Martes 12 de Agosto de 2025, 18:31
En la política argentina hay personajes que parecen tener un talento especial para esquivar la desgracia. Juan Manzur es uno de ellos. Se esconden en las sombras, agazapados, esperando el momento justo para volver a aparecer, como esas figuras que, en una película de terror, creés haber vencido… pero siempre regresan. Ahora vuelve casi como un portavoz del gobierno provincial, colgándose la bandera de la unidad del peronismo y formando parte de la lista, encabezada por Jaldo, Gladys Medina y Javier Noguera.
Su leyenda empieza lejos de los palacios, en un hogar humilde, donde aprendió que para sobrevivir hay que insistir. Se hizo médico en la Universidad de Tucumán y luego viajó a Buenos Aires para especializarse en medicina legal y laboral. Allí conoció a Ginés González García, mentor caído en desgracia, envuelto en el hedor de negociados con vacunas durante la pandemia.
Regresó a Tucumán de la mano de José Alperovich. Entró como ministro sanitario, pero su ascenso fue tan rápido como inexplicable. El propio Alperovich, antaño implacable, terminó entregándole la gobernación en 2015, como si algo invisible lo obligara. Nadie, hasta el día de hoy, puede explicar cómo hizo para convencer al “Zar” de entregarle el poder.
Para Manzur, su tiempo como gobernador fue un derrumbe controlado… o un tenedor libre por tiempo limitado. Promesas huecas, obras a medio hacer y una provincia que crujía bajo la crisis nacional. Sin embargo, Manzur parecía imperturbable, como si la tormenta no lo tocara. En el fondo sabía que en Tucumán el peronismo es como un viejo castillo: puede agrietarse, pero nunca se derrumba del todo.
Manzur sabía que si se iba, no sería por decisión propia: lo tendrían que sacar. Fue entonces cuando llegó la guerra interna. Osvaldo Jaldo, aliado de ayer, se convirtió en enemigo. La campaña se tiñó de amenazas, y la imagen del “palo de amasar” de Jaldo se volvió símbolo de aquella contienda.
El actual gobernador venía de soportar promesas del primer cargo durante años y, a pesar de contar con mucho respaldo de la dirigencia, siempre quedaba relegado. Sea por algún acuerdo económico, personal o, directamente, por bolsos con dinero, otro terminaba encabezando las listas.
Al final, en ese 2021, el aparato de Manzur, con Chahla y Yedlin encabezando la lista, le ganó por 10 puntos a Jaldo. Fue la primera, y hasta ahora la única de 17 elecciones en la que Osvaldo Jaldo perdió. Pero muchos lo consideran una victoria, ya que le allanó el camino a la gobernación al demostrar que no estaba dispuesto a doblegarse a una decisión de Casa de Gobierno.
Dos años después, el incómodo acuerdo resultó en la boleta de Jaldo gobernador y Manzur vice. Pero el destino, o quizás la ley, intervino. Una denuncia del entonces candidato a vicegobernador, Germán Alfaro, sobre la imposibilidad de que Manzur ocupara cargos ejecutivos suspendió las elecciones. Lo apartaron del juego y su carrera parecía haber llegado a su fin, como la de tantos otros que ocuparon el sillón de Lucas Córdoba.
Pero Manzur no es como los otros. Cuando parece acabado, se desvanece entre las paredes húmedas de la política tucumana, acecha en silencio, observa. No como Alperovich, que volvió demasiado pronto y terminó consumido por su ambición y deseos personales (y sexuales). Manzur espera. Siempre espera.
Hoy, a dos meses de las elecciones de medio término, Tucumán vuelve a sentir su sombra e influencia. Ante el temor de una irrupción libertaria, Jaldo ha convocado a Manzur para formar parte de Tucumán Primero. Un frente donde ideologías, pasados y culpas se disuelven en la fría lógica de conservar el poder.
Jaldo, jefe indiscutido de la máquina, tiene tan poca confianza en sus allegados que lanza su propia candidatura. Por ahora, nadie se lo discute: ¿quién más que él para competir contra Milei? Su estrategia tiene sentido. Jaldo viene intentando que el peronismo tucumano deje de quedar ante los ojos ciudadanos como un sistema anticuado y feudal, donde el único objetivo es enriquecerse a costa del Estado, como lo hacía Manzur.
Su gestión cuenta con apoyo de buena parte de los tucumanos, que no ven con buenos ojos al kirchnerismo, pero tampoco celebran la llegada de La Libertad Avanza a la provincia, tras los desmanejos y la falta de resultados de Milei. El presidente que ahora intenta convencer a sus votantes de que su cruzada es cultural, y su guerra contra el populismo valen más que los números en rojo.
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Para el votante tucumano, acostumbrado a promesas nacionales que terminan en desilusión, incluso una alianza con Manzur puede resultar aceptable. Permitir que Jaldo —quien se muestra austero, sin ambiciones nacionales, ni un ego tan desmedido— continúe acumulando poder en la provincia, más allá de etiquetas, "Poner a Tucumán Primero" más alla del bien o el mal o quién lo diga, es una estrategia que en otras provincias más desarrolladas ya ha dado resultados aceptables. Para Milei, que busca nacionalizar la elección, esto representa un golpe directo al estómago.Pero en las catacumbas de la política, todos saben que cuando Manzur vuelve del silencio, no lo hace para quedarse quieto, ni lo hace gratis. Su gestión fue pésima, sí, pero no se le puede acusar de traidor. Eso le da margen. Y a veces, en este juego de tronos provinciales, la lealtad aparente vale más que la eficiencia.
Y mientras varios viejos fantasmas del poder ya descansan en paz —algunos caídos por la justicia, otros por su propia soberbia—, Manzur sigue ahí. Invisible para algunos, demasiado presente para otros, esperando el momento en que la política vuelva a necesitar de su mano. Ese momento parece haber llegado. Porque en Tucumán, el verdadero poder no siempre se sienta en el sillón de Lucas Córdoba; a veces, simplemente aguarda en la penumbra, paciente, sabiendo que tarde o temprano alguien abrirá la puerta.
Hernán Luciani. Contexto.