Miércoles 03 de Diciembre de 2025, 05:57
La tranquilidad cotidiana de Villa 9 de Julio se vio sacudida por una tragedia que sigue dejando secuelas profundas. La muerte de un niño de 10 años, hallado sin vida en su casa de Paraguay al 100, ya había generado un fuerte impacto en el barrio; pero la conmoción creció aún más cuando trascendió que el principal sospechoso era un adolescente de 16 años, amigo cercano de los hermanos de la víctima y habitual visitante del domicilio.
El caso salió a la luz el lunes alrededor de las 7, cuando el propio sospechoso llamó al 911 para advertir que, tras quedarse a dormir en la casa de su amigo, “había ahorcado con sus manos al hermano menor” y desconocía si seguía con vida. La confesión telefónica movilizó inmediatamente a la Policía y al servicio de emergencias, quienes al ingresar constataron el fallecimiento del niño. Los tres hermanos —de 15, 11 y 10 años— vivían allí bajo el cuidado de un tío abuelo, tras la muerte de su abuela y el abandono materno.
La noticia corrió de casa en casa. En minutos, vecinos consternados se acercaron para acompañar a la familia, sorprendidos por la violencia del hecho y por el vínculo que existía entre los chicos. “Eran inseparables, los tres hermanos siempre juntos y todos muy queridos”, recordaron en la cuadra.
A dos calles de la escena, en Balcarce al 1500, la conmoción se transformó en desconcierto al conocerse la identidad del acusado: B., un joven que creció entre ellos, vecino desde hacía cinco años y parte del grupo de chicos que se reunían todas las tardes a jugar al fútbol. “Nunca imaginamos algo así. Era un chico educado, callado, jamás una pelea”, contó María, vecina del edificio donde vivía el adolescente junto a su madre y sus dos hermanas.
Otras voces del barrio coincidieron: la familia era trabajadora, reservada, sin conflictos. Una de las hermanas del acusado relató públicamente que el joven atravesó episodios de angustia en el pasado y había recibido tratamiento psicológico, aunque insistió en que no era violento. “Cuando se angustiaba, salía a caminar para calmarse”, señaló.
Tras la llamada al 911, un equipo de Homicidios —bajo las órdenes de Susana Montero y Leonardo Robles— localizó al adolescente y lo trasladó al Centro de Admisión y Derivación (CAD), donde un médico forense determinó que comprendía la realidad y no presentaba un cuadro que lo incapacitara. Sin embargo, recomendó una evaluación interdisciplinaria más profunda.
El martes, la jueza de menores Judith Solórzano ordenó la intervención de una junta médica que, en un plazo de 15 días, deberá determinar si el joven es imputable. Por mandato legal, al tener 16 años puede enfrentar un proceso penal, aunque bajo el régimen penal juvenil. Hasta que finalice la pericia, permanecerá alojado en el Hospital Obarrio.
La Fiscalía de Homicidios I, encabezada por Pedro Gallo, avanza en paralelo con medidas clave: la autopsia definitiva —que deberá detallar si existieron indicios de abuso sexual o lesiones previas—, el análisis de prendas y elementos secuestrados, y pedidos de informes a empresas telefónicas. A su vez, podría convocarse a los hermanos de la víctima a declarar en Cámara Gesell, ya que ambos dormían en la misma habitación al momento del hecho.
Mientras la investigación avanza, Villa 9 de Julio intenta recomponerse. El crimen no sólo dejó una familia devastada, sino también un barrio entero quebrado por el desconcierto. Vecinos que compartieron tardes, meriendas y juegos con los menores hoy temen que la tragedia deje heridas imposibles de cerrar.
“Es una desgracia para las dos familias”, repiten. Y aunque la Justicia busca respuestas, la comunidad se enfrenta a una realidad difícil de aceptar: el horror llegó desde adentro de su propio entramado social, desde un chico al que todos creían conocer.