"La derrota obliga a cambios: Menem en capilla y suenan el salteño Romero y De Loredo"

Martes 09 de Septiembre de 2025, 08:30

Javier Milei



Por Ricardo Kirschbaum
Clarín

Cambiar la naturaleza de este gobierno será una tarea muy complicada pero, a la vez, imprescindible y urgente si es que quiere enfrentar las elecciones de octubre con mejor pronóstico que el actual. La bofetada del escándalo $Libra y el puñetazo de los audios sobre presuntas coimas -directos al corazón del poder- fueron el prólogo, en un resumen generoso de errores consecutivos, al mazazo de la elección perdida.

El cambio de piel no solo debe ser cosmético. Necesita ejecutores distintos.

La conmoción derrumbó las acciones y bonos argentinos y aupó al dólar acercándolo al techo de la banda de flotación. El riesgo país, voló.

Fue necesario un impacto de ese calibre para sacudir a una administración que se jactaba de ser el mejor gobierno de la historia. Con esa creencia, dañaron deliberada e irresponsablemente su red de alianzas, alteraron la dinámica lógica de la política y alejando posibles compañeros de ruta. Peor, utilizaron la humillación y el insulto como actos naturales de la política. Mostraron desaprensión y falta de empatía en el manejo de cuestiones delicadas como la de los discapacitados (más allá de los excesos del kirchnerismo en la repartija), el Garrahan y los jubilados. La presunción de coimas terminó con el capital de la transparencia anticasta del que se ufanaban.

Los logros macroeconómicos indiscutibles bajaron la inflación y devolvieron estabilidad achicando fuertemente al Estado, postergando o pateando deudas y suspendiendo la obra pública, así como desapareció la intermediación de la ayuda social. Se contuvo al dólar y se subieron las tasas, afectando el consumo y a los salarios. El plan -si es que existe un plan además de la política antinflacionaria- de atraer inversiones y crear trabajo es todavía una incógnita.

La devolución de la certeza a la sociedad fue ponderada: el Gobierno accedió al poder montado en la frustración enorme que fue el último capítulo de la saga kirchnerista que interpretó Alberto Fernández.

Casi dos años después, Milei sufrió su primera gran derrota. Y si no hay correcciones, puede repetirse en octubre con el peronismo resucitado por el triunfo en la Provincia.

Guillermo Francos, el jefe de Gabinete y el más fogueado político del Gobierno, lo advirtió: la mejoría de la economía no llegó al bolsillo de la gente. Le añadió así un valor decisivo a la obligada admisión presidencial de que habría cambios políticos pero se mantendría el rumbo de la economía.

¿Qué significa el anuncio de cambios políticos? ¿Acaso la reapertura del diálogo con los gobernadores, que ayer dijeron que el Gobierno sigue paralizado? ¿Replantear alianzas que atraigan el voto blando que hizo ganar a Milei el balotaje en 2023? ¿El nombramiento de un ministro del Interior con peso -se habla de Juan Carlos Romero o del cordobés de origen radical Rodrigo De Loredo, a quien dejaron de a pie por el sectarismo libertario, al igual que el humillado Luis Juez- que recree condiciones perdidas, dejando a los expertos su manejo que los amateurs no comprenden por ignorancia en la materia? ¿Modificación del Gabinete porque Bullrich y Luis Petri serán candidatos en octubre?

El Gobierno se enfrenta a un escenario de muy difícil pronóstico. En octubre, se jugará gran parte de la chance de conservar capital para evitar el síndrome de “pato rengo”, un temor siempre presente.

El primer punto es terminar con la lucha intestina. No parece estar ocurriendo: las redes ardían ayer pidiendo cabezas. Fue sugestiva la exposición de Santiago Caputo en el palco de la derrota, así como el abrazo firme de Milei con su hermana, un mensaje de respaldo total. Distinto al frío trato a Martín Menem, presidente de la Cámara de Diputados.

Si Javier Milei está eligiendo las víctimas propiciatorias, Lule Menem es número puesto. Es un funcionario de alta confianza de Karina Milei, con autoridad delegada para el armado político y otros quehaceres. Habrá que ver si Karina autoriza que su equipo, con Lule y Sebastián Pareja al frente de la fila, vayan al cadalso. La permanencia en el poder también es un costo a considerar porque hay un flanco que está abierto. No depende solo de la política sino de la Justicia.

Martín Menem, en cambio, no está a tiro de decreto. Si a merced de los diputados que preside, muchos de los cuales han juntado suficientes querellas contra él como para iniciar una acción para desplazarlo. Paradójicamente esa operación, cuentan, está siendo contemplada por diputados que inicialmente podrían -de hecho lo fueron- ser aliados del gobierno libertario y solo la inhabilidad los arrojó a la oposición. Para cambiar a Menem solo falta conseguir quórum y la mayoría de 129 votos en la Cámara. El reemplazante sería el ¿macrista? Ritondo, quien hace tiempo que puja por ese cargo. A Menem lo pusieron en una mesa política para protegerlo de esa ofensiva.

El peronismo, para ganar, se amontonó. Y si hay un ganador fue Axel Kicillof quien le dobló el brazo a Cristina Kirchner al establecer estas dos elecciones -la provincial y la nacional- a la que la ex presidenta se negaba. Sin los intendentes ni los renovadores de Massa, Kicillof hubiera seguido atrapado en el kirchnerismo. Kicillof es producto genuino de Cristina pero ahora cree que con esta victoria está en condiciones de ser el candidato por derecho propio. Y el peronismo suele tener olfato para detectar al que puede devolverlo al poder.

Más allá del juego adolescente entre La Cámpora y los seguidores de Kicillof disputándose la paternidad del triunfo, hasta el gobernador debe estar sorprendido por la performance electoral en una provincia con muy serios problemas como la inseguridad rampante.

El peronismo puede cometer también el error de creérsela de nuevo. La soberbia en política es un pecado reiterado que tarde o temprano se paga.

Por ahora, se puede cumplir lo que contestó Perón cuando le preguntaron qué haría para volver al gobierno: “Yo no haré nada. Todo lo harán mis enemigos”.