Jueves 25 de Diciembre de 2025, 11:21

El Obispo Molina y piezas de Navidad del Tucumán colonial
En las calles del Tucumán colonial de fines del siglo XVIII, el aire de diciembre no solo traía el calor estival, sino también el eco de melodías que marcaron a fuego la identidad de nuestra provincia. Detrás de esas canciones y de la devoción por el pesebre se encontraba una figura fundamental de nuestra historia: José Agustín Molina, conocido afectuosamente como el "Obispo Molina".Nacido en 1773 en el seno de una familia acaudalada, Molina no solo fue un líder espiritual, sino un protagonista de la gesta patriótica argentina. Sin embargo, su mayor legado reside en la sencillez de sus versos y en una generosidad que lo llevó a entregar toda su fortuna a los pobres, muriendo en la más absoluta austeridad.
El poeta de los pesebres
La Navidad en Tucumán fue, durante décadas, sinónimo del Obispo Molina. Su misión no era la gloria literaria, sino la instrucción religiosa de los más pequeños. Con ese fin, compuso villancicos y "loas" que las niñas y niños de la época —incluyendo a sus numerosas sobrinas— cantaban frente a los pesebres de las casas más tradicionales.
"Al pesebre, al pesebre, mortales, / vamos hoy al pesebre a adorar / lo más dulce que tienen los cielos, / de Jesús la divina beldad".
Estas composiciones tenían una particularidad que las hacía únicas: su "tucumanidad". Molina utilizaba modismos locales, describiendo al Niño Dios como "echadito en el pesebre" o descansando en un "catrecito". Esta cercanía lingüística permitía que el pueblo sintiera la divinidad como algo propio, nacido en su misma tierra.
Un patriota en la historia y la caridadMás allá de los cánticos, Molina fue un hombre de Estado. Fue prosecretario del Congreso de Tucumán en 1816 y el encargado de redactar "El Redactor del Congreso", documento vital que hoy sirve como testimonio de aquellas sesiones históricas. Fue también quien pronunció la oración sagrada en el Tedeum tras la victoria de la Batalla de Tucumán en 1812, tras haber apoyado fervientemente al General Belgrano.
Su vida fue un testimonio de desprendimiento. Habitaba en la esquina de las actuales calles 24 de Septiembre y Maipú (bautizada por el pueblo como "la calle del Obispo Molina"), pero terminó sus días dependiendo de la caridad de sus allegados. Visitaba semanalmente la cárcel para celebrar misa y llevar regalos a los presos, e incluso intercedió ante el gobernador Alejandro Heredia para conmutar penas de muerte.
"Spes Mea": El descanso del pastorEl Obispo Molina falleció el 1 de octubre de 1838. Su devoción por el Niño Jesús fue tal que, antes de morir, pidió que su tumba fuera custodiada por una imagen del Niño con la leyenda "Spes Mea" (Esperanza mía).
Hoy, sus restos descansan en la Iglesia de San Francisco, frente al altar mayor. Aunque la lápida de mármol está desgastada por el tiempo, el mensaje de esperanza permanece intacto.En la misma iglesia se conserva también la imagen de San José, conocida como "El Santo Caballero", que perteneció a sus padres y que durante el siglo XVIII era el centro de grandes celebraciones cada 19 de marzo.
Un patrimonio que sobrevive
Si bien el crecimiento de San Miguel de Tucumán ha diluido algunas de estas costumbres coloniales, la esencia del Obispo Molina sobrevive. Se manifiesta en los pesebres vivientes de las plazas Urquiza o Los Decididos, y en la fe de los pueblos del interior que aún mantienen vivos aquellos cánticos ingenuos y profundos.
Recordar al Obispo Molina es recuperar una parte esencial de nuestro patrimonio: la idea de que la Navidad es, ante todo, un gesto de sencillez, comunidad y, sobre todo, una renovación de la esperanza para nuestra sociedad.
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