Viernes 26 de Diciembre de 2025, 09:18

Barrio Jardín
El Barrio Jardín de San Miguel de Tucumán no fue un barrio más. Fue el primer gran intento sistemático de dar respuesta al problema habitacional de sectores medios y trabajadores mediante un proyecto urbano integral, planificado y financiado desde el Estado. El trabajo de la arquitecta Susana Villavicencio reconstruye esa historia y muestra, con claridad, cómo el barrio se convirtió en un “escenario” donde puede leerse la evolución de la arquitectura, el urbanismo y las políticas de vivienda en Tucumán a lo largo del siglo XX.Ubicado en el sector norte de la ciudad, en la zona conocida en los años 40 como Las Muñecas, el Barrio Jardín nació como una experiencia inédita: combinar acceso a la vivienda propia, planificación urbana y una identidad arquitectónica reconocible, en un momento en el que el déficit habitacional era uno de los grandes problemas sociales. Su origen está ligado a una operatoria específica: fue el primer barrio diseñado y financiado íntegramente por la Caja Popular de Ahorros, con destinatarios precisos, empleados del comercio y trabajadores de la industria, a quienes se les facilitó el crédito hipotecario.
La idea urbana que lo inspira proviene de un debate internacional que había surgido décadas antes. A fines del siglo XIX y principios del XX, Europa discutía cómo enfrentar el crecimiento desordenado de las ciudades industriales. Allí aparece el modelo de “ciudad jardín”, asociado a Ebenezer Howard, que buscaba reunir ventajas del campo y de la ciudad, con baja densidad, espacios verdes y condiciones de habitabilidad superiores a las periferias hacinadas. En Tucumán, ese ideario se tradujo en clave de “suburbio jardín”: no una ciudad independiente, sino un barrio planificado y residencial, integrado a la expansión de la capital.

La construcción del núcleo original comenzó en 1947, en el contexto del primer peronismo y del giro hacia políticas habitacionales de escala masiva. En Tucumán, la gestión provincial alineada con esa etapa impulsó obra pública y barrios en distintos puntos. En ese marco, la Caja Popular de Ahorros implementó una operatoria de construcción directa: viviendas ofrecidas con aporte inicial y saldo a largo plazo. El barrio, inicialmente llamado Juan Bautista Alberdi y luego conocido como Barrio Jardín, se emplazó frente a los cuarteles militares, entre Castelli y Viamonte, y entre avenida Belgrano e Italia.
El diseño urbano del primer sector definió su identidad: catorce manzanas rectangulares, baja densidad, lotes individuales y una casa por parcela. A eso se sumó un rasgo decisivo para la consolidación: la incorporación temprana de infraestructura y equipamiento comunitario. El plan contempló plaza, escuela, puesto sanitario, mercado, club social y deportivo, y un espacio reservado para la iglesia, además de agua corriente, tendido eléctrico, alumbrado público y pavimento. Esa combinación de vivienda e infraestructura explica por qué el barrio no fue un loteo más, sino una urbanización completa.En lo arquitectónico, el conjunto original adoptó un lenguaje reconocible y aspiracional: el chalet californiano, muy difundido en Argentina en las décadas de 1930 y 1940. Era una estética asociada a la vivienda suburbana, con techos de teja a dos aguas, muros claros y un repertorio formal que, adaptado a superficies más acotadas, se convirtió en una versión “popular” del chalet. El barrio tuvo varias tipologías de vivienda, con superficies aproximadas entre 48 y 60 m², pensadas para resolver lo básico con dignidad: estar-comedor, dormitorios, baño, cocina, lavadero y, en algunos casos, galería. En el enfoque de Villavicencio, esa elección estética también expresa una dimensión simbólica: la “casa propia” como aspiración de estabilidad social.
Con el paso de los años, Barrio Jardín dejó de ser un conjunto homogéneo y pasó a mostrar la evolución de las ideas urbanas del siglo XX. La primera ampliación, en 1962, marcó un giro hacia el urbanismo del Movimiento Moderno. En un área estratégica y muy transitada, se diseñaron monobloques de tres niveles en propiedad horizontal, con edificios orientados norte-sur y separados para favorecer ventilación y asoleamiento, implantados sobre un gran espacio verde y sin someterse al trazado tradicional de manzanas. La arquitectura se inscribió en una corriente brutalista: hormigón y ladrillo a la vista, con escaleras externas como elementos de fuerte presencia.


La segunda ampliación, en 1968, reintrodujo viviendas unifamiliares, ya más amplias y con un diseño más funcional. Aparecen tipologías de alrededor de 90 m², con tres dormitorios, y una mezcla de lenguajes: algunas casas con criterios racionalistas de cubiertas planas y líneas despojadas; otras con cubiertas de teja a dos aguas, pero sin el pintoresquismo de los años cuarenta. Esa coexistencia refleja la transición arquitectónica de la época y un modo de ampliar sin romper completamente con la escala residencial.
La tercera ampliación se ejecutó entre 1972 y 1973 con nuevos monobloques de tres niveles, insertos de manera más adaptada al esquema del barrio original. A diferencia de los edificios de los sesenta, estas construcciones fueron más austeras, revocadas y sin elementos distintivos. La lectura de Villavicencio es directa: cada etapa del barrio responde a su contexto político-económico y a los principios dominantes del urbanismo y la arquitectura en ese momento.
El resultado final es una urbanización heterogénea, pero no caótica. Conviven casa individual tipo chalet, vivienda racionalista y monobloques modernos, y esa pluralidad no empobrece el conjunto: lo enriquece, porque convierte al Barrio Jardín en una especie de registro vivo del siglo XX tucumano. Además, hay una clave que aparece una y otra vez: la escala. Al no tratarse de un megaproyecto, los problemas típicos de los grandes conjuntos modernos no se manifestaron del mismo modo. El barrio pudo integrarse, sostener su vida cotidiana y consolidarse como parte estable de la ciudad.
En definitiva, la historia del Barrio Jardín muestra que cuando la vivienda se piensa como política pública y como proyecto urbano completo, con infraestructura, equipamiento y criterios de diseño, los resultados perduran. Esa es, en el fondo, la principal conclusión que deja el trabajo de Susana Villavicencio: Barrio Jardín no solo resolvió viviendas, sino que instaló una forma de hacer ciudad en Tucumán, con huellas que todavía se leen en sus calles, sus tipologías y su identidad barrial.
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