Cómo funcionaba el servicio de tranvías eléctricos en San Miguel de Tucumán entre 1912 y 1965

Martes 28 de Octubre de 2025, 16:48

Tranvía de los años 50 en 24 de Setiembre y 9 de Julio. /Imagen Eduardo Iglesias - Fotos Antiguas de Tucumán



Durante más de medio siglo, el sonido metálico de las ruedas sobre los rieles fue parte del pulso cotidiano de San Miguel de Tucumán. Entre 1912 y 1965, los tranvías eléctricos recorrieron las calles de la ciudad marcando el ritmo de una urbe que soñaba con ser moderna, limpia y europea. Hoy, casi nada queda de aquel sistema, pero bajo el asfalto todavía descansan algunas de sus vías, ocultas como cicatrices de una época en que el progreso se movía sobre rieles.

La historia comenzó a fines del siglo XIX, cuando en 1889 se inauguró el primer tranvía a caballo. Los carros de madera, techados con chapa de zinc y tirados por caballos, unían el centro con los barrios del sur y del oeste. El viaje era lento —a veces más de una hora de punta a punta—, pero significó la primera forma de transporte público organizada en Tucumán.

Con el avance de la electricidad, las autoridades locales imaginaron una ciudad a la altura de Buenos Aires o Rosario. En 1911, el intendente Alfredo Guzmán firmó el contrato con la Compañía de Tranvías Eléctricos de Tucumán Ltda., que instaló una usina propia en la calle Marco Avellaneda al 700, junto con los postes, cables y una red inicial de 15 kilómetros de vías.

El 6 de septiembre de 1912, el primer tranvía eléctrico salió desde la Plaza Independencia rumbo al Parque 9 de Julio. Fue una revolución: los tucumanos se agolparon en las esquinas para ver cómo los coches se movían “solos”, sin caballos, impulsados por la energía invisible que traía la modernidad.


Un símbolo de modernidad


Los primeros vagones, de fabricación inglesa, podían transportar hasta 40 pasajeros. Tenían dos plataformas abiertas —una en cada extremo— y asientos de madera lustrada. El pasaje costaba 10 centavos, y los recorridos abarcaban toda la trama urbana que por entonces se extendía apenas unas 30 cuadras desde la plaza central.

El sistema creció rápido. En los años 20, el tranvía ya llegaba al Cementerio del Oeste, Villa Luján, Barrio Belgrano y el Parque 9 de Julio.

Los coches partían desde la Plaza Independencia, avanzaban por 24 de Septiembre, Córdoba, Buenos Aires, San Martín, Laprida o Crisóstomo Álvarez, y doblaban según el ramal:

Ramal Parque: Plaza – 24 de Septiembre – Av. Soldati – Parque 9 de Julio.

Ramal Belgrano: Plaza – Córdoba – Av. Mitre – Barrio Belgrano.

Ramal Cementerio: Plaza – Buenos Aires – Av. Colón – Cementerio del Oeste.

Ramal Luján: Plaza – San Martín – Av. Mate de Luna – Villa Luján.

Estos recorridos unían por primera vez a los barrios periféricos con el centro comercial y administrativo. Tucumán, que en 1914 tenía poco más de 90 mil habitantes, se convertía en una ciudad conectada.


La vida sobre rieles

El tranvía era más que transporte: era parte del paisaje. Su zumbido eléctrico se mezclaba con el pregón de los vendedores ambulantes y el silbido de los trenes que llegaban a la estación del Mitre. Los domingos, las familias lo usaban para pasear hasta el Parque 9 de Julio; los obreros lo tomaban al amanecer rumbo a los talleres o ingenios.

Por las noches, los coches se iluminaban con bombillas incandescentes y llevaban carteles publicitarios de cigarrillos, almacenes o destilerías locales. A veces, los estudiantes se colgaban en los estribos traseros —un clásico peligroso pero común— mientras los conductores hacían sonar la campana antes de cada esquina.

El principio del fin

El esplendor duró hasta la década de 1940. La llegada del automóvil y los ómnibus a motor cambió para siempre la movilidad. Las calles tucumanas, angostas y empedradas, se congestionaban fácilmente. Los rieles empezaron a ser vistos como un obstáculo para los autos y colectivos.

En los años 50, la Municipalidad intentó sostener el sistema con reparaciones mínimas, pero el deterioro era evidente: los cables se rompían, los motores fallaban y los repuestos eran cada vez más difíciles de conseguir. En 1965, tras más de medio siglo de servicio, el último tranvía tucumano realizó su viaje final. Los empleados lo despidieron con aplausos y tristeza: sabían que se terminaba una era.

El olvido bajo el asfalto

Tras el cierre, las vías fueron cubiertas con brea y las unidades, vendidas como chatarra. Algunas quedaron abandonadas en galpones municipales. Hoy, bajo calles como Laprida, San Martín, Crisóstomo Álvarez o 24 de Septiembre, aún pueden verse —cuando se rompen las calzadas— fragmentos de aquellos rieles centenarios.

La antigua usina eléctrica, en Marco Avellaneda, funcionó por décadas como depósito municipal antes de ser demolida. Solo quedan fotografías y algunos planos guardados en el Archivo Histórico de la Provincia.

En los años 90, y nuevamente en la década de 2000, surgieron proyectos para reinstalar un tranvía turístico que uniera la Plaza Independencia con el Parque 9 de Julio, aprovechando parte del recorrido original. Incluso se habló de un “Tranvía del Bicentenario”, pero ninguna iniciativa prosperó.

Hoy, los tucumanos más antiguos aún recuerdan aquel sonido metálico que anunciaba la llegada del tranvía a la esquina. Era el ruido del progreso, el eco de una ciudad que, durante unos años, creyó firmemente que la modernidad viajaba sobre rieles.