Domingo 29 de Junio de 2025, 09:10
¿Un trabajo moderno o una nueva forma de precarización? En Tucumán, ser community manager (CM) no siempre es sinónimo de buena paga, estabilidad o reconocimiento. Detrás de cada posteo en Instagram o de cada reel, hay jóvenes y adultos que trabajan sin horarios definidos y con presupuestos que muchas veces ni cubren lo básico. Mientras el marketing digital crece y las marcas exigen más presencia en redes, los sueldos siguen estancados o incluso bajan por efecto de la gran cantidad de oferta de servicios.
Hay cuentas que pagan $ 40.000 mensuales a cambio de la publicación de una gran cantidad de contenido: es tan bajo el ingreso que hay que tener muchas para afrontar costos, lo que implica entrar en un círculo insostenible de trabajo. Otras cuentas se manejan con canjes de productos y de servicios. Aún con estas retribuciones bajas, ser CM es para muchos una salida laboral literalmente al alcance de la mano. En teoría para empezar basta un celular y conocer las reglas básicas de funcionamiento de las redes.
Todas las organizaciones necesitan estar en las plataformas, pero pocas reconocen lo que esto implica. Para algunos CM e influencers con años en el rubro, como Mariana Soler, el camino hacia la profesionalización fue largo: un aprendizaje sostenido por la experiencia y la credibilidad. Pero para la mayoría de quienes están empezando, como Mónica Díaz o Sofía Carrera, la historia es otra: se trabaja por canje, se improvisan tarifas, se acepta menos de lo que el servicio vale. En Tucumán, ser CM puede abrir oportunidades, pero también encerrar en una rueda de desgaste y frustración.
Lo que se paga, lo que no y todo lo que queda en el aire
"Muchas veces se escucha el famoso “¿me hacés un videíto?” como si eso no implicara horas de producción, edición, revisión, estrategia, análisis…”, dice Mariana Soler, periodista y creadora de contenido con más de diez años de ejercicio. En Tucumán forma parte del grupo de influencers con capacidad para desarrollar campañas con impacto alto. Pero no siempre fue así. Mariana empezó desde abajo, cuando aún trabajaba en la televisión abierta y su sueldo no reflejaba el esfuerzo de estar seis horas al aire todos los días. “Abrí mi Instagram con un deseo genuino de contar y ahí empezó otro mundo”, dice. Hoy, junto a su productora @holasomoswhisky, diseña contenidos profesionales con valores que se ajustan a cada cliente, pero siempre con una premisa clara: su tiempo vale.
Esa claridad no es tan frecuente entre quienes tienen menos experiencia. Mónica Díaz, estudiante y creadora de contenido, aprendió a relacionarse con los clientes a partir de ensayos y errores. “Empecé en 2020 por necesidad económica. Me gustaba, pero no sabía cuánto cobrar ni cómo poner límites”, cuenta. Como muchos jóvenes en Tucumán, aceptó trabajos mal pagos por miedo a quedar afuera. “Te subestiman por ser joven. Te dicen que estás aprendiendo, como si eso justificara cualquier precio”, agrega.
Sofía Carrera coincide. Empezó durante la pandemia sacando fotos para emprendimientos. El canje fue su moneda habitual durante meses. “Yo no tenía idea de cuánto cobrar. Iba tanteando, viendo qué hacían otros”, recuerda. Hoy sigue trabajando como community manager mientras estudia, pero reconoce que el desgaste es constante: “tenés que estar todo el tiempo ahí, generar ideas, crear una estrategia, editar y subir contenido. La gente piensa que es sólo publicar una foto”.
Las tres, Mariana, Mónica y Sofía, coinciden en algo: en Tucumán no hay una referencia sobre cuánto debe cobrar un community manager. No existe una tabla, un sindicato, ni siquiera una comunidad sólida dónde comparar tarifas. “Faltan regulaciones, formación y espacios donde hablar sin miedo de lo que se cobra”, insiste Mariana. Mónica agrega: “estaría bueno que entre creadores compartamos más nuestras retribuciones. Hoy todo queda en lo individual y eso nos deja muy expuestos”.
A la falta de regulación se suma el imaginario social. “Todavía hay gente que cree que hacer contenido no es un trabajo serio”, dice Sofía. “Creen que es sólo sacar una foto linda, pero no ven la planificación, el diseño de placas, los colores que hay que adaptar a la identidad visual de cada cliente”, comenta. Mónica, por su parte, cree que el cambio vendrá desde la formación: “no solo técnica, también emocional. Hay que aprender a defender el valor de tu tiempo sin sentir culpa”.
El desequilibrio también está en las condiciones. Quienes trabajan como CM en Tucumán suelen hacerlo sin contrato, en jornadas que no se terminan nunca. “Trabajamos 24/7”, dice Mariana. “Hay eventos que cubrimos en vivo y ya estamos subiendo contenido mientras suceden”, relata. La velocidad es una exigencia constante, pero eso no se traduce en mejores pagos. “La exigencia es alta, y lograr equilibrio entre calidad y bienestar es un desafío constante”, afirma.
Para las jóvenes como Mónica o Sofía, que además estudian y buscan consolidar su marca personal, la carga mental es doble. “Muchas veces trabajás por menos de lo justo para mantener un vínculo, sumar experiencia o porque no te animás a decir que no”, cuenta Mónica. “Pero con el tiempo vas entendiendo que eso también es parte del crecimiento: aprender a poner límites”, refiere.
"Nadie ve lo que hay detrás del posteo"
Una parte clave del problema está en la invisibilización del proceso. “Nadie ve lo que hay antes y detrás del posteo: pensar la idea, grabar, editar, hacer cambios y responder al cliente. Todo eso lleva tiempo”, dice Sofía. Mariana cree que mostrar ese detrás de escena es fundamental para generar conciencia. “El valor no está solo en el contenido final. Está en la estrategia, en la mirada, en los años de experiencia”, explica.
Aun así, muchas veces el presupuesto final no refleja ese recorrido. “Todavía hay diferencia entre lo que merezco cobrar y lo que efectivamente cobro”, dice Mónica. La presión por mantenerse activa, sumar clientes y no quedar afuera del circuito digital lleva a aceptar menos de lo ideal. “Al principio cuesta poner un precio. Pero si una marca te elige, es porque estás generando valor. Y eso vale”, reflexiona Mariana.
Mientras tanto, el escenario en Buenos Aires o Córdoba es otro. “Hay chicas que cobran el triple por el mismo trabajo que hacemos acá”, dice Sofía. El centralismo digital también pesa. “Acá no se paga por estrategia ni por creatividad. Se espera que lo hagas todo y por poco”, agrega.
Al final del día, muchas jóvenes siguen eligiendo este camino, aun con todo en contra. Porque también hay disfrute, aprendizaje y libertad. “Lo hago porque me apasiona. Pero eso no significa que no sea trabajo”, dice Mariana. E insiste: “todo trabajo merece ser pagado como tal”. /La Gaceta