Sábado 15 de Noviembre de 2025, 21:49

Las asesinas de Betty Argañaraz al ser condenadas
La mañana del 31 de julio de 2006 amaneció como cualquier otra para cientos de maestros y alumnos en la provincia. Para Beatriz “Betty” Argañaraz, sin embargo, sería la última. Aquel día la docente salió con la rutina de siempre rumbo a un departamento céntrico donde la esperaban dos mujeres que conocía desde hacía años: Susana del Carmen Acosta y Nélida Fernández. Nadie imaginó entonces que una escena de celos, ambición y violencia terminaría por transformar aquel encuentro en una herida abierta para una familia, una escuela y una provincia entera.
Esta es la historia extensa y reconstruida de ese giro trágico: la vida antes del crimen, los lazos que unían a las acusadas, la investigación marcada por la ausencia del cuerpo, el juicio y la condena, y las décadas posteriores de reclamos, recursos, beneficios y controversias que mantienen el caso vivo en la memoria pública.
I. Los personajes y su pasado compartidoBeatriz “Betty” Argañaraz era una maestra con trayectoria en el colegio Padre Roque Correa. Respetada por colegas y familias de alumnos, era una mujer dedicada a la docencia y a su comunidad. Tenía una vida profesional ascendente: estaba por asumir la dirección del colegio, un cargo que implicaba prestigio, responsabilidad y visibilidad.
Susana del Carmen Acosta y Nélida Fernández se conocieron en la vida religiosa: fueron novicias en el mismo convento. De allí surgió una relación íntima que se transformó con los años. Abandonaron la vida de hábito, compartieron hogar, adoptaron una niña y tejieron una complicada mezcla de afecto, dependencia y proyectos en común. Susana trabajaba en la misma escuela donde Betty era docente, y entretejidos personales y profesionales crearon tensiones que, como mostró la investigación, terminaron por explotar.
El vínculo entre Acosta y Fernández fue un elemento que, desde el principio, llamó la atención de la sociedad. La idea de dos ex monjas, mujeres con pasado religioso, viviendo en pareja y en una relación intensa con aspiraciones profesionales, rompía esquemas y concentró el morbo y la mirada pública sobre ellas cuando el crimen salió a la luz.
II. La desaparición y la escena del hechoEl día en que Betty fue vista por última vez la maestra se dirigió a un departamento donde Acosta y Fernández —entonces no públicas por su relación ni por su pasado— vivían o frecuentaban. Según la reconstrucción que hizo el proceso judicial y las pericias presentadas en el juicio, Betty fue engañada para concurrir: la cita fue un señuelo para atraerla hasta el lugar.
Dentro del departamento se produjo una agresión que, según las conclusiones del tribunal, terminó con la vida de la maestra. La versión que prevaleció fue la de un ataque físico violento: golpes, forcejeos, una agresión sostenida que acabó en homicidio. En el lugar se hallaron indicios biológicos que, más tarde, pudieron vincularse a la víctima mediante pericias forenses. Pese a ello, algo trascendental del caso es lo que nunca se recuperó: el cuerpo de Betty no apareció. No hubo restos localizables, ni entierro en un cementerio, ni rastro que permitiera cerrar esa parte de la causa.
La ausencia del cadáver transformó la investigación. Los rastrillajes, las búsquedas en distintos puntos, y la tarea de la policía no dieron con el paradero de los restos. Eso dejó a la familia sin la posibilidad del duelo corporal, y al proceso judicial sin una pieza que, habitualmente, completa la prueba material.
III. La investigación: pruebas, testimonios y agujerosCon el correr de las semanas, los investigadores fueron armando un caso sustentado en pruebas circunstanciales, testimonios y pericias biológicas en el departamento sospechado. Se registraron manchas de sangre y elementos que, tras análisis, resultaron compatibles con la presencia de la víctima. El mapa probatorio quedó organizado en torno a tres ejes: el motivo (la posible ambición por la dirección del colegio), la oportunidad (la citación y el encuentro en el departamento) y las evidencias materiales que situaban a Betty en ese lugar y en conflicto con las acusadas.
Sin embargo, la investigación tuvo limitaciones que alimentaron dudas. La falta del cuerpo impidió saber con certeza la mecánica total del homicidio y dejó sin confirmar datos que sólo hubieran podido establecerse con la autopsia. Aun así, el conjunto de pruebas fue suficiente para llevar el caso a juicio y para que la Justicia considerara probado que Bettty fue víctima de las dos ex monjas.
A lo largo del proceso también surgieron relatos de vecinos, compañeros de trabajo y allegados que describieron tensiones anteriores entre Betty y Susana, rumores de rivalidades por cargos y desavenencias en el ámbito escolar. Ese entramado de celos y rivalidad profesional se sostuvo como uno de los móviles posibles del crimen.
Betty Argañaraz.
IV. El juicio y la sentenciaEn el juicio oral y público, la Fiscalía presentó el relato reconstruido: citación engañosa, ataque en el departamento y ocultamiento del cadáver. La defensa intentó cuestionar la carencia del cuerpo, la suficiencia de las pruebas y la interpretación de las pericias. Pese a los esfuerzos defensivos, el tribunal concluyó que había responsabilidad penal en ambas acusadas.
En 2009, la sentencia fue: 20 años de prisión para Susana Acosta y Nélida Fernández por el homicidio de Beatriz Argañaraz. La condena se apoyó en la convicción de que el hecho había ocurrido tal como la acusación lo planteó. Esa resolución marcó un hito en la cronología del caso, pero no resolvió ni el enigma del cuerpo ni las preguntas íntimas sobre por qué dos mujeres que habían construido una vida juntas terminaron por cometer un crimen tan brutal.
V. Vida tras las rejas: matrimonio, cambios y polémicasLa historia no terminó con la condena. En la cárcel, la relación de las condenadas continuó siendo una nota recurrente en la cobertura mediática. En un hecho que alimentó el asombro de la opinión pública, Acosta y Fernández contrajeron matrimonio dentro del penal, formalizando una unión que las acompañó incluso tras la condena. El gesto fue interpretado de múltiples maneras: para algunos, la confirmación de un amor inquebrantable; para otros, el símbolo de una relación que había sido cómplice de un crimen.Con los años, Nélida Fernández inició un proceso de cambio de identidad de género; legalmente pasó a llamarse Marcos Daniel Fernández. Ese trámite volvió a encender la controversia y la atención alrededor del caso, generando debates sobre identidad, derecho y memoria en el seno de la sociedad tucumana. Para la familia y buena parte de la opinión pública, esas transformaciones no mitigaban el daño ni respondían por la ausencia del cuerpo ni por el sufrimiento de quienes quedaron atrás.
A la par, ambos solicitaron distintos beneficios durante el cumplimiento de la pena: salidas transitorias, libertad condicional en momentos puntuales y pedidos de prisión domiciliaria —en especial durante la pandemia—. Esos pedidos fueron rechazados en algunos casos y aceptados en otros, con revocaciones posteriores según la evaluación judicial de cumplimiento de condiciones. La alternancia entre concesiones y retrocesos judiciales contribuyó a la sensación de que el caso no estaba cerrado.
VI. La familia: el duelo sin cuerpo y la búsqueda incansablePara los Argañaraz, la condena nunca significó el cierre. La ausencia del cuerpo de Betty impide el entierro, la memoria material y el rito de despedida que tantas familias necesitan para procesar la pérdida. La hermana de Betty —voz pública del reclamo— ha reclamado sin tregua que se active la búsqueda del paradero de los restos y que se esclarezcan todos los aspectos pendientes.
Ese reclamo incluyó la denuncia de fallas en el sistema de seguimiento de personas bajo libertad condicional y la crítica a decisiones judiciales que, a sus ojos, beneficiaron a las condenadas sin responder al dolor de la familia. El reclamo público ha mantenido el caso vigente en la agenda local: aniversarios, pedidos ante la Justicia, y manifestaciones silenciosas que reclaman la aparición de Betty para cerrar un duelo que se prolonga.
VII. Interpretaciones y móviles: celos, ambición y trilogía de motivosEl caso siempre se interpretó a través de varios lentes. Para algunos, el móvil principal fue la ambición profesional: Susana aspiraba al cargo de directora que iba a ocupar Betty. Para otros, el drama se inscribió en la pasión y los celos: la vida íntima de las acusadas, su relación con la víctima y posibles conflictos personales que escalaron. Un tercer eje interpretativo habla de pactos y ocultaciones posteriores: la decisión de no decir dónde estaba el cuerpo indica, para la familia, una intención de infligir sufrimiento y de eludir la justicia completa.
Es probable que el crimen haya sido resultado de una conjunción de motivos: una pelea que escaló fuera de control, una decisión tomada en un arrebato y una posterior actitud de ocultamiento que profundizó el daño.
VIII. El impacto social y cultural: de la crónica a la ficciónEl caso de Betty y las ex monjas atravesó la prensa local y nacional con una mezcla de repudio, morbo y preguntas éticas. Inspiró crónicas, reportajes y eventualmente propuestas artísticas que buscaron explorar el lado humano y psicológico de las protagonistas. Un film y piezas periodísticas intentaron reconstruir no solo el hecho criminal sino también el entramado emocional que lo hizo posible: una historia en la que amor, sexualidad, ambición y violencia se mezclan en una tragedia profundamente humana.
En la provincia, el caso abrió discusiones sobre la convivencia en ámbitos laborales, sobre las complejidades de las relaciones afectivas en contextos cerrados y sobre la forma en que la sociedad reacciona ante crímenes que involucran perfiles no convencionales.
IX. Los vacíos que no fueron llenadosA pesar de condenas y procesos, hay preguntas que persisten y que alimentan la frustración de la familia y del público:
¿Dónde está el cuerpo de Betty? La ausencia de restos es el agujero central del caso, el que impide la clausura simbólica del drama.
¿Hubo más personas implicadas? Aunque se señalaron y evaluaron vínculos familiares y conexiones, el núcleo probatorio apuntó principalmente a las dos ex monjas.
¿Por qué no hubo arrepentimiento público ni confesión? El silencio de las condenadas respecto del paradero del cuerpo se interpretó como voluntad deliberada de mantener el misterio y el dolor infligido.
¿La Justicia actuó con suficiente diligencia en la búsqueda del cadáver y en las medidas posteriores? Para la familia, hubo omisiones y errores; para la Justicia, se llegaron a conclusiones razonables con las pruebas disponibles.
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