Martes 03 de Octubre de 2023, 08:19

OLVIDADOS. Así se sobrevive en Villa Pujío, sin agua y con la incertidumbre de no saber si contarán con electricidad.
Villa Pujío es la última población tucumana antes de toparse con el límite con Santiago del Estero. Ni siquiera está a la vera de una ruta medianamente transitada. La más cercana es la 308, desde la cual para llegar al humilde poblado, hay que internarse por una huella sepultada bajo una gruesa capa de polvo, que impide circular en vehículos de dos ruedas.
Esto a su vez hace que la atmósfera quede envuelta en una nube de polvo oscuro e irrespirable cada vez que transita algúna camioneta o los camiones de los productores de la zona.
La vía así descrita se convierte en una especie de anticipo de la triste realidad que se encuentra al llegar a un pueblo al que nunca ninguna autoridad de gobierno llegó. Y en el que los desmontes sin tregua de a poco dejan desguarnecidos a sus habitantes.
“Este camino está destruido por los camiones pesados de los finqueros que sacan sus ganados, pero que nunca se encargan de arreglarlos. Menos lo hace la comuna. Es que nosotros no le importamos a nadie. Aquí se vive como se puede”, describe Omar Páez mientras avanza empujando su bicicleta, porque la tierra le impide pedalear. “En el verano a veces quedamos aislados días. Es que esto se convierte en un lodazal”, apunta.
Los chicos que van a estudiar en Árboles Grandes, paraje más próximo, padecen a diario las penurias de tener que salir en motos o bicicletas por la espesa alfombra de polvo. Recuerdan que no hace mucho la nieta de Jacinto Zambrano se accidentó con su moto al caer pesadamente al suelo.
Páez viene de hacer una changa con su amigo Luis Juárez, otro vecino del lugar. Desmalezar fincas parece ser el único trabajo de la zona. Después la otra opción es emigrar de ahí para tratar de conseguir ser fichados en la cosecha del limón o la zafra azucarera. Otra alternativa es viajar al sur como trabajador “golondrina”. Cabras y lechones, que se venden a comerciantes de Termas de Río Hondo, se constituyen en un recurso económico valioso. Pero no todos los tienen.
En Villa Pujio, paraje en la que viven unas 40 familias (cerca de 200 personas), hay un silencio que no alcanza a disimular todas las urgencias que sufren los lugareños. Ahí el agua es un bien supremo que escasea a veces al límite de la desesperación.
Vista áerea de Villa Pujio
“Se cavaron pozos en algunas fincas que absorben la poca agua de la napa de la zona. Los pozos vecinales dejaron de largar líquido y con frecuencia no tenemos ni para cocinar. Hay que salir en la zorra (carro tirado por mula) a mendigar agua en las fincas. El más solidario con nosotros es don Perea”, comenta doña Elva Rodríguez (76).
Ella nació en el lugar y dice que ahí las carencias aunque siempre fueron un denominador común ahora son peores. Advierte que es por el hecho de estar el pueblo ubicado lejos de todo, principalmente de los gobernantes. Hay candidatos que llegan hasta ahí solo en tiempos de elecciones y no regresan más, cuenta.
Frente a esta situación la gente valora el trabajo solidario que despliega el docente Carlos “Toti” Lezana que, según asegura doña Nélida Rodriguez, “como dirigente vecinal de La Madrid logró extender la cañería desde un pozo que está al otro lado de la ruta y del que sale por lo menos un poco de agua. “El hombre además siempre llega con algunas ayudas como alimentos u otras urgencias”, dice.
El pozo que alimentó toda la vida al pueblo, ubicado a la par del oratorio de la virgen Desatanudos, se extinguió hace años y nunca ninguna autoridad gubernamental se preocupó por instalar otro. Ahí los pozos deben tener más de 150 metros de profundidad por el arsénico que contamina en napas menos profundas.
En Árboles Grandes, que está cerca de ahí, se perforó uno de 160 metros en la escuela y nunca pudo ser habilitado por expulsar líquido contaminado, cuentan los lugareños. En Villa Pujio no hay ningún centro asistencial. Enfermarse es un problema serio.
“Las ambulancias no pueden ingresar por lo pésimo del camino. Y solo don Zambrano tiene una camioneta que, desinteresadamente, traslada a veces a algún enfermo hasta el hospital de La Madrid. De lo contrario la gente se moriría sin asistencia” apunta Carlos Heit.
Heit asegura, por otro lado, que la tortura de vivir en “medio de la nada” también carga el peso de disponer de escasa energía eléctrica. Villa se convierte en un infierno en el verano y no se puede utilizar el aire acondicionado. “Algunos compraron ese aparato, pero nunca lo pudieron activar. Si para encender un ventilador hay que apagar las lámparas de luces y la heladera. Aquí los cortes duran a veces hasta ocho días”, cuenta Carlos.
El hombre por eso considera que es una verdadera ironía que haya lugareños que paguen facturas de entre $ 15.000 a $ 20.000. “Creemos que esto sucede porque la comuna de La Madrid acordó con la empresa hidroeléctrica que en el cobro del servicio también figure la tasa por alumbrado, barrido y limpieza”, sostuvo.
En Villa Pujio, cuyo origen de su toponimia se desconoce, los vecinos esperan que el próximo gobierno de la provincia encienda su interés por las comunidades olvidadas del sudeste tucumano y llegue con soluciones.
Llegar a estar mejor algún día. Esa es la esperanza a la que se aferran los habitantes del lugar. Para ellos eso implica tener agua todos los días y un camino que les permita entrar y salir del pueblo sin que eso se convierta en un calvario. Otra aspiración de las que enumera doña Elva, esta más complicada, es que se frenen los desmontes que amenazan con transformar el lugar en un páramo cocinado por el sol y barrido por el viento.
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