Cuando el río Salí era una playa tucumana: historia del balneario que brilló hasta los años 60

Martes 18 de Noviembre de 2025, 21:36

Foto de Zottola Enzo. /Facebook



Hubo un tiempo en que el verano tucumano tenía un latido propio y se escuchaba desde lejos: el rumor del Río Salí chocando contra las piedras, las risas de los chicos, las radios portátiles sonando bajo los árboles y el olor a asado que impregnaba el aire desde la mañana. 

Ese tiempo perteneció al balneario de Banda del Río Salí, un lugar que ya no existe como era, pero que sigue vivo en la memoria de quienes lo conocieron cuando el río todavía era limpio, caudaloso y transparente. Durante décadas, especialmente entre los años treinta y setenta, el río fue un escenario social, deportivo y familiar, el centro del verano popular y el espacio donde miles de tucumanos aprendieron a nadar, armaron sus primeras aventuras y vivieron la sensación de tener una playa propia a pocos minutos de casa.

El balneario tenía forma y estructura. Las viejas escalinatas de cemento descendían hacia una playa baja donde la arena se mezclaba con pequeñas piedras redondeadas, y los sauces inclinaban sus ramas hasta casi tocar el agua. Más arriba, en las barrancas medias, las familias se acomodaban bajo la sombra con mantas, cajas de madera, termos y radios que transmitían música tropical, noticias del mediodía o los partidos de los domingos. 

La zona profunda se distinguía porque las corrientes eran más frías y veloces, y porque allí los jóvenes se juntaban para tirarse clavados desde grandes piedras o desde los desniveles de la barranca, una especie de rito que marcaba el paso de la niñez a la adolescencia. En algunos veranos se colocaban boyas unidas por sogas para marcar lo que era seguro y lo que no, y en días de mayor concurrencia, guardavidas atentos vigilaban la corriente.

Los recuerdos de quienes lo vivieron reconstruyen con precisión ese paisaje. Ángel Salvatierra, vecino de más de siete décadas, asegura que todavía puede sentir en la piel el frío delicioso del agua apenas cruzaba la primera capa de corriente. Cuenta que a los doce años ya cruzaba nadando hasta la otra orilla y que, si hoy lo contara a alguien que no lo vivió, nadie le creería. 

Olga Correa, que llegaba desde Lastenia, revive los domingos en sulky, cuando toda su familia se reunía alrededor de una manta mientras los chicos se lanzaban al agua desde unas piedras que parecían mucho más grandes de lo que realmente eran. Rodolfo Jerez, que en su juventud trabajó en el ferrocarril, recuerda el balneario como si fuera un mar propio. Dice que iban con la escuela, que hacían competencias de natación, que el que se animaba a meterse en la parte más honda era tratado como un héroe y que todo eso se vivía con una alegría que hoy parece imposible de imaginar. 

María del Carmen Lobo, desde barrio Sur, relata las caminatas a pie sobre el puente viejo para llegar al río, un paseo barato, sencillo y hermoso, donde alquilar una colchoneta era suficiente para asegurarse una tarde entera de felicidad.

El balneario no era solo un lugar de baño: era el centro de la vida veraniega. Las mañanas comenzaban con el murmullo de las primeras familias instalándose en la arena, las siestas eran un concierto mezclado entre radios Spica, grillitos y agua corriendo, y las tardes tenían ese brillo dorado con el que el sol iluminaba el río antes de perderse detrás de los árboles. Muchos recuerdan esa luz como la postal más fiel del verano tucumano. 

También era común ver fogones improvisados, guitarras, rondas de mate y grupos de adolescentes que se quedaban hasta que la sombra cubría toda la costa. La escena repetida año tras año convirtió al balneario en un símbolo afectivo para miles de vecinos del Gran Tucumán.

Pero el paisaje comenzó a cambiar a fines de los años setenta. Primero llegaron los residuos urbanos que alteraron la calidad del agua, luego los desechos industriales que transformaron el color y el olor del río, y más tarde la falta de controles que permitió que la contaminación avanzara sin frenos. El agua dejó de ser apta para el baño, el balneario perdió concurrencia y las estructuras se deterioraron hasta quedar reducidas a restos de escaleras fracturadas, barandas oxidadas y barrancas carcomidas. Así, casi sin advertirlo, Tucumán perdió un espacio que había marcado generaciones.

Hoy, quienes caminan por la zona solo encuentran vestigios, pero basta evocar un testimonio para que el balneario reviva con nitidez. La memoria es generosa: devuelve el brillo del agua, la sombra de los sauces, los tonos de las tardes largas, el sonido único del río chocando contra las piedras y el bullicio de un verano que parecía eterno. 

El balneario de Banda del Río Salí fue más que un lugar recreativo. Fue parte de la identidad popular tucumana, una playa interior que hoy pertenece al recuerdo, a la nostalgia y al deseo de que algún día el río recupere la dignidad que alguna vez tuvo.