La primera semana todo parecía bastante tranquilo. Iba llegando gente, pero las otras unidades seguían con su funcionamiento normal. A partir de los días 12 y 13 de marzo empezó a haber un boom de gente.
Ahora mismo hay muchísimos pacientes, se ha reubicado todo el hospital, urgencias ya no es urgencias, la unidad de cirugía sin ingreso ya tampoco lo es, se han abierto nuevos espacios para la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).
En la UCI están saturados porque el empeoramiento de los enfermos por coronavirus implica una afectación respiratoria, por lo que los pulmones y el corazón se cansan.
Otros tienen que ir a la UCI directamente para prevenir daños mayores.
Ahora mismo hay muchos positivos en el hospital, los que habían diagnosticado ingresados, y 14 en la UCI, la mayoría intubados.
Pero aunque hay más casos, todo está más controlado.
Desde el día 9 hasta este fin de semana (21 y 22 de marzo), que no me tocó trabajar, solo había descansado un día.
Entre semana trabajo de 14:15 a 21:00 y en fin de semana hacemos 13 horas y media, de 7:30 a 21:00.
Pero es un hospital con mucho personal y no he tenido que hacer muchas horas extra.
También han reubicado gente porque han cerrado consultas y cancelado operaciones.
Por tanto, podemos rotar y descansar sin sobresaturarnos demasiado.
La mayoría de permisos los hemos cancelado voluntariamente para estar al 100% y poder trabajar el máximo de horas que se necesite.
"Fue un momento duro y a la vez bonito"
En estos días los profesionales sanitarios nos hacemos como un miniescudo para poder enfrentarnos a esta situación durante tanto tiempo.
Y me iba muy bien ir a casa, desconectar porque no veía casi las noticias, miraba series u otra cosa para no pensar en el coronavirus y cuando iba a trabajar estaba enfocada y concentrada en trabajar.
Pero este fin de de semana que no trabajé me dio tiempo para pensar un poco y ver toda la realidad desde fuera, y fue más impactante.
Fue después de vivir la situación más dura que he enfrentado estos días, el viernes pasado [20 de marzo], cuando me di cuenta de todo lo que estaba pasando.
El viernes tenía un paciente que ya llevaba mucho tiempo ingresado, primero en planta y luego en la UCI.
Después volvió a planta pero estaba bastante mal.
Tenía una edad avanzada, por lo que se decidió entre la familia y el personal sanitario no hacer nada más.
Como los familiares habían estado en contacto con el paciente no podían acceder al hospital para no ponerse en riesgo ellos ni a más gente. Se tuvieron que despedir por teléfono.
Llamé a la hija para decirle a qué hora me vestiría para entrar a la habitación (el personal sanitario que atiende a infectados por el covid-19 lleva un traje de protección especial) y quedamos en que a esa hora llamaría a la habitación.
Primero hablé con ella, que estaba bastante desanimada y triste, le dije que era posible que su padre no le respondiera porque estaba bastante mal.
Después le puse el teléfono en la oreja al paciente y ella se despidió por teléfono.
Para mí este momento fue el más duro.
Ella iba despidiéndose sola porque él ya no hablaba.
Pero sí escuchaba porque todavía estaba despierto, no estaba sedado.
Él se emocionaba y escuchaba a su hija cuando le hablaba.
Estoy segura de que reconocía la voz porque la cara también le cambiaba.
Su hija estaba afectada, pero la verdad es que me lo agradeció muchísimo, porque al menos se pudo despedir de su padre. Fue un momento duro y a la vez bonito.
Este fin de semana pasó con otro paciente, pero este tenía un teléfono dentro y pudo hacer una videollamada con la familia, por lo que se pudieron despedir en viva imagen.