Crimen en el country: la empleada detenida rompió el silencio y dijo que el asesino fue un vecino llamado Félix

Miércoles 27 de Marzo de 2024, 09:27

Rosalía Soledad Paniagua amplió su declaración, se ubicó en la escena del homicidio y dijo que ella también fue víctima del asesino, que la golpeó y le dio los objetos robados para que se callara la boca.



Rosalía Soledad Paniagua, la empleada doméstica que pasó de testigo a sospechosa y el sábado pasado fue detenida, acusada del homicidio de Eduardo Wolfenson Band, el ingeniero estrangulado en su casa del country La Delfina, en Pilar, Buenos Aires, rompió el silencio. Se ubicó en la escena del crimen, pero afirmó que no fue la asesina. 

Dijo que a la víctima la mató un hombre llamado Félix, que, según creía, sería vecino del barrio privado. Además, afirmó que ella fue víctima del homicida, que la golpeó y le dio los objetos robados para que no hablara. Y sostuvo que no había dicho nada hasta ayer “por miedo”.

Así se pudo reconstruir de calificadas fuentes judiciales. La ampliación de la declaración indagatoria de la sospechosa ante el fiscal de Pilar Germán Camafreita, que está a cargo de la investigación, tuvo una duración de casi seis horas.

Para los investigadores del crimen fue valioso que la sospechosa se ubicara en la escena del crimen. “Se puso en el lugar del crimen y confirmó que el homicidio fue el 22 de febrero pasado”, explicaron fuentes con acceso al expediente.

Pero le creyeron poco, casi nada. Según se pudo saber, la versión que dio Paniagua para desvincularse del homicidio perdería fuerza ante el peso de la prueba científica y tecnológica incorporada en el expediente.

Paniagua, de 34 años e imputada del delito de robo calificado por el uso de arma impropia en concurso real con homicidio criminis causae, sostuvo que ese jueves 22 de febrero fue golpeada por el asesino y que perdió el conocimiento. Dijo que cuando despertó estaba maniatada y con una cinta en la boca en la planta baja, entre el lavadero y la cocina.

“Paniagua sostuvo que, por el golpe, sangró. Pero los peritos que trabajaron en la escena del crimen confirmaron que no se levantaron rastros de manchas hemáticas donde la sospechosa dijo haber estado maniatada”, dijo una de las fuentes consultadas.

La empleada doméstica también afirmó que, cuando recuperó el conocimiento, el homicida le lavó la cara y le espetó: “Paraguaya de mierda. ¿Cuánto querés? Llevate el teléfono celular, el candelabro [por la menorá, uno de los principales símbolos del judaismo], el parlante y los auriculares”.

Sostuvo que no habló antes por miedo y que en la estación de trenes de Derqui, donde quedó filmada por una cámara de seguridad, rompió el chip y después desechó el teléfono celular de la víctima.

“Cuando Paniagua sostuvo que había arrojado el móvil de la víctima en el andén de la estación de Derqui, se volvieron a revisar una y otra vez las imágenes de las cámaras de seguridad y no se observa la situación que ella describió. No se la ve arrojar el teléfono”, sostuvo un investigador.

La clave que orientó la investigación hacia Paniagua fue el trabajo hecho por la Unidad Fiscal Especializada en Investigaciones de Ciberdelito (Ufeic) conducida por el fiscal Alejandro Musso y creada por el fiscal general de San Isidro, John Broyad, que a partir de un análisis tecnológico determinó que el teléfono celular de la víctima se activó a las 14.22 del 22 de febrero pasado.

“Las antenas determinaron que el teléfono celular de la víctima, que todavía no apareció, se activó en la zona de la estación de Derqui. En ese mismo lugar fue captado el móvil de la sospechosa. Una filmación de las cámaras de seguridad de la estación de trenes registró a la empleada doméstica sentada en un banco del andén y se puede observar cómo manipula dos teléfonos celulares”, había explicado el fin de semana  una calificada fuente del caso.

Los investigadores sospechan, a partir de esa filmación, que ese jueves 22 de febrero, cuando llegó a la estación Derqui, Paniagua intentó vender el teléfono celular de la víctima. Eso también quedó grabado en una de las cámaras de la estación.

Besos y pedido de silencio

Paniagua afirmó que cuando el jueves 22 de febrero pasado llegó a la casa del lote 498 del country La Delfina se encontró con un hombre de 1,80 metros de altura que vestía una chomba negra y le dijo que iba a tener que hacer todo lo que le pidiera. 

Ella, según dijo, pensó que era el hijo del ingeniero y que tendría unos 40 años. 

“No vi la marca [de la ropa], no vi tatuajes, anillos ni reloj”, agregó.

“Estaba limpiando el baño donde dormían Roberto y su mujer [Graciela Orlandi]. Cuando salí a buscar un trapo para limpiar la ventana me asomé, en la puerta vi que se dieron un beso, ahí en la puerta para salir. Ellos no me vieron, yo los vi besándose. Después me fui para atrás, seguí en el baño, me quedé en shock”, sostuvo la sospechosa, según reconstruyeron las fuentes consultadas. Paniagua aseguró que hablaban bajito, no podía escuchar lo que decían.

La imputada contó que la “mató la curiosidad” e intentó grabar un nuevo beso entre el ingeniero y la visita para mostrarle la filmación a la “señora Graciela”.

“Me metí en el escritorio del señor, para grabar con mi celular [por] si se besaban. Intenté dos veces, se me cayó dos veces y dije ‘me dejo de joder’”, dijo Paniagua en su indagatoria.



Paniagua afirmó que en un momento el “muchacho” bajó y el “señor” se quedó en el escritorio solo. “Estuvo un tiempito [sic] hablando por teléfono, en otro idioma, portugués, creo. Tosía y me dijo ‘Soledad, esto no le cuentes a nadie, lo que vos ves hoy’”.

Después, siempre según lo que habría declarado la imputada, el “muchacho” subió a la planta alta y escuchó que le espetó al ingeniero “me dijiste que te ibas a dejar con la señora”. 

Y, Wolfenson Band, según Paniagua, respondió: “Ya te dije que no”.

“El muchacho, desde que llegué, usaba guantes blancos de látex, los típicos de peluquería”, recordó la sospechosa en un momento de su declaración.

Después, según agregaron fuentes que tuvieron acceso a la indagatoria de Paniagua, Wolfenson Band le pagó el día de trabajo. Eran las 12.30 del 22 de febrero pasado. Ella siguió con el trabajo de limpieza hasta las 13.15 cuando se fue a cambiar.

“Me cambié y salí, entre la cocina y el lavadero. En el pasillito, entrando a la cocina escuché que me dicen ‘eh, che´, me di vuelta y me dieron un golpe en la cara, en la nariz. Me caí. Salía sangre, no tanto, pero quedó en el piso. Me desmayé quedé inconsciente, quedé ahí tirada, en el medio del lavadero y cocina. Manché el piso con sangre, me quedé un segundo ahí dormida. Cuando me desperté tenía cinta gruesa transparente en la boca y atada las manos y también los tobillos. Ahí tenía puesto el vestidito rosa. Estaba acostada en el piso atada. Cuando me desperté escuché al señor Roberto decir ‘Basta Félix, basta Félix’, como tres o cuatro veces”, aseguró la sospechosa.

Paniagua dijo que además de “basta Félix, basta Félix” escuchó golpes. Después, siempre según el relato de la sospechosa detenida, el “muchacho” bajó y la agarró de la nuca.

“Sentate puta de mierda, paraguaya de mierda”, le dijo el tal Félix y le limpió la nariz, afirmó la sospechosa. Después agregó: “Me dijo ‘vos no me conoces a mí, yo a vos sí. No le cuentes a nadie. Yo sé que tenés familia, tenés [un] bebé por eso no te voy a matar, los chicos no tienen la culpa. Te tocó estar en el lugar equivocado’. Estaba furioso el chico. En palabras me preguntaba ‘cuánta plata querés para quedarte callada?’ Como no le acepté la plata, aunque la necesitaba, la mochila estaba ahí tirada. Él trajo un montón de cosas, me puso en la mochila: el celular del señor. Me dijo ‘paraguaya de mierda, llevate esto´: el celular Motorola color celeste oscuro, el parlante rojo que estaba en mi casa en el allanamiento, una cosita así plateada con una velera [sic], una bolsita chucherías, una pulsera con caracoles, supongo de la señora y unos auriculares. Me dijo ‘ahora te vas a ir, sin plata pero esto es una fortuna’. Me dijo ‘descartate del teléfono, yo sé donde vivís, tenés chicos, se mueren. No hables a la policía. No hables con nadie’”.

La “cosita plateada con una velera” era una menorá, uno de los principales símbolos del judaismo, y fue vendida en una chatarrería de San Martín, lugar que fue ubicado por los detectives de la Subdelegación Departamental de Investigaciones (SubDDi) de Pilar de la policía bonaerense.

“Los compradores del candelabro sagrado reconocieron que se lo habían comprado a una mujer, pero aclararon que lo habían revendido a una fundidora”, afirmaron las fuentes consultadas.

Tras su declaración, Paniagua continuará detenida.  /La Nación