Leticia Brédice contó el calvario que vivió por su adicción a las anfetaminas: "pesaba 40 kilos y..."
Jueves 11 de Diciembre de 2025, 00:50
Leticia Brédice abrió su corazón y recordó uno de los peores momentos de su vida.
Leticia Brédice abrió su corazón y revivió uno de los capítulos más dolorosos de su vida. En una íntima charla con Karina Mazzocco en A la tarde (América), la actriz habló con crudeza sobre su adicción a las anfetaminas para bajar de peso y cómo ese consumo terminó afectando su salud física, mental y emocional.
“La comida es una fuente de placer, ¿pero qué pasa cuando se convierte en un problema? Yo pesaba 40 kilos y me seguía viendo gorda”, comenzó, al recordar el modo en que la distorsión de su imagen corporal la arrastró a decisiones extremas.
Brédice relató cómo fue cayendo en la dependencia a las pastillas para adelgazar: “Quería seguir tomando anfetaminas. Es una adicción muy difícil de dejar: te quita la concentración, la autoestima. Empieza la mentira, le decís a todos que comés, la comida la tirás; muchas mujeres vomitan. Con las anfetaminas sufrí muchísimo tiempo. Me parecía que era la solución para que yo trabaje y se valore mi vocación, mi talento, mi cara y mi cuerpo”.
El proceso de recuperación fue largo y doloroso. “Pasó mucho tiempo hasta que pude entender que era mi salud mental, un vacío en el pecho. Deseaba que me quieran por el afuera, no por mi alma. Solo me importaba lo que veían los otros”, admitió.
La actriz también reflexionó sobre los estándares de belleza actuales, que siguen presionando a mujeres de todas las edades. “Hoy veo mujeres de 40, 50 y 60 con cuerpos anoréxicos, flaquísimos. No hablo del espectáculo: en cualquier lugar. Nenas con las rodillas chiquititas, con el cuello delgadísimo. Empezás a esconderte y a enojarte con todos. Sentís que es el mundo contra vos, lo que los demás quieren ver y lo que vos no sos”.
Brédice recordó además que en los 90 el tema era un tabú absoluto. “Si yo decía esto, era una vergüenza. Las actrices te decían: ‘No digas que tomás anfetaminas’. Me acuerdo de que dejaron de venderlas porque mataron a muchas personas. No las pude conseguir más, gracias a Dios. Ahí empezó a aflojar mi trastorno alimenticio. Cuando no había anfetaminas, empecé a ser yo. Y me la tuve que bancar”.
Finalmente, rememoró cómo incluso su entorno más cercano contribuía, sin saberlo, a reforzar esa presión. “Tenías que aguantar que un familiar te diga: ‘No te comas toda la pizza’, ‘No comas todos los fideos, vos sos actriz’”. Ese clima —confesó— alimentaba un enojo profundo que muchas veces caía sobre sus parejas, sin que ella lograra entender por qué.