Viernes 19 de Diciembre de 2025, 08:07
Diciembre vuelve a exponer una postal repetida en San Miguel de Tucumán: festejos de recibidas que se trasladan a la vía pública y convierten el centro de la ciudad, especialmente la plaza Independencia, en un escenario de ruido excesivo, caos vehicular y suciedad. Caravanas de autos que bloquean calles, bocinazos constantes, detenciones indebidas y restos de harina, huevos y espuma marcan el cierre del ciclo lectivo, pero también generan malestar entre vecinos, automovilistas y trabajadores.
Si bien el egreso académico es un logro legítimo y valioso, la forma en que se celebran muchas recibidas volvió a encender críticas por el uso desmedido del espacio público. Agentes de tránsito reconocen que durante diciembre la circulación en torno a la plaza se vuelve casi imposible: embotellamientos que se extienden por cuadras, autos detenidos en doble fila y maniobras peligrosas se repiten a diario, muchas veces sin controles efectivos.
A esto se suma la contaminación sonora, con bocinas sostenidas durante largos períodos, música a alto volumen y gritos que se prolongan hasta la noche. “Nos vuelven locos”, resumió un trabajador municipal al describir el impacto cotidiano de estos festejos, que afectan no sólo al tránsito sino también al descanso y la convivencia urbana.
El otro problema visible es la suciedad. Harina, huevos, espuma, pintura, papel picado y carteles terminan esparcidos en veredas, calles y espacios verdes. En muchos casos, los residuos quedan a veces durante horas hasta que intervienen los servicios de limpieza. La celebración privada se convierte así en un costo público, absorbido por la ciudad y sus vecinos.
En los últimos años, algunas instituciones educativas optaron por prohibir festejos dentro de sus edificios, lo que trasladó aún más estas prácticas a la plaza y calles céntricas, sin una regulación clara. El resultado es un fenómeno masivo, repetido y cada vez más naturalizado, donde el festejo se impone por sobre normas básicas de convivencia.
Las historias personales detrás de cada recibida —años de esfuerzo, exámenes repetidos, sacrificios familiares— explican la intensidad del desahogo. Sin embargo, el debate vuelve a instalarse: ¿hasta dónde puede llegar la celebración cuando interfiere con el derecho de otros a circular, descansar y disfrutar de un espacio público limpio y ordenado?
Mientras diciembre avanza, la ciudad vuelve a enfrentar el mismo dilema de todos los años: cómo compatibilizar la alegría legítima del logro académico con el respeto por el espacio común, en una capital que ya convive con problemas estructurales de tránsito, limpieza y ruido.