente. El primer mes, la familia financia $300.000, paga un mínimo de $15.000 y queda con un saldo de $285.000. Pero como al mes siguiente debe sumar otro déficit de $300.000 y, además, abonar los intereses sobre lo anterior, el monto sube a casi $579.000 en apenas dos meses.
Ese efecto de "bola de nieve" es todavía más marcado porque el pago mínimo no alcanza ni para cubrir los intereses. Así, el capital adeudado sigue creciendo aunque la familia cumpla religiosamente con el pago del resumen. Mes a mes, el déficit acumulado se va transformando en una deuda cada vez más pesada, con intereses que se comen buena parte del esfuerzo de pago.
Al terminar el año, los números hablan por sí solos: la deuda final llega a unos $4.489.000. Si bien el monto es algo menor que en el escenario del préstamo personal,
el mecanismo de financiamiento con tarjeta deja a la familia atrapada en un círculo vicioso, ya que nunca se llega a amortizar la deuda real, sino que se sigue "pateando" hacia adelante con intereses muy altos.
Hoy la clave es ajustar los gastos mensuales
Estos dos caminos mencionados para financiar el déficit, permiten llegar a fin de mes, pero al cabo de un año dejan una mochila pesada. Sin embargo,
existe la posibilidad de dar vuelta la página y empezar a reducir la deuda acumulada. Para eso, la clave está en ajustar los gastos y generar un superávit mensual que pueda destinarse al pago.
En el caso de la tarjeta de crédito, supongamos que la familia decide recortar un 20% de sus gastos mensuales. Eso significa bajar de $3.800.000 a $3.040.000, lo que deja un superávit de $460.000 respecto a los ingresos de $3.500.000.
Con esa diferencia, la deuda inicial de $4.489.000 empieza a achicarse.
El proceso no es inmediato, porque los intereses siguen corriendo: el primer mes suman más de $380.000, y aunque el pago de $460.000 alcanza para cubrirlos, la reducción de capital es todavía pequeña. Sin embargo, lo importante es que la tendencia cambia. A partir de ahí, mes tras mes la deuda baja, y con ella también los intereses. Es un círculo virtuoso que reemplaza al anterior: cuanto menos se debe, menos se paga de interés, y más del superávit se destina a reducir el capital.
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La clave está en ajustar los gastos y generar un superávit mensual que pueda destinarse al pago
En este escenario, en 22 meses la familia logra cancelar por completo la deuda. No es un camino corto ni sencillo, son casi dos años de un gran esfuerzo sostenido, pero es mucho más saludable que seguir arrastrando intereses de por vida.
Con el préstamo personal el ejercicio es parecido, aunque la exigencia es mayor. Dado que la tasa es más alta y la deuda acumulada al año supera los $6.400.000, el ajuste necesario para empezar a bajar ese capital tiene que ser más fuerte. En este caso, se requiere un recorte del 25% en los gastos para generar un superávit de $650.000. Así, poco a poco, la deuda empieza a reducirse, pero el proceso es mucho más largo: puede extenderse por varios años hasta que el capital quede saldado.
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Con disciplina y planificación, cada peso de superávit es una inversión en tranquilidad futura
La comparación entre ambos caminos deja algunas conclusiones claras. Financiarse con un préstamo personal o con tarjeta de crédito puede parecer, en un primer momento, una salida rápida para cubrir un déficit mensual, pero las consecuencias a un año vista muestran la fragilidad de esa estrategia. Sin ajuste, la deuda crece hasta volverse inmanejable; con ajuste, aunque el camino sea duro, se abre una salida concreta.
Más allá de las cifras, lo que muestran estos ejemplos es la importancia de tomar decisiones conscientes en torno al consumo y la financiación. La previsibilidad que hoy ofrece un contexto inflacionario más bajo puede ser una oportunidad para reorganizar las cuentas, identificar dónde se filtran los pesos cada mes y construir un margen que permita no solo cubrir necesidades inmediatas, sino también mejorar la salud financiera de largo plazo.
La clase media argentina sabe que no hay soluciones mágicas. Pero también que, con disciplina y planificación, cada peso de superávit es una inversión en tranquilidad futura.
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