La inquietante trama oculta detrás de los robos en Tafí del Valle

Viernes 05 de Septiembre de 2025, 08:32

Una serie de hechos pone la lupa en la ruta 307 y en uno de los fenómenos más oscuros de estos tiempos.



Hay situaciones que se manifiestan en la superficie, pero que en realidad son la expresión de una enfermedad más grave, profunda, que está degradando todos los tejidos. Esta afirmación puede aplicarse a lo que ocurre por estos días en Tafí del Valle, donde una serie de robos y actos vandálicos que lucen aislados e inconexos entre sí pueden encontrarse en una raíz común (al menos algunos de ellos) mucho más compleja. Veamos por qué.

El desorden, la anomia son conceptos que definen con precisión lo que sucede desde el fondo del tiempo en el Valle de Tafí. De hecho, las génesis de las villas de Tafí y de El Mollar comparten un signo particular: nacieron de desmembramientos de viejas estancias sin demasiado orden ni planificación -con una excepción, La Quebradita, pero ese es un tema para otra columna-. Esa falta de equilibrio regida de algún modo únicamente por la oportunidad inmobiliaria (que se ha acrecentado salvajemente en los últimas décadas) nos ha traído hasta acá: hoy somos testigos de un ecosistema que está al límite, que ha sido estragado de todas las formas posibles frente a la indiferencia o la complicidad, en muchos casos, del Estado. De hecho, los avances que hizo el Gobierno en los últimos meses al recuperar tierras usurpadas -meritorios, por cierto- lucen como una rareza en medio de semejante decrepitud.

En un contexto en el que el desarrollo urbano ha llegado a límites inverosímiles, aparecen inconvenientes que uno espera encontrar en una gran ciudad y no en medio del campo (o en lo que en nuestro imaginario aún idealizamos como “campo”): la gestión de los residuos es problemática, especialmente en temporada de verano; la falta de cloacas empieza a generar preocupación; el hecho de que el hospital sea, en realidad, un CAPS de grandes dimensiones se vuelve dramático en ciertas ocasiones y podemos seguir con un largo etcétera de cuestiones que no vienen al caso en este texto. Pero entre estos factores surge con fuerza la inseguridad, porque los robos y el vandalismo se han vuelto temas cada vez más recurrentes. No es algo nuevo: siempre hubo hechos de este tipo, pero solían ser aislados. Trascendían los más fuertes, especialmente cuando mediaba la violencia. Eran coyunturas que se concentraban en el verano, cuando bandas delictivas hacían “temporada” en la zona. Pero ahora emerge otro patrón novedoso: la inseguridad es permanente. Tal vez sin tanta estridencia, pero con constancia. Y si bien muchas situaciones no quedan registradas en denuncias policiales, terminan siendo reflejadas en los muy activos grupos de Whatsapp que nuclean a los veraneantes de distintas zonas del valle. Es en este punto donde nos preguntamos: ¿este fenómeno puede estar vinculado con cuestiones más complejas y oscuras?

De los aproximadamente 900 kilos de cocaína que se incautaron en Tucumán en lo que va de 2025, la mitad fue descubierta en la denominada “ruta de los valles”, que incluye el corto tramo de la 40 que recorre la provincia, y la 307, que conecta Acheral con Amaicha pasando por Tafí del Valle. Si nos guiamos por las estadísticas oficiales de secuestros, todo indica que este es uno de los caminos elegidos por los narcos para transportar droga que entra al país desde Bolivia. Según sospechan los investigadores, en vez de seguir hacia el sur por la ruta 9/34, buena parte de la cocaína que llega a Salta es trasladada a Cafayate. Desde allí continúa hacia el llano tucumano por la 307. Es decir, pasa por Colalao del Valle, por El Bañao, por Quilmes, por Amaicha, por Ampimpa, por Tafí, por El Mollar y por Santa Lucía ¿El motivo? La ausencia de controles. De hecho, hay un solo puesto fijo, que se encuentra en el acceso norte de Colalao, donde están apostados agentes de la policía tucumana. En el resto de estos caminos, los operativos son intermitentes. Inclusive, el Gobierno tucumano puso a disposición de Gendarmería Nacional instalaciones en ese pueblo, pero hasta el momento no apareció ningún gendarme por allí. Ironías de tiempos siniestros: los narcos eligen este derrotero en el que casi no hay operativos de seguridad, porque se sienten más seguros.

Ahora bien: ¿qué tiene que ver el tráfico de sustancias con el incremento de la inseguridad en las villas veraniegas? Hay consenso entre los especialistas: por donde pasan los narcos siempre queda droga. De hecho, abrir puntos de distribución y de venta a lo largo de los caminos es uno de los modos de financiar el traslado. Ahí emerge la preocupación que expresan muchas familias tafinistas, que empiezan a advertir que sus hijos están expuestos al consumo de sustancias que hasta hace relativamente poco tiempo no circulaban por esas zonas. El problema se ha vuelto tan complejo que el Gobierno decidió instalar un Centro de Atención Primaria de las Adicciones (Cepla) nada menos que en Amaicha. De algún modo y volviendo a la metáfora de la primera línea de este texto, todo lo anterior opera como síntomas de una enfermedad que se agrava inexorablemente.

Sería irresponsable vincular cada hecho de inseguridad con la venta de drogas. Mucho más si las víctimas eligen no hacer la denuncia por desconfianza en la Policía o por el motivo que fuese. Pero en varios de estos casos aparecen detalles que refuerzan la hipótesis: ataques de oportunistas, robos de monturas y de riendas, de implementos de jardinería, de adornos, de luces y de otras cuestiones menores que se pueden vender sin levantar demasiadas sospechas. Y a cambio de efectivo que fácilmente puede trocarse por algunas dosis.

Hace algunas semanas ocurrió una situación que tal vez pasó inadvertida, pero que es relevante para entender el escenario: la Justicia ordinaria condenó a un ex empleado de la comuna de El Mollar porque lo encontró culpable de vender drogas en esa localidad. Según el fallo, usaba una moto para hacer delivery por el valle. Antes se decía que los transas subían desde la ciudad en temporada alta y que se iban cuando el verano terminaba. Los tiempos han cambiado: hoy los narcos juegan de locales en los cerros. /La Gaceta