Inquieta y siempre activa, Romina regresó a Claromecó a visitar a su mejor amiga Julieta. Mientras se ponían al día sobre todas las cuestiones importantes, llegó su novio, Marcos. “Charlamos los tres, hacía mucho tiempo que nos lo veía. Marcos supo que me había separado y me contó que su mejor amigo también había salido de una relación y quizás podíamos conocernos, aunque fuera para charlar y entablar una amistad. Me pareció una buena idea, pero le aclaré que no quería ningún compromiso, ya que hacía muy poco que estaba sola y mi intención no era encarar nuevamente una relación. Organizamos una salida de a cuatro para el día siguiente, un domingo 22 de agosto del año 2010?.
Ese día las amigas se levantaron temprano, almorzaron, prepararon el mate y se quedaron a la espera de que las buscaran en auto para ir a pasar el día a la playa. Era un día fresco, pero al sol estaba hermoso. “Miraba por la ventana, cuando vi llegar a la casa exactamente el mismo auto que había visto unas semanas atrás en Necochea. ¡El mejor amigo del novio de mi mejor amiga, era él, Jorge! Definitivamente el destino insistía una y otra vez para que aunque sea lo intentáramos”.
Fueron a tomar mate y pasaron un día divino. Romina se sintió tan cómoda en compañía de Jorge que, de a poco, fue perdiendo la vergüenza y disfrutando del momento. Se hizo de noche y fueron la casa de él para calentar el agua y tomar unos mates más. “En un momento, nos quedamos solos (no sé cómo pasó eso, pero seguro fue complicidad de nuestros amigos). Recuerdo estar parada de espaldas al calefactor, con las manos por detrás y frotándolas buscando calorcito. De pronto levanté la mirada y vi su rostro, por primera vez tan cerca, al mismo momento que él me tomaba de la cintura y nos fundimos en uno de esos besos inexplicables, generando una sensación de estar flotando, como si el tiempo se detuviera. Lo vuelvo a recordar en este momento y se me pone la piel de gallina”.
Ella regresó a Tres Arroyos y continuó con su rutina, pero ahora con sonrisas aisladas que aparecían de repente al recordar ese momento, y también con charlas diarias interminables que le hacían sentir como si soñara despierta.
Los días pasaban y los fines de semanas eran inseparables. Así pasaron un par de meses hasta que un día Romina decidió abandonar su carrera, dejar su trabajo e ir a vivir a Claromecó con él y Selene, su pequeña hija de cinco años en ese momento. También los visitaba cada tanto Luca, su hijo que en aquel entonces tenía dos añitos. Sin quererlo y sin buscarlo, tenían una hermosa familia.
“Luego de varios meses de búsqueda, un día aquel test de embarazo que se cansaba en decirme que era negativo, finalmente se mostró positivo. La alegría creció cuando a los meses confirmaron que era una niña, Shantal, que hoy tiene diez años. Cuando ya decidimos no tener más niños, llegó Katherina, mi princesa más pequeña que en agosto cumple cinco años. Ella fue diagnosticada con autismo, día a día nos sorprende con sus progresos y con una bella sonrisa que siempre lleva en su rostro.
El 22 de agosto cumplimos 12 años juntos, y como el mes pasado logró el divorcio legal, decidimos que ese mismo día nos queríamos casar”.
/La Nacion
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