Vivían de lo que encontraban en la basura: hoy tienen una marca de ropa y le venden a todo el país

Jueves 22 de Mayo de 2025, 06:50

Vendían lo que encontraban en la basura para poder comer. Hoy, su marca de ropa llega a toda la Argentina y está por abrir su primer local



Florencia Barandiarán y Julio Montiel se conocieron por azar y lo apostaron todo al amor y al trabajo. Durante años vivieron de cartonear. Vendían ropa que encontraban en la calle o en la basura para poder comer. 

Hoy, Florencia es la diseñadora detrás de Flor de Seda, una marca de ropa de gala con identidad propia, que genera trabajo para otras mujeres y está por inaugurar su primer local en Burzaco. Esta es su historia.

Por las noches o aún de madrugada, cuando todos dormían, ellos salían con su carrito a juntar cosas de la basura. "Juntábamos cartón, botellas, todo lo que hace un cartonero hoy en día. Y lo que encontrábamos de ropa, lo vendíamos en la feria", recuerda Julio. Fue la forma que esta pareja encontró para sobrevivir durante años. Recolectaban, reciclaban, vendían. Comían de lo que encontraban o podían intercambiar.

Barandiarán llegó de Córdoba a los 15 años, obligada por circunstancias familiares. "Nadie confiaba en mí. Nadie daba nada por mí. Tuve que limpiar mi apellido. Yo comí de la basura, corté pasto, limpié veredas, hice de todo. Es gracias a Julio que hoy soy quien soy, una guerrera.", cuenta con humildad.

La pandemia, para muchos sinónimo de encierro, para ellos fue un punto de inflexión. Julio consiguió un trabajo temporal en seguridad y, por primera vez, tuvo una tarjeta de crédito. "Yo le quería regalar un celular porque el suyo ya era muy viejito, pero ella siempre me insistía con una máquina de coser. Había tenido una máquina vieja que habíamos cambiado por mi celular y después la vendimos para poder comer. Fui con la tarjeta y le dije: ‘Vamos a comprar tu máquina y el celular en cuotas’", recuerda Montiel.

Florencia se emocionó. Era una máquina blanquita, "de esas que se enamoran". Apenas sabía usarla, pero era suya. Y con ella comenzó todo.

Un barbijo y una marca delicada como la seda

En realidad empezó cosiendo barbijos, lo único que al comienzo se animó a confeccionar. "Los vendía a $150 cada uno. El primer día vendí dos, $300 para nosotros era un montón." Uno, dos, una docena, y el número se fue multiplicando.

Un día, Julio volvió del trabajo y encontró cuatro patrulleros frente a su casa. Se asustó. Pensó lo peor. "Me acerco y les pregunto qué pasó. Me dicen: ‘Venimos a comprar barbijos’", recuerda Julio. Flor había hecho clientela con toda la comisaría de Burzaco. Vendía por Facebook Marketplace y desde su nuevo celular.

Florencia aprendió a coser mirando videos de YouTube. "Nunca estudié. Hacía una manga más corta que la otra, una pierna más angosta. Pero me fui perfeccionando. Me di cuenta de que eso era lo mío.", cuenta. Con apoyo y el aliento de sus amigas manteras de la feria de Lanús, empezó a vender sus primeras prendas. Y así nació Flor de Seda, una marca que refleja su estilo: elegante, sobrio, sensual, sin mostrar, con prendas para todos los cuerpos. "De más chica era gótica, ya no tanto, quizás fui madurando. Pero quiero reflejar lo que quise ser siempre. No me gusta mostrar demasiado. Quiero ser diferente a la moda argentina", dice sobre sus diseños.

Un negocio hecho con otras mujeres

Flor de Seda no se parece a otras marcas de ropa. No solo por su origen: tampoco por su funcionamiento. "Hoy trabajamos con cuatro talleres familiares, todos en casas de mujeres que están en situaciones complicadas. La mayoría son madres solteras, que están solas o que enviudaron. Les llevamos los cortes, las máquinas y les damos el tiempo que necesitan. Así no tienen que dejar a sus hijos ni pagar una niñera.", cuenta Julio.

Además, en Flor de Seda se puede encargar un vestido a medida sin pagar extra por el talle. "Nuestra tabla de talles es real. Hay muchas chicas que nos agradecen porque nunca podían encontrar algo lindo que les quedara bien", cuenta con una gran sonrisa Florencia. Flor de Seda confecciona prendas que van desde el XS al 7 XXL (del talle 34 al 70)

Los vestidos arrancan desde los $42.000 y llegan a todo el país. Una clienta llevó sus diseños a Francia y a Brasil. "El sueño no es volvernos millonarios. Es vivir con dignidad y ayudar a otros. Nosotros venimos de abajo. Además, si vendiéramos una locura por cada prenda, la plata nos duraría dos días porque se la daríamos o prestaríamos a todo el mundo. Esta marca es nuestro sustento, pero también el de otras familias. Y sabemos lo difícil que es todo.", asegura Montiel.

Ellas cosen, Flor diseña. Julio organiza las entregas o coordina la producción y Brandon, el hijo de ambos, crece rodeado de rollos de telas y moldes. "Hoy vivimos una vida que no creíamos posible. Podemos salir, Brandon tiene todo lo que nosotros no tuvimos y hasta pudimos levantar paredes y construir nuestra casa, que era toda de chapa", dicen emocionados.

Del barro al showroom y la gala que no fue

El próximo gran paso es la apertura del primer local físico en Burzaco. Lo están construyendo en un terreno que una familia amiga les alquiló. "Vieron que queríamos salir adelante y nos dieron la oportunidad", cuentan. Ellos pintan, arreglan, levantan paredes. "Gracias a Dios, el trabajo no falta, pero cuesta llegar con todo. Lo vamos armando como podemos."

Un día cualquiera, sonó su celular. Era alguien de la revista Caras. La invitaban a una gala con los famosos del año. Pampita la había empezado a seguir en redes sociales e intuye que fue gracias a la modelo que conocieron su historia. Pero cuando supo que el evento era solo para ella, dijo que no. "Esto lo hicimos los dos. Yo sin Julio no soy nada. No podía ir sola."

Más tarde la invitaron a un desfile y sí fue. "Salí como diseñadora, con chicas a los costados luciendo mis vestidos. Todos me aplaudían, pero ver los ojitos de Julio entre el público… Eso no lo cambio por nada.", cuenta emocionada.

"Para llegar hasta acá, quemamos los barcos como dos veces. Pusimos todo lo que teníamos en esto. Y mientras el negrito —nuestro hijo— tenga para comer, vamos a seguir apostando", dice Julio.

Cuando se le pregunta qué le diría a la Flor que llegó a Buenos Aires sin nada, ella llora. "Le diría que no se dé por vencida, que tiene un futuro. Que aunque nadie dé nada por ella, vale la pena seguir. Que va a ser alguien importante."

Y lo es. Para las mujeres que ahora trabajan con ella. Para clientas que encuentran en sus vestidos algo más que ropa. Para ella misma y, para Julio que es a su vez su salvavidas cuando él quedó en la calle.

Hoy, Flor de Seda no es solo una marca de indumentaria de gala. Es trabajo. Es dignidad. Es un taller de resistencia. Una forma de estar en el mundo y la prueba de que, incluso cuando todo parece perdido, es posible tejer un futuro con las propias manos.  /iProfesional