La aberrante justificación de un remisero acusado de drogar y violar a una pasajera de 78 años: “fue un affaire”

Martes 27 de Octubre de 2020, 15:51

El hombre de 67 años fue procesado por la jueza Alejandra Provítola tras supuestamente haber abusado sexualmente de una mujer que llevó a una consulta médica.



El martes 23 de junio pasado, ya de noche, Marcela esperaba que su abuela Juana, con quien convive hace casi 15 años, volviera de la calle. No sabía dónde estaba, pero sus tres hijas de 5, 6, y 8 años la habían visto salir a eso de las 16. A las 20, Marcela escuchó un golpe en la puerta del departamento, pero fue tan fuerte que nunca pensó que se trataba de ella. Miró por la rejilla y no distinguió a nadie pero, cuando abrió la puerta, la vio: su abuela materna, de 78 años, se mantenía a duras penas en pie en el medio del pasillo y le decía “¡me caigo, me caigo!” con la mirada desorientada y el pecho apoyado en el andador que usaba para caminar.

Marcela, asustada, llamó a una ambulancia y Juana -nombres ficticios para preservar la identidad de la víctima- debió ser trasladada de urgencia a un centro de salud en el barrio porteño de Caballito. Su nieta no podía ni levantarla del piso, le preguntaba si sabía dónde estaba o qué año era y su abuela, que se dormía mientras hablaba, le respondía que creía que 1980. En su cartera no faltaba nada, así que un asalto no podía ser. Su nieta no entendía de dónde venía, con quién había estado, cómo había vuelto a su casa o cómo había subido sola cuatro pisos en ese estado.

En el hospital la revisaron, le hicieron una serie de estudios, la aislaron para descartar que tuviera COVID-19 y le hicieron radiografías. Finalmente, un médico se acercó a hablar con Marcela y le preguntó si su abuela estaba en pareja, porque en su orina habían encontrado espermatozoides.

“Ahí me puse a llorar, no podía ni estar con el barbijo. No entendía nada”, contó su nieta después en su declaración ante la Justicia. Juana fue diagnosticada con un “síndrome confusional hiporreactivo de causa probable farmacológica” y tenía heridas recientes en sus brazos, sus piernas y sus genitales.

Los médicos le explicaron que había que dar aviso a la policía y Marcela, que para entonces ya había revisado el teléfono de Juana para ver con quién había hablado en los horarios en que salió de su casa, decidió hacer una denuncia por abuso.

Cuando su abuela se recuperó y logró hablar en confianza con ella, le contó lo que había pasado, o al menos lo que recordaba: dijo que un remisero, el mismo que la había pasado a buscar a la mañana para ir al médico y que su nieta había encontrado en su registro de llamadas, la había invitado a la tarde a ver un monoambiente para alquilar -porque ella le había contado que estaba buscando un lugar para mudarse-, que le había ofrecido tomar un té y que después de eso no pudo registrar prácticamente nada. Entre lágrimas, Juana le dijo también que en los días posteriores a la internación empezó a tener recuerdos intermitentes, como flashbacks, de este hombre que, tirado sobre ella en el interior del auto, la había manoseado y la había penetrado.

Gracias a la reacción de su nieta, el remisero J.C -su identidad también se preserva para no interferir en la investigación en curso- fue detenido e imputado por el abuso, en una causa a cargo de la jueza Alejandra Provítola del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional N°6 de la Capital Federal.

J.C., de 67 años, trabaja hace al menos seis años en el rubro de transporte de pasajeros y mensajería para distintas agencias, pero también por cuenta propia. Tenía incluso una página web propia donde figuran todos sus datos con su foto y donde ofrecía el servicio de remise las 24 horas. “Se recomienda este servicio, es puntual, económico, conductor muy bien aseado y absoluta confianza”, publicitaba él mismo sobre su propio trabajo en redes sociales.

Antes de ese trabajo, sin embargo, J.C estuvo preso: fue condenado dos veces con una pena unificada de 16 años por dos causas en las que fue juzgado por los delitos de falsificación de documento público, estafa y abuso sexual agravado, respectivamente.

En un allanamiento en el departamento donde vivía junto a su esposa, que es encargada de ese mismo edificio, la Justicia secuestró los dos autos que usaba para transportar pasajeros, entre ellos el Peugeot negro que usó para llevar a Juana, un cuaderno donde registraba el turno que había tomado la mujer el 23 de junio, un ticket de farmacia con una compra por 800 pesos y un blister con pastillas faltantes de comprimidos de sildenafil, comúnmente conocido con su nombre comercial, Viagra.

En su declaración ante la jueza Provítola, J.C ensayó una explicación confusa de lo que pasó ese día y, en su insólita justificación, se contradijo mucho. El remisero dijo que ese viaje a la mañana, en el que alcanzó a la mujer hasta una consulta médica, no era la primera vez que la llevaba sino que ya se habían conocido de antes.

Aseguró que en el viaje de ida y de vuelta la mujer le dijo que tenía una pésima relación con su nieta y sus bisnietas, que vivían con ella desde que falleció su hija, y que por eso quería mudarse. Dijo que por eso él le comentó que tenía un amigo con un monoambiente en alquiler cerca de su casa y se ofreció a llevarla más tarde a verlo.

A la tarde, después de visitar el departamento, dijo que la mujer lo invitó a tomar un café para hablar de sus problemas personales y afirmó que, después de compartir una charla, ella lo besó en la boca y le dijo que era una bendición de Dios conocerlo, a lo que él la invitó a “sacarse el gusto” en un hotel alojamiento.

Como todos los hoteles estaban cerrados por la pandemia, explicó, hicieron un extenso recorrido con el auto hasta que finalmente decidieron, según el remisero, estacionar en la Costanera -después dijo que había sido el Planetario-, donde se besaron durante un largo rato y tuvieron relaciones sexuales consentidas en el asiento trasero.

“Fue un affaire, una aventura”, juró J.C en su declaración. También describió cómo habían sido las posiciones y explicó que no usó preservativo porque se trataba de “gente grande y sana”.

La jueza Provítola descubrió contradicciones graves en todo su relato -al que definió como “una ficción producto de su ideario imaginativo”- no sólo con las pruebas recabadas en el expediente, sino también con el propio discurso, al que le modificó varios detalles a lo largo de toda la declaración.

Para empezar, las cámaras de seguridad y los lectores de la Ciudad de Buenos Aires registran un recorrido muy distinto al que describió el imputado, que verdaderamente terminó en los bosques de Palermo, donde, según se investiga, habría abusado de su pasajera. También mencionó comunicaciones a través de WhatsApp con la mujer que nunca existieron y llamadas que no fueron tales, según se pudo comprobar a través de los registros de las compañías telefónicas.

Por otra parte, la víctima, de 77 años al momento del hecho, es una mujer robusta, de un 1.70 metros de altura, que camina con andador y padece de una insuficiencia venosa en sus miembros inferiores junto con artrosis en sus rodillas que de ninguna manera podría haber llevado a cabo las posiciones que describió su presunto agresor.

La propia Juana también lo contradijo en su declaración, la cual pudo ser en gran parte corroborada por la Justicia. La mujer contó que ese día, cuando el hombre la llevo hasta el médico, era la primera vez que lo veía y que ella usualmente recurría a un remisero de confianza para ese tipo de trámites y turnos pero que ese día no estaba disponible, por lo cual había decidido pedir un remise a una agencia conocida que estaba cerrada pero lo había derivado con él.

La mujer ratificó que en el viaje le manifestó su deseo de mudarse pero que no estaba relacionado a la convivencia con su nieta o con sus bisnieta, sino más bien a sus problemas de salud y su necesidad de vivir sola. A la tarde, contó, el hombre la pasó a buscar a la hora convenida y la llevó a ver el inmueble, que estaba ubicado a apenas una cuadra de su casa, pero a ella no le gustó. En ese momento, recordó la mujer, el conductor quiso darle un beso y ella se negó porque le pareció “desubicado”.

De regreso, a pesar de que sólo tenía que dar vuelta a la manzana para llevarla de regreso, el hombre siguió de largo y la invitó amablemente a tomar un café, que finalmente compraron desde el auto, a través de la ventanilla de un local de comidas rápidas. A partir de haber tomado el té que pidió, el cual ella asegura que fue manipulado, la mujer afirmó que no recuerda más nada excepto que se empezó a sentir mal, que estuvieron largo rato en el auto hasta llegar a “un parque con árboles” y que, luego, el hombre le corrió la ropa y la violó.

El remisero fue procesado con prisión preventiva por abuso sexual gravemente ultrajante con acceso carnal, lesiones leves agravadas por mediar violencia de género y rapto, todo agravado por el uso de estupefaciente. La Justicia dispuso un embargo de más de dos millones de pesos contra J.C., que sigue detenido. /Infobae